El poblamiento y la población

CIUDAD REAL EN LA EDAD MEDIA

EL POBLAMIENTO Y LA POBLACION

El poblamiento de la nueva villa

Los cambios en una sociedad suelen acontecer con mucha mayor lentitud de lo que un legislador pretende. El Rey Sabio quiso una «gran villa e bona», pero pudo comprobar que una cosa eran sus deseos y otra muy distinta el desarrollo de los acontecimientos en la realidad. La afluencia de gentes, pese a haber sido dotada de una estructura favorable en todos los órdenes, resultaba excesivamente parsimoniosa, lo que contrastaba con las prisas iniciales del fundador. La revitalización económica no se apreciaba tanto como él deseaba. Las exenciones de portazgo -salvo en Toledo, Sevilla y Murcia-, tanto generales como para productos concretos, se repiten al menos durante 11 veces durante los veintinueve años de su reinado. Quizá por ello se decidió al poco tiempo por trasvasar la población existente en Alarcos. Los factores serían variados. En primer lugar, el tirón de los territorios murcianos y del Guadalquivir todavía no habría amainado. En otro orden de cosas, los llegados en los primeros momentos no conseguían que se les reconociese por los recaudadores del reino sus privilegios y exenciones, lo que dificultaba sus transacciones y el aporte de materias para la nueva población, y retrasaba la llegada de nuestras gentes, impidiendo así un efecto multiplicador. Por otro, la Orden de Calatrava se mostraba enormemente reticente a permitir a las ya escasas de su territorio asentarse en el nuevo núcleo, pese a que el monarca se dirigiese directamente a ella a finales de 1262. Los que sí acudieron pronto fueron los judíos, que a punto estuvieron, con sus prácticas usurarias y la consiguiente acaparación de heredades, de dar al traste con las pretensiones del monarca; el mismo monarca señala a mediados de 1264 «que por esta razón que se despoblava el lugar». Los comienzos, en una palabra, resultaron enormemente dificultosos.

Gestos y realidades se suceden con el fin de atraer nuevas gentes. A las exenciones de portazgo el monarca añade el inicio de las obras de sus «palacios» a comienzos de 1256, si bien no se comenzarían probablemente hasta finales de 1266. El nuevo concejo firmó acuerdos con la Orden de Calatrava en 1267- y 1268, la cual, sin duda para contrarrestar la posición hegemónica que se pretendía en el terreno comercial, había creado en 1261 una feria en Almodóvar del Campo.

La lentitud en la afluencia y sus preocupaciones por otros temas, incluidos los internacionales, tal vez hicieron cambiar en cierto modo de política al monarca fundador. Renuncia en parte a sus iniciales intenciones, pone en práctica otros procedimientos e interesa en las tareas del poblamiento del núcleo a otras personas. Para hacer frente mejor a los problemas y acelerar la consecución allí de un gran centro urbano, el fundador concedió el señorío del mismo a su hermano el infante don Fadrique. Ello produjo sin duda una aceleración en la afluencia de nuevos vecinos, que se encontraban con el inveterado problema de hallar madera suficiente para la construcción de sus viviendas y corrales, así como para otros menesteres. A ello tuvo que hacer frente el mencionado infante en 1272. Sus gestiones parece que resultaron positivas, por lo que, solucionado ese problema de carencias, pudo poner en práctica otras medidas tendentes a incrementar la población del núcleo. Así, un año después, hace público un documento por el que concede a todos los que fuesen a poblar que quedasen exentos de cualquier tipo de tributación concejil durante un período de siete años, plazo bastante estimable. Tal liberación de cargas impositivas produjo como consecuencia un incremento notable de la población, que al poco tiempo se nos manifiesta como mucho más activa en sus intercambios. La aceleración de tales movimientos comerciales -constatables porque en aproximadamente siete años, entre 1274 y 1280, la Corona se vio obligada a emitir cuatro documentos de exención de portazgo para los vecinos-, aparte de probar un cierto nivel demográfico en la ciudad, también conllevaría efectos favorables para el poblamiento de la misma. Las medidas debieron surtir efecto y el ritmo de afluencia de población aumentó. En ella se encontraba el infante don Fernando de la Cerda cuando le sobrevino la muerte en 1275.

La realidad conseguida avivó las apetencias de Calatrava, que no tardó en requerir al infante Santo la donación de la ciudad como pago a su a oyo en los enfrentamientos con su pare. Sus promesas en 1280, 1281 y 1282 nunca llegó a cumplirlas, por lo que la nueva villa pudo mantener su autonomía frente a la Orden. Estos acontecimientos manifiestan la consolidación demográfica de la nueva población. Sus incrementos más espectaculares debieron producirse en esa década de los setenta del siglo XIII. A partir de ahí, aunque la hipotética curva resultase ascendente, el ritmo tal vez remitió, pero, en todo caso, se consolidaría su posición en el entorno regional y en el contexto general del reino. A buen seguro lo conseguido no se ajustaba a las iniciales pretensiones, pero se habrían alcanzado niveles importantes y puestos en vías de solución problemas acuciantes.

La población: panorama demográfico

En realidad, cualquier intento de aproximación al volumen de población con que pudo contar nuestra ciudad a lo largo del período medieval choca con el opaco silencio que las fuentes mantienen al respecto y con las poco contrastadas cifras que asimismo han dado determinados autores sobre esta cuestión. Se han registrado y atribuido para el período medieval cantidades ciertamente muy elevadas, que oscilan entre los 30-40.000 habitantes. Si Díaz jurado señala que acabaría acogiendo a 40.000 vecinos, expresión que, en el mejor de los casos, debería entenderse como habitantes, E. Larruga rebaja un poco dicha cantidad al registrar que, a fines del siglo XV, la ciudad contaría con 30.000 habitantes. Más sorprendente resulta la proporcionada por J. Gómez, el cual indica que llegó a contar con más de 40.000 habitantes, puesto que unos veinte años después de su fundación llegó a alcanzar los 10.000. Fue quizá el manejo de tales cifras el que hizo incurrir a J. M.ª Quadrado, historiador generalmente bien informado, en los mismos errores de cálculo, pues apunta que contó con 10.000 vecinos. El uso indiscriminado por parte de tales autores de los conceptos de vecino y habitante es manifiesto, aunque probablemente lo que querían significar con ambos es el de habitante. De ser ciertas tales cantidades, Ciudad Real quedaría situada entre las ciudades más importantes del reino en aquella época. Hay que considerarlas, en consecuencia, como excesivamente abultadas y difícilmente creíbles, hasta tanto no se confirmen con pruebas o argumentos fehacientes.

Más cautos se muestran otros autores, alguno de los cuales se limita a registrar los habitantes que tenía en su época, ya mucho más próxima a la nuestra, como A. de Laborde. Pero una de las que conviene tener en cuenta, por lo ponderada y sugerente, es la de A. Ponz, el cual indica que, dado el recinto amurallado de la ciudad y los espacios vacíos en su interior, la población debió ser mayor que la que él pudo apreciar en su época: unos 2.000 vecinos, cifra ésta bastante ajustada y contrastada con otros estudios de demografía del siglo XVIII. Ante este panorama, y dada la carencia de fuentes susceptibles de cuantificación hasta el segundo decenio del siglo Xvi, la única aproximación al tema tiene que ser de tipo cualitativo, rastreando las informaciones que proporciona la documentación y que pueden ser orientativas de cómo iba evolucionando el núcleo desde el punto de vista demográfico. Que la ciudad fue fundada en un intento de atraer gente al territorio y constituir así un gran centro urbano, hecho que ya había sido pretendido con anterioridad, es algo que queda claro desde sus inicios, como ya se ha dicho. Es más, se traslada la población de Alarcos al nuevo núcleo. Pero a pesar de sumar los efectivos de esta última población y los de Pozuelo de Don Gil, los niveles demográficos quedarían todavía en unas cotas bastante bajas. Pese a todo, parece que a la Corona el poblamiento le resultaba lento, al menos más de lo que había pretendido, lo que se manifiesta en las reiteradas exenciones de portazgo y en la ratificación del amparo regio a todos cuantos quisieren acudir a la nueva villa.

Estela funeraria procedente de una tumba judia, con la estrella dé David, hallada bajo la actual parroquia de Santiago   Estela funeraria procedente de una tumba judia, con la estrella dé David, hallada bajo la actual parroquia de Santiago.

Pese a que las amenazas y riesgos eran múltiples, dadas las carencias de lo indispensable en el pequeño territorio y las prácticas usurarias de los judíos prestamistas, el núcleo recibiría un espaldarazo desde mediados de la década de los sesenta y se prolongaría hasta finalizar la siguiente. Ello supondría su afianzamiento y consolidación. Fue probablemente el período de mayor relanzamiento y auge demográfico, como queda de manifiesto por el alto volumen alcanzado por la población judía en el núcleo, que se patentizará en el denominado padrón de Huete de 1290. Cierto que las cifras de población judía en la ciudad, deducidas de la cantidad tributada por algún autor, no deben ser muy tenidas en consideración, puesto que los más de 8.800 miembros resultantes de esta colectividad parece una cifra desproporcionada.

Ello, aparte del consiguiente de la actividad comercial, sería la razón por la que la Orden de Calatrava intentó anexionarse dicho territorio, aprovechando las tensiones del futuro Sancho IV con su padre.. Desde el punto de vista demográfico, aquellas luchas sucesorias sin duda afectaron al ritmo de crecimiento mantenido hasta esos momentos por la ciudad. Es difícil precisar si creció algo más en los años finales del siglo XIII y las primeras décadas del siguiente; quizá sí, aunque no con la intensidad detectada en esa etapa anterior, pues las tensiones surgidas y mantenidas entonces con la Orden de Calatrava impedirían aumentos importantes.

Aunque sólo sea de modo indirecto, cabe deducir que a partir de comienzos del siglo XIV, pese a todo, la ciudad y su territorio se encontraban altamente poblados, incluso en exceso para sus débiles infraestructuras y a pesar de que en el transcurso de los mencionados conflictos con la Orden de Calatrava había conseguido arrebatarle algunos pequeños espacios más del entorno. Aun así, sus límites no eran suficientes para atender las demandas ni abastecer las necesidades de la población, como parece desprenderse de un documento de 1334 en el que Alfonso XI advierte de los aprovechamientos que los de Ciudad Real podían hacer en territorio calatravo. La ciudad no se podría mantener, con el consiguiente peligro de despoblamiento o descenso de los niveles demográficos alcanzados hasta ese momento, si se le impedía el uso y disfrute de los mismos. Aunque no se pueda estimar su volumen de población, no es descabellado concluir que existía una descompensación entre su exiguo territorio y el nivel demográfico alcanzado.

Las cotas de población conseguidas durante las décadas finales del siglo XIII y comienzos del XIV se mantendrían bastante estables a lo largo de la mayor parte de esta última centuria. No conozco dato alguno -y quisiera subrayar el hecho- que manifieste ni por asomo la menor incidencia negativa en la ciudad de la crisis demográfica iniciada en el reino a partir de mediados de dicha centuria. Por paradójico que parezca, así es y así habrá que mantenerlo hasta tanto no vea la luz algún documento o fuente que nos manifieste lo contrario. Incluso es constatable, por vía indirecta ciertamente, un incremento en la década de los sesenta en núcleos muy próximos, como el de Miguelturra.

Sí resultaría negativa, en cambio, para el poblamiento -aunque su incidencia no pueda evaluarse en cantidades absolutas ni porcentuales- la revuelta antijudaica que, procedente del sur, se desencadenó en la ciudad en 1391. Quizá no lo fue tanto, si se piensa que muchos de los miembros de dicha comunidad decidieron convertirse, bien es verdad que forzadamente y para salvar sus vidas. En cualquier caso, sólo afectó de manera parcial a un"sector de la población, cuyo porcentaje no sería muy elevado.

Estas referencias permiten suponer, como hipótesis bastante verosímil, una cierta estabilidad demográfica, incluso en la década finisecular, y un más que apreciable aumento en las primeras del último de los siglos medievales; la ciudad, en efecto, quedó instalada en las tendencias generales conocidas para todo el reino castellano. Sin embargo, aquél comportamiento demográfico positivo se rompería hacia mediados de dicho siglo. Las causas de una tal inflexión, con claros puntos de recesión en su trayectoria, serían de muy variada índole, tanto de carácter sociopolítico como económico, climático y sanitario. La cadencia de todos ellos acabó resultando bastante acelerada, produciéndose una concatenación de acontecimientos, fuertemente interconexionados, que llevaron a un desplome de los efectivos -humanos.

La misma estela funeraria muestra en su reverso la «mano de Fátima», prueba de que también fue utilizada para una tumba musulmana. Símbolo de la convivencia de las tres religiones   La misma estela funeraria muestra en su reverso la «mano de Fátima», prueba de que también fue utilizada para una tumba musulmana. Símbolo de la convivencia de las tres religiones.

Quizá el desencadenante inicial fuese una cuestión de carácter sociopolítico: la serie de fenómenos que se desataron en la ciudad con motivo de las revueltas de 1449, de un pretendido carácter anticonverso. A partir de dicha fecha, casi con toda seguridad, comenzó á invertirse lacurva del poblamiento. Cuando los vecinos de la ciudad se dirigen a Juan II en demanda de perdón, le notifican «el gran despoblamiento», debido a las muertes ocurridas en los enfrentamientos y a la emigración que tales acontecimientos desencadenaron. No sólo las muertes, sino también la quema de hogares y bienes de parte del vecindario, provocaron una reacción en cadena, puesto que la ruina de esas economías forzó la de otras que dependían de ellas. En definitiva, el movimiento de salida alcanzó una cierta entidad, pues señalan que «se a comenzado a despoblar e despuebla de cada un día, e se han muchos de los vesinos e moradores della levado e lievan muchos de los bienes muebles... e se espera en breve comúnmente ser despoblada».

El descenso se dejó notar considerablemente, puesto que, sin duda para paliarlo, el infante don Enrique autorizaría en 1452 al concejo de la ciudad a recibir a cuantos vecinos quisiesen acudir a ella eximiéndolos de contribuir en los pechos durante una serie de años. La medida surtiría cierto efecto y algunos parece ser que se avecindaron, pero, aunque desconozcamos su número, posiblemente no fueron muchos, al menos no tantos como se esperaba. La coyuntura política del reino, aprovechada por la oligarquía local para desequilibrar aún más en su favor el poder y privatizar bienes comunes, tampoco favorecía la afluencia de nuevas gentes que remediasen la caída demográfica. Ante tal panorama y espiral desencadenada, el goteo de salida, aun cuando fuese lento, no cesó, reflejándose en un ámbito tan hipersensible como el de la fiscalidad. Ello parece desprenderse de la nueva exención tributaria concedida por Enrique IV en 1473 a los vecinos, «asy christianos como judíos e moros que agora en la dicha cibdad e su tierra biven e moran e bivieren e moraren de aquí adelante», a quienes hace francos y exentos «de todos e qualesquier pedidos e monedas e moneda forera que por mí o por los reyes mis subcesores fueren echados e repartidos». Un vecindario más reducido, en fin, tendría que hacer frente a unos impuestos y derramas del concejo cada vez más en aumento. La misma carta, añadiendo algún perfil más, pero básicamente en el mismo tono, será confirmada un par de meses después con un tenor más solemne. Era un paso a todas luces insuficiente, puesto que un nuevo intento de acrecentar la población se producirá al año siguiente cuando doña Juana, señora de la ciudad, entendiendo que «la dicha mi cibdad será de aquí adelante más poblada e noblescida e aumentada», manda que no se usurpen las tierras concejiles, tal como se venía haciendo desde tiempo atrás, «de diez e veynte annos a esta parte e más tiempo».

Aquellos intentos de revitalizar y potenciar nuevamente el poblamiento no consiguieron su objetivo. Por el contrario, se encontrarían abocados al fracaso, al situarse la ciudad en el ojo del huracán de las luchas sucesorias desencade nadas inmediatamente. Un sector de la población, de cierta significación social y elevado nivel de riqueza, perteneciente asimismo al grupo de los judeoconversos, se alineó políticamente con los partidarios del bando portugués, liderados en la zona por el maestre de Calatrava. Ciudad Real se vio dividida en dos bloques, lo cual derivó en el estallido de una fuerte revuelta y enfrentamiento en el mismo año 1474. La virulencia de los choques fue motivo de una gran desbandada; no sólo la abandonaron los partidarios del bando portugués, perdedores en la contienda, sino que también lo hicieron otros a los que los huidos habían dejado en custodia una serie de bienes. En definitiva, a finales de 1477, y una vez acordado el perdón por la reina al maestre calatravo y a los seguidores del bando portugués, aún no había regresado gran parte de los que habían salido en los años anteriores, con la consiguiente quiebra de las economías familiares y el empobrecimiento social. El costo económico de la revuelta, en pérdidas materiales, se llegó a evaluar en 50 millones de maravedís, cifra que no conviene tomar al pie de la letra, pero que resulta significativa del negativo impacto económico.

Que la ciudad no se recuperó demográficamente es algo que se aprecia con bastante claridad al considerar el tema fiscal. La reiteración de las sisas, repartimientos y otros procedimientos recaudatorios, con las subsiguientes quejas de los vecinos, indica que su poblamiento se encontraba muy mermado y en un estado de decaimiento económico. Factores de carácter epidemiológico vendrían a sumarse a esta situación d e postración, agudizando aún más el deterioro y descenso de los vecinos. Cuando menos se pueden documentar brotes de peste en la ciudad en los años 1488, 1489 y 1491; ello se tradujo en un nuevo abandono de parte de la población, de lo que se quejaba en 1489 Diego de Estrada, que se había quedado con el remate del cobro de la sisa por una determinada cantidad y que veía, «que a causa de la pestilencia que en la dicha cibdad ha avido e se aver ydo toda la más de la gente della», que resultaba excesiva dado el menor número de contribuyentes por «aver cesado el trato de la dicha cibdad ». A ello se añadirían factores_ climáticos negativos, de suerte que en 1493 se documentan quejas de la esterilidad de los tiempos y escasez de cosechas. Factores que todavía resultarían más desastrosos en los primeros años del siglo siguiente (1504-1505), cuando un período de grandes lluvias arruinó parte del caserío de la ciudad, con su correspondiente impacto sobre el vecindario.

Toda la serie de calamidades descritas se veían inmersas, a su vez, en un mantenimiento de las cargas tributarias, que, con su lógica tendencia al incremento -dadas las necesidades crecientes de la Corona en sus diversos campos de actuación-, resultaba un factor más que venía a aumentar la ruina. Por ello no es de extrañar que, por dicho motivo, en 1485 los hombres buenos de la ciudad se dirigiesen a los monarcas para hacerles saber que «avía muchas personas pobres e miserables que non pueden pagar lo que asy les reparten, e sy lo pagan es con muy grandes trabajos. Tal estado de postración económica tendría que ser soportado por algunos, por aquellos que no tuviesen otra salida, pero no por otros que tenían una mayor posibilidad de emigrar y que optaron por abandonarla ciudad. Eso hizo en 1493 el grupo de zapateros, que, por razones fiscales, «se fueran de la dicha cibdad muchos de los dichos oficiales, e otros se están para yr».

Sin que se pueda constatar un brusco descenso, todos los datos apuntan á una disminución paulatina, pero acusada, de la población, con lógicos períodos intermedios de estancamiento. Para frenar aquel drenaje los Reyes Católicos establecieron en 1495 la segunda chancillería del reino en la ciudad. Ello debió suponer una cierta inyección y relanzamiento, pero también acarreó mayores cargas fiscales. Por otro lado, el impacto resultaría escaso y muy parcial, ya que atrajo fundamentalmente a nuevos pobladores encuadrados en el sector servicios y con escasas posibilidades para generar riqueza. Y por si todo ello no era poco, la permanencia de dicha institución en fa ciudad fue muy corta, pues en 1505 se trasladó a Granada.

Hasta aquí, a grandes rasgos, los datos cualitativos que se poseen sobre la evolución demográfica de Ciudad Real. ¿Resulta posible la cuantificación de los efectivos humanos con que contaría la ciudad en las dos últimas centurias de la Edad Media? Aunque, obviamente, con un cierto margen de error, considero que sí, pues disponemos de una determinada serie de piezas documentales para el primer tercio del siglo XVI -cuyo estudio se está ultimando en el momento de escribir estas líneas- en las que todavía se advierte el impacto negativo de los primeros años del siglo, pero que permiten sostener ciertos volúmenes de población para los años finales del siglo Xv. Si éstos se encuentran en un momento de gran descenso demográfico, tal como se ha podido comprobar más arriba, se podría concluir con bastante verosimilitud que en la primera mitad del mencionado siglo XV, y quizá en las últimas décadas del siglo anterior, Ciudad Real contaba aproximadamente con unos 10.000 habitantes.

Una de las pocas casas (calle Real) que conservan trazas de la Edad Media en su portada característica de finales del siglo XV   Una de las pocas casas (calle Real) que conservan trazas de la Edad Media en su portada característica de finales del siglo XV.

Dejando de lado el registro de cantidades absolutas, hasta tanto que su autora no finalice el mencionado trabajo, sí se podría sostener que dicha población se repartía de manera desigual en el espacio urbano. El distrito más poblado era el de la parroquia de Santa María, en él que habitaba casi dos quintas partes de los vecinos; un porcentaje algo menor tenía la de San Pedro, en la que viviría algo más de una tercera parte, resultando la menos numerosa la de Santiago, con un cuarto del vecindario total. Sin embargo, parece que aquel reparto tendió a equilibrarse a lo largo del siglo XVI; en una primera fase con una mayor equiparación entre Santa María y San Pedro -aunque todavía aquélla ocupaba la primera posición-, manteniéndose estancada la de Santiago; ya en las últimas décadas del siglo, tras el establecimiento de los moriscos en la ciudad, será San Pedro la que tenga un porcentaje mayor, pero, a decir verdad, la que experimentó un gran auge porcentual fue la de Santiago. Entonces casi se rozó el equilibrio entre ellas.