El numero de hombres: mito y realidad

CIUDAD REAL EN LA EDAD MODERNA

EL NUMERO DE HOMBRES: MITO Y REALIDAD

Desde el mismo siglo XVII todos los viajeros, eruditos y estudiosos de Ciudad Real hablan de una época imprecisa, pero que cabe situar entre mediados del XV y principios del siglo XVI, de floreciente población e industria. Esa visión mitificadora del pasado demográfico ciudarrealeño llevó a exagerar notablemente las cifras de población, hasta el punto de presentar a Ciudad Real como uno de los núcleos más populosos de la Corona de Castilla. Ya José Díaz jurado en su obra Singular idea del Sabio Rey Don Alfonso dilo, con el escaso sentido crítico y menos común propio de los apologistas del XVII, que Alarcos estuvo poblada hasta 1504, acogiendo 40.000 casas. En una academia poética celebrada en Ciudad Real en 1678, uno de los poetastros da la cifra de 18.000 vecinos para la época de Juan II de Castilla, los que ni siquiera hoy tiene:

«A Real ciudad la sube desde villa El Rey don Juan Segundo de Castilla, Viéndose por entonces hermoseada De vecinos diez y ocho mil poblada.

Los viajeros del siglo XVIII recogieron la visión mitificadora de la historia demográfica y económica de la ciudad, la ampliaron y, llevados de los ideales poblacionistas de la Ilustración, reforzaron el mito de la existencia de una gran ciudad, en fechas nunca determinadas con exactitud, pero hundida irremisiblemente durante el siglo anterior, lo que de paso servía de crítica velada a la Monarquía de los Austrias. Crítica, mito y recinto amurallado muy amplio son los pilares sobre los que se asienta la leyenda. Por ejemplo, don Antonio Ponz, al observar el amplio espacio comprendido intramuros, concluyó que la población debía haber sido mucho mayor, cuando el recinto no se ha ocupado del todo hasta fechas muy recientes. Con Larruga esa mitificación alcanza su cenit; le habían asegurado que en el XV llegó a los 30.000 vecinos -¡más de 100.000 habitantes!-; una despoblación tan grande, concluye, exigiría grandes discursos. Y tanto. Hervás y Buendía, historiador sin formación demográfica, pero con gran sentido común, calificó esas estimaciones de delirios.

El número de hombres

Si estas cifras no nos sirven para trazar, ni siquiera de una manera grosera, la evolución demográfica de Ciudad Real, sí tienen al menos gran interés para la historia de las mentalidades, en cuanto reflejan una conciencia de la miseria y del escaso papel de la ciudad, en claro contraste con la gloria de otras épocas. Fábulas descabelladas fueron corriendo de mano en mano hasta conformar la idea de un núcleo más importante de lo que fue. De una forma o de otra, esa impresión, entre el mito y el drama, ha llegado casi a nuestros días. Sin embargo, la realidad obtenida de los archivos resulta muy diferente (cuadro XIV).

La demografía histórica actual tiende a rebajar los coeficientes de conversión de vecinos en habitantes. Así lo hemos hecho en el cuadro citado, donde proponemos, como norma general, el 3,75 para una cifra mínima y el 4 para una máxima, salvo excepciones. Esta es la causa de que algunas cifras no coincidan con las publicadas por nosotros en otros trabajos. No obstante, en algunos casos, puede resultar correcto utilizar coeficientes superiores para compensar población omitida por la finalidad del recuento. No podemos entrar aquí en una crítica rigurosa de cada una de las fuentes. Sólo nos queda remitir al lector a trabajos especializados y recordar que un mismo recuento puede proporcionar cifras distintas según la consideración que se dé, por ejemplo, a las viudas o a los menores. Conviene declarar todo esto, porque algunas de las cifras pueden resultar sospechosas.

La evolución demográfica

Hernando de Colón atribuyó a Ciudad Real, en tiempos inmediatamente anteriores a la fecha en que escribe, una población 3.000 vecinos, casi 10.000 habitantes que, en pocos años se habrían visto reducidos a la mitad por las lluvias e inundaciones de principios del XVI. Resulta casi imposible aceptar ese punto de partida para los tiempos modernos. Sin embargo, la cifra dada por el hijo del descubridor para el momento de su visita -una estimación redondeada que asignamos al año 1515-, puede aproximarse a la realidad. Para dichas fechas, sólo hay registros de bautismos de la parroquia de San Pedro. Si ésta tenía entonces un porcentaje de la población de la ciudad igual o parecido al de tiempos posteriores -en torno a un 35 por 100-, la tasa de natalidad resulta coherente y abona la fiabilidad de la estimación de Hernando de Colón. En cambio, el vecindario de 1530, aun admitiendo tiempos de dificultades, está por debajo de la realidad. La población de Ciudad Real, al terminar el primer tercio del siglo XVI, alcanzaría un máximo de 6.000 habitantes. Es decir, se trata de un núcleo de tamaño medio para la época, en el que quizá por padecer cierta sobresaturación no fuera tan notable el incremento demográfico de los treinta primeros años del siglo XVI, como resultó en otras localidades de La Mancha.

La evolución demográfica de Ciudad Real en la Edad Moderna no puede seguirse con toda la precisión deseable y las conclusiones han de ser forzosamente incompletas, pues faltan los registros de la parroquia de Santiago, que presentaba ciertas peculiaridades, tanto desde el punto de vista social, como demográfico y sanitario y, además, los de Santa María del Prado y San Pedro sufren notables lagunas.

Gracias a trabajos como los de Carla Rhan Phillips para los siglos XVI y XVII, y los nuestros propios para el siglo XVIII, pueden apuntarse de manera aproximada los rasgos de evolución de la población de la ciudad en los tiempos modernos. Las cifras de bautismos sugieren un incremento, casi ininterrumpido, de los efectivos humanos desde 1525 hasta 1575. Los fragmentarios datos conocidos del primer tercio del XVI permiten afirmar que el número de bautizados se encontraba, al menos en S. Pero, en unas cotas bastante elevadas y coherentes con las cifras de población recogidas en el cuadro, sin que falten retrocesos sospechosos como en 1522-1524.

Del segundo tercio del siglo XVI, el período más duro, según se entrevé de los fragmentarios datos de bautismos, es el de 1557-1559. El año 1557 fue uno de los peores del siglo XVI. La crisis agrícola dio lugar a toda una serie de informaciones y debates por parte de los órganos de gobierno de la Monarquía y al despacho de numerosas provisiones sobre el cumplimiento de la tasa del grano. Ciudad Real parece haber sido afectada por esa crisis por lo que nos muestran las series de bautismos y de diezmos. No es extraño, por lo tanto, que la cifra del vecindario de 1561 resulte algo baja. De todas formas, el crecimiento de este segundo tercio fue de más de un treinta por ciento aproximadamente, muy considerable para una población del Antiguo Régimen, aunque, desde luego, inferior al de otros núcleos de La Mancha con mayores posibilidades de recibir aportaciones migratorias. La cifra máxima de población de este período superaría en muy poco los 7.000 habitantes, si es que llegó a alcanzarlos.

El último tercio del siglo XVI se inicia con un fuerte incremento en el número de bautizados y en el decenio de 1566-1575 alcanza los niveles más altos de toda la centuria. La responsabilidad de este aumento recae, en parte, sobre la aportación demográfica que significó la llegada de los moriscos expulsados del reino de Granada, tras el levantamiento de las Alpujarras, aunque las cifras anteriores a su entrada en la ciudad eran ya de por sí elevadas. Según un informe remitido a la Cámara de Castilla sobre el número de moriscos, cuando entraron en Ciudad Real, ésta vivía malos tiempos «por la mucha gente que en la guerra de Granada se había gastado... que los heredamientos de la tierra estaban sin labrar por la falta de cultivadores...». Testimonio que no es exacto, según se desprende de las series de diezmos y de bautismos.

Las clases dirigentes de Ciudad Real siempre han sentido la necesidad de aumentar los efectivos humanos. Es una corriente de la que pueden rastrearse testimonios desde el mismo siglo XVI hasta nuestros días. Evidentemente, dicha pretensión se comprende y explica por los beneficios que pudiera reportarles el aumento de población, pero también por la conciencia de las limitadas posibilidades de crecimiento de esta ciudad, lo que siempre les hizo esperar un hecho extraordinario, salvador de su triste destino. Unas veces serán los moriscos, otras la esperanza de algún órgano burocrático de la Administración Central, la capitalidad, una industria, un centro de enseñanza, etc.

Mateo del Saz fue un regidor de Ciudad Real con pretensiones hidalguistas que vivió en la segunda mitad del siglo XVI. Bien emparentado con toda la oligarquía, fue el encargado de remitir a la Cámara de Castilla el informe sobre los moriscos avecinados, sin duda por ausencia del corregidor. Su punto de vista, representa, por lo tanto, el de los grupos dirigentes de la ciudad. Tras contrastar la situación anterior a la venida de los cristianos nuevos, el regidor cuenta a los miembros de tan alto organismo de la Monarquía el recibimiento que, con los brazos abiertos, la ciudad hizo a los naturales del Reino de Granada:

«se comenzó a labrar y cultivar la tierra y entendiendo los vecinos el beneficio que de los nuevamente venidos habían de recibido, les hicieron muy buen acogimiento, dándoles casas de moradas y bastimentos a muy moderados precios de lo cual ellos han sido muy aprovechados y la ciudad muy beneficiada...»

Si hemos de creer el informe de Mateo del Saz, la ciudad recibió 700 casas de moriscos, es decir, más de 3.000 personas. No todas permanecieron en ella, a pesar de los esfuerzos de hombres como este regidor. Tres mil personas sobre una población de unos siete mil, significa una aportación de casi un cincuenta por ciento y, como resulta evidente, pudo originar una revolución en la vida material de la localidad. Las palabras de Mateo del Saz traslucen un deseo, palpable desde la llegada de tan numeroso contingente, de un considerable crecimiento de la renta y de una baja de los salarios. Es decir, lo más anhelado por los miembros de una oligarquía, tanto si labraban directa como indirectamente, en una ciudad de limitadas posibilidades de crecimiento. Otra valoración muy distinta sería la de los labradores arrendatarios y la de los jornaleros. Episodios como esta llegada reforzarían, sin duda, la repulsa popular hacia los descendientes de infieles.

Inteligentemente, el regidor trata de convencer al monarca de la pronta asimilación de los cristianos nuevos, el aspecto más preocupante para la Administración filipina, y de que en Ciudad Real no se producirán problemas de orden público. Según sus palabras, encomendaron a los moriscos en lo espiritual a los curas y clérigos para su instrucción en la fe católica y a los regidores y caballeros «para que los acuadrillasen y tuviesen cuidado que viviesen políticamente...» Función propia, por lo tanto, de la nobleza local: servir de fuerza de orden público en ocasiones semejantes. En el escrito de Mateo del Saz se adivina la rivalidad con las localidades comarcanas, que por su elevado vecindario y grandes términos municipales, impiden a Ciudad Real asentar su primacía en la región. Por ello, nada mejor que negarles a éstas la aportación demográfica morisca, alegando, por un lado, su pertenencia a las Ordenes Militares y, por otro, la huella dejada en los expulsados por tan largo y trabajoso camino desde el reino de Granada:

«y ellos por su pobreza v nuchos impedimentos no son hábiles para mucho camino...»

Terminaba pidiendo, tanto para el servicio del rey como para beneficio de los moriscos, que los asentase definitivamente en Ciudad Real, con el supremo argumento de ser territorio realengo:

«es mi parecer V.M. los debe mandar asentar y estar quedos en esta tierra que es de la Corona Real de V.M....»

Si no todos, sí un número muy importante de moriscos quedó avecindado en la ciudad. Según el padrón de 1586, 14 años después de la llegada había 401 vecinos moriscos. Si admitimos que tenían familias algo más numerosas que las de los cristianos viejos y les aplicamos el coeficiente cuatro, obtenemos 1.604 personas; es decir, representaban entre de un 20 a un 24 por 100 de la población de la ciudad, porcentaje que concuerda muy bien con las cifras de expulsados publicadas por Lapeyre. Ciudad Real va a vivir durante pocos años una de sus escasas edades de oro de su historia.

Sin embargo, el último tercio del siglo XVI no va a estar exento de crisis y retrocesos. El ritmo ascendente se ve roto por los malos años de 1577, 1579, 1585, 1589. Pasado este último, tanto Santa María como S. Pedro experimentarían un último auge en los umbrales del XVII. Las cifras de población de 1591 y 1597 recogidas en el cuadro resultan coherentes. En este último tercio Ciudad Real debió superar en muy poco los 8.000 habitantes si es que llegó a alcanzarlos. En todo caso, los datos del último decenio revelan una ciudad estancada o con leves síntomas de descenso. San Pedro todavía presenta cifras altas de bautismos entre 1601-1605. En este tercer tercio del siglo XVI el crecimiento de la ciudad, como el de toda la región, fue más lento con respecto al período de 1530-1561. Ciudad Real incrementa sus efectivos como máximo en un 20 por 100, de tal forma que el crecimiento entre 1530 y 1591 supone algo más del 50 por 100. Ciudad modesta desde el punto de vista del número de hombres, pero ni siquiera esa cifra lograría mantenerla durante mucho tiempo, pues supone un crecimiento muy importante que, desde luego, no podía hacerse sólo a costa de la agricultura.

Especialmente nefasto para Ciudad Real será el primer cuarto del siglo XVII. La caída es brutal en Santa María antes de 1610 y en S. Pedro un poco más tarde. Las oscilaciones de esta parroquia son algo menores, pero siguen prácticamente la misma tendencia. La ciudad recibió un fuerte mazazo con la salida de los moriscos, causa, si bien no única, de un hundimiento tan profundo. Esta supuso, si los datos de Lapeyre son correctos, una pérdida de algo más del 20 por 100 de su vecindario. En la Corona de Castilla fueron raras las localidades con un porcentaje de población morisca tan alto como el de nuestra ciudad. La evolución de Ciudad Real contrasta con la de otras localidades de la región en las que los años peores cabe situarlos entre 1635 y 1655. Aquí, por el contrario, desde 1625 las series de bautismos y matrimonios sugieren una lenta recuperación, a pesar de las acusadas oscilaciones anuales. Esta tendencia sufrirá una quiebra con algunas crisis aisladas, pero son pasajeras y la marcha ascendente no para, salvo en epidemias más o menos espectaculares, como en 1684-1685. La crisis del XVII supuso para Ciudad Real no sólo una pérdida de población en números absolutos, sino también una disminución de su peso específico dentro de La Mancha occidental, donde estaba enclavada: de un 3,5 por 100 en el primer tercio del siglo XVI a un 2,38 por 100 a fines del XVII. Respecto a las cifras de población del XVIl parece bastante correcta los poco más de 5.000 habitantes de 1621. Quizá hubiera algunos más, pero no muchos, pues dicha estimación está fechada en uno de los peores momentos de su historia moderna: hace pocos años que ha perdido más del 20 por 100 de su vecindario y ha sufrido una profunda crisis económica y demográfica. La de 1631, tomada del vecindario para el reparto de la sal, resulta asimismo coherente. La de 1690 también parece correcta, aunque quizá algo baja. En resumen, podemos decir que Ciudad Real en el siglo XVII tuvo una cifra mínima de 5.000 habitantes y una máxima de 6.000. Teniendo en cuenta la evolución de los bautismos, con tendencia al alza desde 1625, aunque en términos modestos, hay que concluir que Ciudad Real presenció la salida de bastantes de sus hijos, emigrados en busca de mejores condiciones materiales que las ofrecidas por una ciudad con una agricultura limitada v una industria en franca decadencia.

Los primeros años del siglo XVIII siguieron la modesta tendencia ascendente del último período del anterior. Las pésimas cosechas de 1708 y 1709 provocaron una crisis, la más espectacular del Setecientos, equiparable a las de 1684 y 1804. Sin embargo, no fue más que un paréntesis dentro de un lento proceso de ascenso, como prueban las altas cifras de matrimonios de 1710 y 1711. El crecimiento se acelera de manera espectacular a partir de 1720, entrando Ciudad Real en otro de sus períodos de auge.

Este panorama se ve bruscamente truncado en 1735. Desde hacía muchos años, la población no había hecho sino aumentar, de manera muy modesta a partir de 1625, y con vigor durante los últimos años. Nos resistimos a apelar a la ruptura maltusiana, pero sin duda quizá había demasiadas bocas. Las grandes crisis anteriores a los años treinta, como la de 1684 o la de 1708, revisten en las gráficas gran espectacularidad; sin embargo, afectaron durante unos meses, todo lo más, un año. Por el contrario, a partir de 1735 no se aprecian grandes aumentos en los entierros, pero la crisis es más grave. La caída de matrimonios y bautismos se prolonga durante siete años y da al traste con un futuro esperanzador.

A partir de 1744, las cifras de bautismos se estancan en valores relativamente altos. El comienzo de la década de los cincuenta resulta poco halagüeño. Sin embargo, el período de 1760 a 1770 es para Ciudad Real de moderado crecimiento. Tal vez fue un momento de adecuación correcta entre población y recursos. Por ello no resultan sospechosas las cifras del censo de 1768. Posteriormente, se producirá una ligera regresión que se prolonga hasta la epidemia de tercianas de 1785-1786. Esta no parece haber sido especialmente grave, a pesar de la abundante literatura que generó, aunque esta afirmación es forzosamente parcial, pues faltan los registros de Santiago, parroquia donde estas enfermedades eran endémicas. Las curvas de Ciudad Real, si exceptuamos un ligero resurgir en San Pedro, permanecieron estancadas, la pendiente se acentúa a partir de 1800. No son raros, por lo tanto, los datos de 1802. La crisis de 1804 terminaría por agravar una situación ya de por sí no demasiado brillante.

Ciudad Real, por lo tanto, no logró superar un máximo que puede establecerse en torno a los 9.000 habitantes, ni siquiera en el siglo XVIII, edad de oro de la agricultura. Con una economía de base tradicional, junto con una demarcación reducida, la demografía ciudarrealeña había dado de sí todo lo que podía dar con tales estructuras materiales. Para superar ese techo la única salida, como muy bien conocen personas como Mateo del Saz o los redactores de los capítulos de 1622, era industrializar la ciudad o convertirla en un centro terciario. Pero esto último ocurrirá ya en el período contemporáneo.

Las estructuras demográficas

La estructura demográfica de Ciudad Real, como no podía ser de otra manera en una población del Antiguo Régimen, se caracteriza por una elevada natalidad, alta mortalidad general y, sobre todo, infantil, presencia de la mortalidad catastrófica, distribución estacional específica y pirámides de edades de tipo antiguo.

El año agrícola condicionaba, en gran medida; las variables demográficas, especialmente la natalidad y la nupcial¡dad. Ciudad Real tiene pagos distantes del núcleo de población, con numerosas aldeas -como Benavente, Sancho Rey, Ciruela, etc.-, despobladas durante gran parte del año, en las que se asentaba una población flotante de mayorales, zagales y gañanes de labor durante la época de las faenas. Todo esto supone, forzosamente, alteraciones en ritmo de las concepciones y también de los matrimonios. No obstante, la ciudad, como veremos en su momento, presentó siempre una estructura socioprofesional variada, con sectores más o menos numerosos según las épocas, que no trabajaban ni vivían del campo. Así, las oscilaciones estacionales no presentan un carácter tan acusado como en las poblaciones estrictamente agrícolas.

Las fluctuaciones estacionales de las concepciones no exhiben novedades en relación a las de una sociedad del Antiguo Régimen. Los meses de mayor número eran abril, mayo -sobre todo- y junio que le sigue de cerca e incluso la primera parte del mes de julio. No obstante, también en diciembre y enero presentan un alza, aunque no tan acusada. Parece como si la expectativa de cosecha, así como el escaso trabajo agrícola de esos meses favoreciera la fecundación. Por el contrario, los meses de septiembre, octubre-especialmente éstey noviembre son los de menor número de concepciones. La baja otoñal de las concepciones hay que ponerla en relación, por un lado, con la vuelta a los trabajos agrícolas, sementeras y barbecheras, y también con el elevado número de enfermedades que la ciudad padecía en la citada estación. La baja de Cuaresma resulta relativamente insignificante. Por tanto, la mayor parte de los ciudarrealeños recibían las aguas bautismales en enero, febrero y marzo, seguidos a distancia por septiembre y octubre.

Puerta del Perdón (siglo XIII)   Puerta del Perdón (siglo XIII), la más antigua de la iglesia de Santa María, Basílica Menor desde 1967 y catedral desde 1980.

La celebración del mayor número de matrimonios se produce en el invierno -de septiembre a febrero-. Los matrimonios empiezan a aumentar con el final de la recogida del grano y presentan una segunda alza en mayo. Los meses más bajos son marzo, abril, junio, julio y agosto. El descenso más importante se aprecia en el mes de julio, sin duda a causa de las faenas agrícolas, siendo esta caída más pronunciada que la de marzo debida a las recomendaciones eclesiásticas. La baja de Adviento apenas se nota. Por lo tanto, otoño era la estación de las bodas y primavera la de las concepciones.

Las estaciones en las que la muerte visitó los hogares de Ciudad Real son las de verano y otoño. La mortalidad empieza a ascender en julio y suele culminar en septiembre u octubre. El invierno no era demasiado peligroso para los ciudarrealeños, aunque el mínimo de defunciones se registra en primavera. Las oscilaciones estacionales de la mortalidad infantil siguen la misma tendencia de la general, aunque los meses veraniegos, como ha sucedido hasta casi nuestros días, resultaron fatales para los niños.

El resultado de dividir los bautismos entre las bodas por períodos constituye un índice muy grosero de la fecundidad de una población del Antiguo Régimen que puede utilizarse con carácter indicativo cuando, como sucede en este caso, la reconstrucción de familias no resulta posible. En Santa María aparecen a fines del XVI unos índices excesivamente altos, hasta el punto de resultar sospechosos; quizá sólo puedan explicarse por la llegada de los moriscos. Bodas celebradas fuera y bautismos que tienen lugar en la ciudad. Incluso el primer quinquenio del XVII presenta una relación elevada. Sin embargo, el índice entre 1606 y 1625 se mantendrá en unos límites reducidos -en algunos de los quinquenios, extraordinariamente bajo que sugieren incluso la salida de otros vecinos, además de los moriscos. En San Pedro la tendencia de este período es parecida, si bien no tan acusada. En el resto del XVII, los cocientes sin ser tan exiguos, salvo excepciones, tampoco alcanzan cifras altas. Hay que esperar al XVIII para que empiecen a aparecer bastantes quinquenios con el coeficiente 4, tasa muy elevada. Sin embargo, a partir de 1730-1740 tan elevada correlación no puede mantenerse y las cifras, sin ser bajas, sugieren un ritmo demográfico más modesto, exceptuando el último período de auge del XVIII.

El Censo del Conde de Aranda nos permite contrastar la estructura por edades de las tres parroquias de Ciudad Real. Como era de esperar, la ciudad presenta unas pirámides correspondientes a a las de una población inserta en el ciclo demográfico antiguo. Destaca, en primer lugar, la ancha base, superior en más de tres puntos a la nacional. Refleja ésta una elevadísima natalidad, constatándose así la fiabilidad del recuento por las elevadas cifras de bautismos correspondientes a los años anteriores. Nos encontramos, pues, ante una natalidad en expansión. La disminución del segundo grupo es notable como consecuencia de la elevada mortalidad infantil. Si los datos son correctos, en el tramo de los 7 a los 16 años las parroquias de Ciudad Real presentan porcentajes de población superiores a los nacionales, lo que nos hablaría de una menor mortalidad infantil; aunque en el tramo siguiente la evolución es discordante por colaciones. Los grupos de edades maduras reflejan una población que estuvo sometida en otro tiempo a sobremortalidades en el caso en los hombres, aunque en el de las mujeres se asemeja más, exceptuando Santa María del Prado, a las medias nacionales. Muy pocos hombres llegaban a viejos, menos que la media nacional, sobre todo en Santa María. De las tres pirámides la más parecida a la española es la de San Pedro. Como particularidad hay que destacar el grupo femenino de 7 a 16 años tan pronunciado en Santa María del Prado.

Los movimientos migratorios de la España moderna son mal conocidos. Y Ciudad Real en esto no es una excepción, si exceptuamos la emigración forzosa de la minoría morisca en 1610. Los cocientes de fecundidad sugieren que la ciudad debió perder población por salida de sus habitantes a otras tierras durante parte del siglo XVII. Ahora bien, Ciudad Real, como todos los núcleos de mediana entidad demográfica, atrajo gentes en número, sin duda, insuficiente para compensar la salida de emigrantes. Por testimonios indirectos sabemos que ejercía cierta atracción para los hombres de la zona de los Montes. De todas formas, el papel de la ciudad como centro de inmigración estaba muy limitado por encontrarse rodeada de núcleos importantes como Daimiel, Almagro, etc. No obstante, la presencia de grandes hacendados, como veremos en el capítulo correspondiente, hacía que éstos necesitasen una mano de obra, tanto eventual como fija, muy numerosa. De la primera, desgraciadamente, sólo tenemos datos fragmentarios. Así, en diversos contratos de siega del xvii, estos caballeros hacendados llamaban destajeros de Ciudad Real, desde luego, pero también de Daimiel y Torralba, es decir, de localidades relativamente próximas. Por otra parte, los titulares de las grandes haciendas necesitaban también mano de obra fija. El Catastro del Marqués de la Ensenada nos proporciona las localidades de origen de algunos de estas criadas y criados de servicio, labor y ganado:

Quitando algunas situaciones especiales derivadas de la trayectoria de la familia de sus amos--como, por ejemplo, algún criado de Vizcaya o de Valencia-- mayoría de los de labor y ganado son de pueblos cercanos -Miguelturra, Fernancaballero, etc.-. Caso curioso los 179 criados de ganado de Cuenca y León. Son los mayorales, ayudadores y zagales de las cabañas merinas pertenecientes a miembros de la oligarquía de la ciudad. Por lo tanto, aunque figuren en las declaraciones de los señores de ganado, su presencia en la ciudad era reducida: todo lo más unos días en mayo y otros en septiembre, cuando subían o bajaban a las montañas. Y eso siempre que invernaran en el Valle de Alcudia o en el Campo de Calatrava, pues quizá algunos años, si pasaban al invernadero en Extramadura, no precisaban pasar por la ciudad para ir a los agostaderos.

No cuenta Ciudad Real con ninguna monografía que verse sobre la historia de la familia en la Edad Moderna. Sin embargo, algunos rasgos pueden extraerse elaborando los datos contenidos en el Libro de Personal del Catastro del Marqués de la Ensenada. La familia en la Edad Moderna puede entenderse en el sentido estricto, aquéllos con lazos de parentesco, o en un sentido amplio incluyendo a los criados, criadas y población dependiente. En este segundo caso, el historiador atiende más al aspecto social que al estrictamente demográfico. La familia está íntimamente relacionada con el problema del coeficiente.

El coeficiente medio de la ciudad era en 1752 de 3,79 sin incluir las criadas y criados de servicio y de 3,96 incluyéndolos. Estos coeficientes serían algo inferiores si para hallarlos no hubiéramos tenido en cuenta a los religiosos de los conventos. Como resulta evidente ni es del todo correcto incluir a todo el servicio doméstico, masculino y femenino, dentro de la familia, ni tampoco lo es considerar que todos los criados de labor y ganado fueran miembros de otras familias. Estudiando detenidamente el padrón aparecen criadas duplicadas -constan en casa del amo y en la de su familia- y criados de labor de los que se tiene la certeza de que vivían en casa del amo. Evidentemente, no es éste el lugar adecuado para realizar una crítica exhaustiva del Libro de Personal del Catastro. Conformémonos con pensar que las criadas y criados de servicio que incluyamos de más, compensarán los de labor y ganado que convivieran con sus amos.

Como es lógico, sólo pueden sacarse conclusiones válidas sobre el tamaño de las familias en aquellos grupos profesionales o sociales que cuentan con un número de individuos suficiente. Llama la atención el escaso tamaño medio tanto de la familia hidalga como de los cargos perpetuos de honra. Quizá la mejor posición económica de este sector social lleva a los hijos a una temprana independencia. Por el contrario en los labradores y, sobre todo, en los ganaderos, los hijos permanecían más tiempo bajo la tutela paterna. Algunos de ellos son hombres maduros que sirven de ayudadores o zagales al padre. También hay un sector relativamente alto de labradores que dispone de servicio doméstico. Por el contrario los sirvientes de labor y jornaleros presentan familias de tamaño medio muy reducido. Cabría decir que tanto los que tienen mucho como los que no tienen nada tienden a separarse pronto del núcleo familiar. Al contrario de los sirvientes de ganado, cuyas familias son, por término medio, grandes. Quizá la explicación resida en la costumbre muy enraizada entre las familias de pastores de formar dinastías al servicio de un mismo señor de ganado. Es frecuente que el padre sea mayoral y el hijo ayudador del mismo amo, o bien el cabeza de familia ayudador y el hijo zagal.

De muchos oficios artesanos no hay número suficiente como para aventurar unas conclusiones válidas. Las familias de los maestros suelen ser algo mayores que las de los oficiales, pero tampoco mucho, salvo excepciones. Destacan en este sentido los panaderos que presentan un coeficiente muy alto, debido sin duda a la cohesión que ofrece el negocio familiar. Casi todos presentan una media superior a 4. También llama la atención el escaso número de personal de servicio del sector secundario, lo que de por sí nos habla de su debilidad económica.

El sector terciario presenta unas familias con coeficientes superiores a cuatro, si exceptuamos los eclesiásticos, por razones obvias y los servicios diversos. También son grandes las familias de los profesionales y muy grandes las de los oficios públicos.

Contar con el personal de servicio sólo altera significativamente el coeficiente en los hidalgos, con un aumento de casi tres puntos; en los cargos perpetuos de honra, casi con el mismo incremento; mientras que los oficios venales menores sólo lo hacen en poco más de un punto. La familia de los altos representantes de la Administración, ya de por sí muy grandes, aumentan significativamente hasta situarse en un coeficiente exhorbitante que supera el nueve, claro que como sólo son cinco, esto resulta poco significativo.

También sufren alteraciones al incluir el servicio doméstico, aunque mucho más modestas, los labradores y los eclesiásticos.

Como conclusión, obvia por otra parte, podemos decir que al final de los tiempos modernos, Ciudad Real no parece haber salido del ciclo demográfico antiguo: ni ha conseguido alcanzar esa cifra simbólica de los 10.000 habitantes, ni se ha producido una reducción de la natalidad ni de la mortalidad infantil. En cuanto a la mortalidad catastrófica, la peste, como en el resto de la Corona de Castilla había desaparecido hacía tiempo, pero tercianas y tabardillos, enfermedades a las que se uniría pronto el cólera, entrarían en los tiempos contemporáneos. El desfase del modelo demográfico español en relación al europeo se hace más patente en casos como el de Ciudad Real.