Los procesos electorales durante el régimen liberal

CIUDAD REAL DEL SIGLO XIX

LOS PROCESOS ELECTORALES DURANTE EL RÉGIMEN LIBERAL

Uno de los capítulos más reveladores de la estructura y de los comportamientos sociales de una región es el análisis de los procesos electorales que en ella se han desarrollado. Aunque la historia y la sociología electorales tienen aún en la provincia de Ciudad Real numerosas zonas de investigación, han aparecido en los últimos años suficientes estudios para que sea posible abordar una síntesis.

Sin duda la época menos estudiada es precisamente la correspondiente a los albores del régimen liberal: la guerra de la Independencia v los reinados de Fernando VI e Isabel II. En plena lucha contra los franceses, la Junta Central Suprema Gubernativa del Reino decidió hacer una «consulta al país», previa a la convocatoria de unas Cortes. Serían éstas las reunidas en Cádiz, en que se elaborara la primera Constitución española. Ciudad Real formaba parte entonces de la provincia de La plancha, a la que correspondían cuatro diputados. La ocupación que por parte de los franceses sufrían tanto la ciudad como la región manchega hizo que sus representantes tuvieran que salir de los naturales de esa región que se encontraban a la sazón en Cádiz. De aquellas Cortes salió una normativa electoral que se aplicaría en la siguiente convocatoria de Cortes ordinarias de 1813 y luego en las del Trienio liberal, en junio de 1820 v en febrero de 1822. La Les de 23 de mayo de 1812 establecía la creación ele juntas parroquiales para las elecciones municipales, que tenían carácter indirecto, pues en dichas juntas eran elegidos los electores que, en el día festivo que siguiera al tic las juntas parroquiales, elegirían a los oficios municipales. Del recelo a las irregularidades en estos procesos clan idea órdenes como la de jefe político de Ciudad Real de ,suspender la celebración de la misa del gallo fundado en que puede producir algún desorden>,. medida a la que se opone el Ayuntamiento, si bien decide crear <

Para renovar el Ayuntamiento en 1823, se celebraría en la sacristía de la parroquia de Nuestra Señora del Prado la primera ronda electoral, para elegir los electores, y, el día 8 de diciembre de 1822, en las Casas Consistoriales, la segunda ronda para elegir los cargos del Ayuntamiento, de la que saldrían elegidos alcaldes constitucionales don Juan Treviño v don Tomás Romero. Previamente se habían fijado bandos, advirtiendo a la población de que «el nombramiento de individuos del Ayuntamiento era una de las operaciones más delicadas del sistema representativo», para lo cual «a fin de evitar el origen de la discordia entre convecinos s aun de las mismas familias cuando la unión y la fraternidad de todos los ciudadanos españoles es hoy más necesaria (...), en las indicadas juntas ni en las calles y plazas inmediatas se permitirá tener armas ni garrotes».

Los procesos electorales en la época isabelina

Muerto Fernando VII, el Estatuto Real que, más que una Constitución propiamente dicha, era una convocatoria de Cortes, estableció un sistema bicameral, con un Estamento de Próceres o Cámara alta y un Estamento de Procuradores o Cámara baja, con 188 representantes, de los que correspondían cuatro a la recién creada provincia de Ciudad Real, según la división administrativa establecida por Javier de Burgos. De esta representación parlamentaria hay que subrayar su restringido carácter censitario, pues se necesitaba una renta anual mínima de 12.000 reales para tener derecho al voto, t. la inclusión de instituciones como las Reales Sociedades Económicas de Amigos del País con derecho a representación parlamentaria. Precisamente la creación de la Sociedad Económica de Ciudad Real que se había considerado inviable a comienzos de siglo, ahora se hizo realidad por este motivo, aunque su vida no fuera duradera ni próspera, pues las razones sociales y culturales que se aducían para justificar la poca viabilidad de su creación seguían tan vigentes como medio siglo antes.

El número de electores por la provincia de Ciudad Real era de 1.420, de los que 1.221 pertenecían al grupo de los mayores contribuyentes de la provincia. Durante la época de Isabel II ya es posible advertir en la provincia la presencia del poder y la organización caciquiles, inherentes al gran proceso económico de la desamortización que precisamente por esos años estaba transformando las formas de propiedad y creando una nueva clase social de terratenientes vertiginosamente enriquecidos en este gran negocio.

Moderados y progresistas, las dos familias políticas del régimen isabelino, restringen o amplían, según sus principios y modelos políticos, las bases electorales. Los moderados, siguiendo el modelo del liberalismo doctrinario francés, mantienen el sistema censitario, con una base electoral reducida de contribuyentes, con un elevado número de diputados no elegidos y con una estructura de distritos electorales de tipo comarcal, que daba una hiperrepresentación a la España rural; por su parte, los escasos períodos de gobiernos progresistas ampliaban las bases electorales e intentaban implantar los distritos pluripersonales que potenciaba la representación de los ámbitos urbanos. El campo era así el gran feudo electoral del moderantismo, mientras que la ciudad y los distintos niveles de la burguesía y las clases menestrales eran las bases del progresismo.

Electores y caciques en el régimen de la Restauración

El régimen de la Restauración, obra esencialmente de una oligarquía, restableció el sufragio censitario, es decir, la capacidad o el derecho al voto ligados a una situación económica de contribuyente o a una determinada condición social o cultural. La ley electoral de 1878 reservaba el voto a los varones, mayores de 25 años, que pagasen una cuota mínima de contribución al Tesoro Público de 25 pesetas anuales por contribución territorial o de 50 pesetas de subsidio industrial durante dos años al menos. Tenían también ese derecho electoral las llamadas capacidades, es decir, aquellas personas con ciertas titulaciones académicas.

Esta forma de voto restringido por limitaciones contributivas o culturales permaneció hasta que la ley de 26 de junio de 1890 estableciese el sufragio universal, en donde quedaban las limitaciones de edad (25 años) o de sexo (sólo varones), pero desaparecían las demás limitaciones económicas. Esta ley amplió sensiblemente el cuerpo electoral, que en la provincia de Ciudad Real pasó de 13.000 a más de 92.000 electores.

La nueva ley electoral de 1907 incluyó un artículo, el 29, muy importante y significativo en el contexto de una España de predominio rural, fuertemente despolitizada, terreno abonado para la manipulación electoral. Tal artículo establecía que «en los distritos donde no resulten proclamados candidatos en mayor número de los llamados a ser elegidos, la proclamación de candidatos equivale a su elección y les releva de la necesidad de someterse a ella». Eran los distritos «no competitivos», en los que no era necesario, por tanto, celebrar la elección. Varios de los diputados por los distritos de esta provincia lo fueron por el artículo 29, una de las muestras más palpables del caciquismo que presidía la vida electoral.

Uno de los fenómenos más característicos, aunque no privativo, del régimen de la Restauración es el del caciquismo. Hasta el punto de que se la haya considerado planta parásita específica de aquel sistema político. Como realidad social responde a las estructuras de un país de abrumadora población rural, con un tipo dé propiedad polarizada tanto en el latifundismo como en la pequeña propiedad. Ya en su época se le tenía como un «nuevo feudalismo», visible en la escala de poder y de dominio que se establecía entre los terratenientes y los campesinos. La desamortización había sido su mejor caldo de cultivo. Aquella gran transferencia de propiedad rural había sido la causa más inmediata tanto de la aparición de esa nueva clase de propietarios compradores de bienes desamortizados como de la proletarización de miles de campesinos. Estudios como el de José María Barreda sobre el comportamiento electoral durante la Restauración comprueban la fuerte vinculación de los diputados y senadores por la provincia de Ciudad Real con la propiedad agraria de la región y, más concretamente, el significativo porcentaje que entre ellos ocupan los enriquecidos por compra de bienes desamortizados: «De 67 diputados diferentes que hubo entre todos los distritos de Ciudad Real desde 1876 hasta 1923, 27 están perfectamente localizados como compradores de bienes desamortizados, es decir, prácticamente la totalidad de los diputados no cuneros.»

La llamada «plazuela de Dan Luis» a comienzos de nuestro siglo, con el edificio del Palacio Provincial  

La llamada «plazuela de Dan Luis» a comienzos de nuestro siglo, con el edificio del Palacio Provincial. A la izquierda, el primitivo teatro «Cervantes».

Estaba el caciquismo en la base del juego político que permitía aquella España de «partidos de no tables», instala-dos en Madrid, y de una asa de electores desmovilizada y apática. El vínculo entre el campo y la ciudad, entre Madrid y su entorno rural, entre la España real y la España oficial era precisamente el cacique. El caciquismo era sobre todo una red de pactos entre el gobierno y las fuerzas reales de cada pueblo o de cada región. El cacique era uno de los componentes más característicos de la vida de los pueblos. Un periódico extremeño, La Crónica de Badajoz, definía con gran agudeza lo que había sido y era el fenómeno del caciquismo, en una región de caracteres tan similares a la Mancha como aquélla: «El caciquismo es a la vida parlamentaria lo que la filoxera a la vida. Nació pobre y se ha hecho rico; creció a la sombra del Ayuntamiento y los bienes comunes han sido el origen de su fortuna. Comenzó sirviendo a los poderosos y siendo cómplice de los atrevidos. Es con el rico y con el que manda blando como la cera y con el pobre y el caído duro como el hierro. La gramática parda es su diplomacia, los expedientes su arma, los chanchullos su vida (...). Con los progresistas desamortizó, con los moderados se aprovechó de lo amortizado. Fue revolucionario en septiembre del 68, se hizo después republicano y pasó con la mayor facilidad de cantonal a alfonsino. El no quita ni pone rey, pero ayuda siempre a su señor.» El periódico satírico El Madrid Político publicaba en 1885 esta semblanza del cacique:

«Estoy centuplicando mis caudales

con las compras de bienes nacionales.

Conmigo se cartean,

los hombres que en España mangonean

en esto de política, y me miman,

me buscan y me estiman,

y hasta me tienen su palabra dada

de que si hago una vez tal bribonada

que a las gentes togadas alborote,

han de sacarme con su influjo a flote.»

Las formas de manipulación electoral

Una vez establecido en el encasillado, aún quedaba un amplio margen para asegurar los resultados electorales convenientes, que se concretaba en numerosas formas de presión y de manipulación en el proceso electoral, en el que eran figura clave los interventores. Como escribe José María Barreda, «los interventores de los candidatos solían ser quienes, secundando a los caciques locales, delegados gubernativos y alcaldes adictos, llevaban a cabo las trampas y las coacciones, sabiéndose respaldados incluso hasta por la propia Guardia Civil que, a veces, y sucedió en no pocos casos, intervenía directamente». Los candidatos precisaban de encontrar interventores, en sus clientelas o comprándolos, pues la escasa militancia y la endeble organización de los partidos no se los podían proporcionar.

Los propios alcaldes, la policía municipal, hasta los serenos y en alguna ocasión, como se ha indicado, la propia Guardia Civil, eran peones del Gobierno para asegurar los resultados prefijados. Barreda reproduce un artículo publicado en el Diario de La Mancha tras las elecciones de 1910 que denuncia la intervención de agentes municipales para controlar el voto en favor del candidato gubernamental en el distrito de Ciudad Real-Piedrabuena, en el que competían el candidato oficial, Rafael Gasset, liberal, y el candidato local, el conservador marqués de Treviño, poniendo de manifiesto que «entusiastas gassetistas han obsequiado a don Rafael con votos reclutados al mágico son de las pesetas; los gassetistas no se han enterado por lo visto de que infinidad de votantes del elemento oficial tenían que enseñar las papeletas a algunos señores colocados a tal fin en las puertas de los colegios, sin duda para enterarse si cumplían bien ciertos encargos y pregonar de tal manera la puridad del sufragio; han olvidado que de los cien mil votos obtenidos por Gasset, varios centenares los debe únicamente a la recolección de frutos ministeriales, a la influencia del poder oficial; olvidaron también que, no un particular como el señor marqués de Casa Treviño, sino unas autoridades han visitado en comisión a los jefes de las oficinas y a cuantos pudieran tener relación con ciertos centros; no tienen presentes cómo los directores de su campaña electoral han utilizado desde la persuasión toda la escala de medios para atraerse votantes; quieren ocultar, como si eso fuese posible, que en las pasadas elecciones el ministerialismo ha dado más frutos que en otra alguna».

Ceferino Sarico Diez, farmacéutico, alcalde de Ciudad Real en 1909  

Ceferino Sarico Diez, farmacéutico, alcalde de Ciudad Real en 1909, cuyo nombre se le diera a la actual calle de la Mata.

La fiscalización previa del voto, especialmente factible sobre los funcionarios y dependientes de la administración, y la compra tanto del voto individual como del censo entero en un distrito, eran métodos tenidos como normales. Esto último era más común en distritos rurales. A comienzos de siglo se llegaba a pagar hasta un duro por cada voto. Algunas veces el pago no era en dinero sino en especie. A veces un candidato oficial podía verse sorprendido por la mayor generosidad de su oponente a la hora de la compra de sufragios. Como decía el conde de Romanones que, en esta materia era hombre de gran experiencia por su continuado cacicazgo en Guadalajara: «Diecisiete elecciones llevo en el distrito de Guadalajara; si allí llega un candidato con 25.000 duros y yo no tuviera cantidad análoga que oponerle, sería derrotado.» El propio Rafael Gasset, tan afincado electoralmente en La Mancha, denunció en El Imparcial de Madrid y en La Tribuna de Ciudad Real cómo el candidato Fernández Tejerina había comprado en 65.000 pesetas el censo de Torralba: «Llegué a aquel pueblo y reunidas en el Ayuntamiento unas ochenta personas, gentes de calidad, un diputado provincial y el alcalde, nos dijeron sin recato alguno, con toda claridad, sin ocultación de ningún género, que en la mañana de aquel día había estado en el pueblo el candidato hoy triunfante y había ofrecido trece mil duros por el censo de Torralba. A renglón seguido se nos manifestó, también sin embozo de ningún género, que si por mi parte o por la de mis amigos había posibilidad de entregar esa cifra, estaban dispuestos a entregarme el censo.» Sucedía esto en las elecciones de 1919.

Ciudad Real y su provincia fueron durante toda la Restauración distritos dóciles para el Gobierno de turno, donde tenía fácilmente asegurados sus candidatos y donde a lo sumo se le respetaba a la oposición algún distrito, que no fuera de gran importancia o donde existiera un «cacicato estable» con el que fuera más cómodo o rentable pactar aunque fuera de la oposición.

El distrito de Ciudad Real tuvo durante casi un cuarto de siglo una significativa continuidad de políticos conservadores como sus representantes tanto en el Congreso como en el Senado. De 1879 a 1903 ocuparon ininterrumpidamente esa representación, alternándose en ambas cámaras, don Juan Acedo-Rico y Medrano, conde de la Cañada, y don Luis del Rey y Medrano. El primero, uno de los mayores contribuyentes de la provincia, cuyo padre había sido teniente general, senador vitalicio y Grande de España de primera clase, resultaría elegido en las elecciones de 1891, 1896, 1898, 1899, 1901 y 1903. El segundo era también hijo de un alto jefe del Ejército, capitán general en varias regiones, y su madre estaba también entre los primeros contribuyentes de la provincia.

El carácter predominantemente rural y funcionarial de la capital manchega hizo siempre que el «encasillado» no presentara grandes dificultades y que el pacto para determinar los candidatos cómodos al gobierno se realizase con la normalidad que el propio sistema precisaba. En esto se diferenciaba de otras capitales de provincia y, por supuesto, de los mayores núcleos urbanos donde el «encasillado» era más problemático y, por consiguiente, donde el Gobierno podría encontrarse desagradables sorpresas a sus intereses en el propio acto de la votación. En Ciudad Real no eran previsibles tales sorpresas. «Puedes estar descuidado si fueses encasillado», decía una aleluya política de la época.

Ajeno al vocabulario electoral de nuestros días, el término «encasillado» precisa una breve explicación por muy expresivo que sea. Era uno de los pasos claves en el proceso electoral, de hecho el más importante porque en un alto porcentaje dejaba asegurado el triunfo electoral de los candidatos convenidos. Consistía en colocar en cada distrito al candidato que luego resultaría elegido. Situado así cada candidato en su «casilla», la elección prácticamente ya estaba hecha, pues salvo en casos excepcionales o en algún distrito difícil, los votantes no harían más que ratificar con su sufragio a los candidatos «encasillados», esto es, pactados desde el ministerio de la Gobernación, a través de los niveles provinciales, es decir, de los gobiernos civiles, y de los niveles locales, caciques o notables. A través de la prensa de la época, Barreda reconstruye uno de estos procesos en Ciudad Real, previo a las elecciones de 1907. Como siempre ocurría en este proceso, los notables locales del partido que iba a dirigir el proceso electoral se reunían para llegar al acuerdo de quiénes iban a «encasillar». En este caso, los notables del partido conservador se reunieron en un hotel. El periodista que da la noticia escribe: «En aras de los intereses políticos del partido en que los señores Rey y conde de la Cañada militan, y más aún en aras del bienestar que a esta tierra puede traer la completa organización de ese partido, estando en el poder, los dos ilustres manchegos tardaron poco tiempo en ponerse de acuerdo orillando diferencias y conviniendo en que ninguno daría su nombre para aspirar a la representación en Cortes y en cambio sus respectivos amigos votarían unidos la candidatura que allí se acordara, dejando el nombre de don Luis del Rey para luchar por un puesto en la elección de senadores. Faltaba elegir la persona que, siendo lazo de sincera unión, tuviese méritos bastantes para presentarlo al cuerpo electoral como candidato y también en este punto, difícil y trascendental, se llegó pronto a una inteligencia designando al marqués de Casa Treviño y Gotor, al cual le fue comunicada esta decisión, presentándole poco después al señor gobernador civil.» De acuerdo éste, el siguiente paso era lograr la aprobación de Madrid, con lo cual el viaje a la Corte era preceptivo en estos casos. «Dentro de breves días -decía la prensa- saldrán para Madrid los señores que llevan la dirección de la política conservadora de esta ciudad. Estos son: «el marqués de Casa Treviño, el conde de la Cañada, don Luis del Rey y los diputados provinciales señores Velasco y Toledano. Es seguro que tratarán con el ministro de la Gobernación la cuestión electoral de esta provincia y que, cuando regresen, sabremos de una manera oficial y definitiva a qué atenernos y quiénes serán los candidatos apoyados por el Gobierno en todos los distritos.» Naturalmente hubo visita a don Juan de la Cierva, ministro de la Gobernación, que «estuvo afectuosísimo con los políticos manchegos», y visita al presidente del Gobierno, don Antonio Maura que «estuvo deferentísimo con los políticos de Ciudad Real», que se volvieron a casa con la satisfacción del deber cumplido a gusto del Gobierno. La prensa puede vaticinar sin miedo a equivocarse: «La situación respecto al distrito de Ciudad Real está perfectamente definida. Será diputado el marqués de Casa Treviño y senador el señor Del Rey.»

Los cuneros

No siempre los candidatos «encasillados» eran de la tierra, nacidos en ella o vecinos de ella. En distritos tan dóciles y sumisos a los intereses y los dictámenes del Gobierno como los manchegos, el ministro de la Gobernación tenía campo libre para colocar a sus compromisos, por muy ajenos que fuesen a la región y a sus intereses. La Mancha siempre fue una típica región de «cuneros». Barreda recoge en su estudio una copla publicada en el Diario de La Mancha.

«Si aspiras a diputado,

busca un distrito en La Mancha

que allí, no siendo manchego,

segura tienes el acta.»

Los cuneros podían ser fundamentalmente de dos clases: O figuras relevantes de los partidos políticos o miembros de la clientela de éstos, principiantes en las lides políticas y que les daba igual iniciar su vida parlamentaria por uno u otro distrito. En principio parecían más interesantes los primeros, porque aunque fueran extraños a la región y no viviesen sus problemas como propios, sus representados siempre podrían tener acceso a ellos, contarle sus cuitas y ser, en mayor o menor medida, atendidos. Al fin y al cabo, estaban muy cerca del poder y podían poner remedio a los males del distrito que representaban. En este sentido, el cunero con poder era preferido al paisano cuya voz o no se oía en las Cortes o no tenía eco alguno. Nacido en Madrid, hijo del periodista Eduardo Gasset y Artime, Rafael Gasset era un cunero que representó al distrito de Ciudad Real desde 1910 a 1918 y por el que vinieron algunas reformas y mejoras importantes. Su hermano Ramón sería también senador por Ciudad Real en 1914 y 1916 y su hijo, Ricardo Gasset Alzugaray, diputado electo en 1916. También don José Canalejas, la gran figura del Partido Liberal, asesinado en 1912, representó al distrito de Ciudad Real en las elecciones de 1905.

Lo peor era cuando el cunero además de su carácter extraño a la región era un hombre anodino, pariente o «cliente político» de un prohombre de Madrid, al que se le pagaba o se le promocionaba con uno de los distritos de La Mancha. Ya se sabía que durante esa legislatura los problemas de la región iban a quedar desatendidos. En cualquier caso, el cunerismo era otra de las manifestaciones de cuanto de apariencia y de suplantación de la voluntad popular tenía el sistema. Con razón podía El Pueblo Manchego definir así al cunero: «Es una planta exótica, es un extraño, es un advenedizo; no tiene cariño al pueblo que representa en Cortes, porque no es el suyo; no se interesa por los anhelos de sus representados, porque esos anhelos no son los suyos; no pone empeño en servir a los electores, porque el acta se la debe al Gobierno. Ese es el cunero.»