Francisco González de Salcedo

Francisco González de Salcedo, Ciudad Real, 1559 – Santiago de Chile (Chile), 10.VIII.1634. Clérigo secular y obispo de Santiago de Chile.

Francisco González realizó sus estudios en España y a los veintitrés años se embarcó para América junto a su tío Francisco Salcedo, acompañando a fray Francisco Victoria, primer obispo de Tucumán. Éste nombró deán al tío, y al sobrino tesorero de su diócesis.

Fue, además, provisor y vicario general de la diócesis en ausencia del obispo. Regresó a España y volvió nuevamente a Tucumán. Fue comisario de la Cruzada y del Santo Oficio en Santiago del Estero y canónigo de la catedral de Charcas. En todos estos cargos directivos demostró una excelente gestión económica que puso al servicio de sus tareas espirituales.

Sus dotes, avaladas por sus actividades, le valieron para ser presentado a la Santa Sede como obispo de Santiago de Chile el 18 de enero de 1622. Aprobada la presentación, fue consagrado en Charcas en 1624 y tomó posesión personal de su diócesis en 1625. Antes lo había hecho por intermedio del maestrescuela de la catedral de Santiago, el doctor Juan de la Fuente Loarte.

En su diócesis no pudo derrochar las mismas energías de antaño. Comenzó su gobierno visitando la provincia de Cuyo, la más abandonada de su obispado.

En ella pudo comprobar la triste situación de los indios huarpes, quienes eran traídos a Chile acollarados para trabajar en las minas y en los campos en reemplazo de los indios mapuches que se habían sublevado y derrotado a las huestes españolas. La separación de hombres y mujeres casados, además de los problemas morales y sociales que fomentaba, contribuía a disminuir la población indígenas de los huarpes en forma alarmante. El obispo tenía experiencia sinodal por haber participado en los celebrados por el obispo Trejo y Sanabria en Tucumán en los años 1606 y 1607. Creyó conveniente realizar uno en cumplimiento de las disposiciones del Concilio de Trento y de la Real Cédula del 8 de agosto de 1621 para reforzar su acción en defensa de los indios huarpes.

El Sínodo se inició el 19 de abril y se clausuró el 8 de mayo de 1626. Sus textos constituyen la mejor fuente para conocer los resultados del proceso evangelizador del siglo xvi en el valle central de Chile. Se centran en tres puntos: los condicionantes de la evangelización, entre los cuales sobresalen la injusticia del trato dado a los indios y las creencias mágicas de los indígenas, las normas para administrar los sacramentos, especialmente del bautismo, y la preocupación respecto a la formación teológica y moral del clero.

Los textos constituyeron un acertado diagnóstico de los problemas que aquejaban a la diócesis. Sus ordenanzas y orientaciones apuntaban a corregir los vicios para mejorar las relaciones sociales entre indios y españoles. Pero las enérgicas y duras medidas para terminar con los abusos de los encomenderos contra los indios hirió muchos intereses que se conjuraron para impedir que se publicara y produjera efectos. El Consejo de Indias extendió un informe favorable en marzo de 1629 poniendo reparos por considerar que el obispo invadía aspectos propios del gobierno temporal y que no podía imponer sanciones a los laicos.

Consideró además que establecía aranceles excesivos dada la pobreza del país. Como resultado de la resistencia a ciertas normas por parte de los encomenderos el Sínodo quedó archivado y sus sucesores en la diócesis no lo conocieron. Solamente en 1964 se encontraron sus textos en el Archivo de Sevilla y fueron publicados por el obispo auxiliar de Concepción, Carlos Oviedo.

Sus relaciones con las autoridades civiles fueron cordiales, pero su criterio acerca de las intervenciones de los oidores de la Real Audiencia fue negativo. Para evitar que las tierras y haciendas cayeran en manos exclusivas de los regulares, solicitó tomar medidas para poner atajo a lo que consideraba una injusticia en contra del clero secular. Incluso llegó a pedir la demolición de un convento de la Orden de San Agustín, con cuyos religiosos tuvo más de un altercado, pues en un país pobre, las exenciones de los regulares mermaban notablemente las magras entradas con que contaba el clero secular.

En cambio, manifestó una especial preocupación por la formación de un clero diocesano culto. Para ello exigió mejorar sus entradas económicas, elevó el nivel de los estudios y mejoró los del seminario.

Mantuvo cordiales relaciones con el Cabildo eclesiástico, dotó a la catedral de dos capellanías para que el maestro de capilla enseñara canto llano y dotó la misa solemne del Santísimo Sacramento, pues por los detalles de su testamento se conoce que fue un hombre de fortuna.

Autor: Marciano Barrios Valdés

Fuente: https://historia-hispanica.rah.es/