Ciudad Real en el 1900

CIUDAD REAL DEL SIGLO XX

CIUDAD REAL EN EL 1900

A comienzos del Siglo XX la población de Ciudad Real rondaba los 15.000 habitantes. Dentro de la provincia, Valdepeñas la superaba pasando entonces de los 20.000, mientras que Alcázar y Almodóvar andaban por los 12.000 y Puertollano, que a lo largo del siglo experimentaría el mayor crecimiento, no llegaba a los 8.000, cifra en que se mantenía también la población de Almagro.

Era Ciudad Real la capital de una provincia mal comunicada. En un informe enviado al Congreso en 1910 se establecía que el promedio de metros de carretera por cada kilómetro cuadrado de extensión era en España de 89. La media de Ciudad Real entonces era de 53. Era esta provincia, con la de Huelva, la que contaba con menor red de carreteras. En cuanto al ferrocarril, cruzaban la provincia la línea Badajoz-Madrid, la línea Madrid-Ciudad Real, por Manzanares, y la Córdoba -Madrid, que no pasaba por la capital manchega.

Gabriel Miró, estudiante en el lnstituto de Ciudad Real en 1893, recuerda as en El humo dormido su primera impresión de la ciudad:

"De noche llegamos al pueblo manchego elegido para nuestra residencia. Nadie nos aguardaba, nadie nos conocía, en contra de las promesas del padrino. Sobrecogióme el silencio y la tristeza del lugar. En el espacio negreaba la fantasma de la torre con su fanal en la altura, guía de andariegos, de ganados v yuntas; su luz melancólica parecía una lágrima desprendida de la gloria. Por la mañana corrí al pueblo; ví que era grande, y de día también silencioso, Las calles, largas, empedradas rudamente, tenían soledad y aire de campo; las formaban dos, cuatro casas viejas y encaladas, siempre alguna con escudo de piedra verdosa en el dintel; c luego todo eran va tapias de corrales, donde se recogían los mozos y mulas de labranza, que llegaban, al acabar la tarde, arrastrando cl arado con mucho estruendo. Los gorriones saltaban y picaban descuidados como en senderos desiertos. Era lugar de hidalgos v labradores. En la cercanía estaba el campo, fresco, verde, de huertas v alamedas; después seguía majuelo c la rojiza inmensidad de las sembradas hazas bajo un azul raso, oscurecido, de tiempo en tiempo, por el reposado volar de las grajas. frente a la iglesia parroquial se abría el paseo con olmos, tablado para la música y bancos para solearse los mendigos, A espaldas del templo vivíamos nosotros. Las sombras de sus muros apagaban nuestra casa; sólo por la mañana penetraba la alegría del sol. Desde la reja de mi cuarto oía yo las voces de los chicos misarios v campaneros, el órgano, ele ante llano del coro."

Su fisonomía era la de una población, rodeada por los restos de la antigua muralla, ya en estado muy ruinoso, aunque conservando algunas de las puertas que daban acceso a la ciudad v controlaban fiscalmente el transito de mercancías, desde la antigua y monumental de Toledo hasta la más reciente, la de Granada, construida a mediados del pasado siglo. Derruidos o abandonados algunos de sus edificios religiosos como consecuencia de la desamortización, subsistían la antigua iglesia de Santa María del Prado, ahora como catedral y sede del Prior de las Ordenes Militares, y dos de sus parroquias históricas, la de San Pedro y la de Santiago, a más de algunas iglesias de las órdenes religiosas que se mantenían en la ciudad -dominicas, franciscanas, concepcionistas o carmelitas- o de las afectadas por la desamortización, pero cuyos edificios habían pervivido. Tal era el caso de la iglesia de los mercedarios transformada en parroquia de Santa María del Prado, aunque pervivirá el nombre de la Merced.

Entre sus edificios públicos destacaba el Ayuntamiento, una de las aportaciones a la ciudad del siglo anterior, el palacio de la Diputación Provincial, inaugurado en 1893, y el palacio episcopal, también de la misma época.

Ciudad de escaso movimiento de visitantes, limitado al que originaba la propia administración provincial, contaba a comienzos de siglo con un hotel, el Miracielos, situado en la calle de la Paloma esquina a Libertad. Era un establecimiento muy modesto, utilizado por viajantes de comercio y, durante muchos años, cuando ya existían otros, por los toreros que venían en época de ferias. En la misma calle, surgiría en los primeros años del siglo otro establecimiento hotelero, el Pizarroso, de mejor calidad. En 1911, José Richard inauguraba en el número 8 de la calle de Cuchillería el Grand hotel, cuyo nombre respondía al mimetismo de la época con la hostelería parisina. Después de la guerra civil cambiaría este nombre por el de Hotel España.

Tampoco abundaba en edificios para espectáculos o con destino cultural. Entre los primeros, aparte de la Plaza de Toros, se encontraba el primitivo teatro Cervantes, situado frente a la Diputación, donde luego se alzaría el edificio de Correos v Telégrafos. También se dieron en él las primeras sesiones de cine. Sin instalaciones para la práctica de deportes, cosa bastante exótica en la época, el primer partido de football, como se escribía por entonces, que se jugó en Ciudad Real tuvo como campo el redondel de la Plaza de Toros. Fue el 18 de agosto de 1910, formando parte de los festejos de Ferias. Así lo recogía la crónica del El Correo Manchego: «Comenzó el match de balompié, siendo dos los equipos que se disputaban el premio del Ayuntamiento, uno encarnado y otro verde (...). El partido resultó bastante reñido, sobre todo al principio, y así que hubo terminado, fueron obsequiados con dulces los jugadores (...). En suma, una buena tarde que servirá de estímulo para la afición a esta clase de deportes.» De hecho el fútbol se desarrollaría en Ciudad Real en la siguiente década, con la creación del Concepción C. F., formado por alumnos del colegio de los Marianistas, y la Gimnástica.

Los felices años veinte

Benjamín Palencia pintaba así en 1918 el Ayuntamiento de Ciudad Real Benjamín Palencia pintaba así en 1918 el Ayuntamiento de Ciudad Real.

Con un índice de analfabetismo superior al 70 por 100 todavía en 1920, la provincia de Ciudad Real era uno de esos distritos en que la pasividad y la desmovilización política caracterizaban el comportamiento público de su población, incluida la de su capital en la que, a lo sumo, algunas familias de notables y los funcionarios de la Administración mantenían la apariencia de una actividad política y de unos partidos vivos y con arraigo social. La realidad era muy otra. Como el propio don Antonio Maura lo había retratado, «la mayoría del pueblo español está abstenida, no interviene para nada en la vida pública; de los que quedan, eliminad las muchedumbres socialistas, anarquistas y libertarias que están sobre el horizonte, en el firmamento, pero forman otra constelación y nada tienen que ver con este sistema planetario. De los que quedan, restad las masas carlistas y las masas republicanas de todos los matices; id contando mentalmente lo que os queda; subdivididlo entre las fracciones gobernantes y decidme la fuerza verdadera que le queda en el país a cada una, la fuerza que representa cada organismo gobernante».

En provincias como Ciudad Real, con predominio de áreas rurales, elevado analfabetismo, malas comunicaciones, pequeños e influyentes núcleos oligárquicos, una minoritaria burguesía de mediano nivel cultural y unos incipientes movimientos obreros todavía con escasa conciencia de clase, el análisis de Maura aún se acentuaba. Al tiempo, mostraba -como en otras tantas provincias- las bases y el clima óptimos para quienes, atentos al repetido reclamo de «regenerar a España», buscaban la persona de un salvador, del cirujano de hierro preconizado por Joaquín Costa que, barriendo a la atomizada y agonizante clase política, se apoyase en el «sano pueblo español», al que se le tenía por pleno de virtudes cívicas y aún más puro e incontaminado en las pequeñas y olvidadas provincias que en las grandes urbes corrompidas por los personalismos, los intereses y las ambiciones.

Palacio de la Diputación provincial

Palacio de la Diputación provincial, proyectado en 1889 por Sebastián Rebollar e inaugurado el 12 de octubre de 1892.

Por eso no es de extrañar la acogida que la opinión pública dedicase en Ciudad Real al golpe del general Primo de Rivera, que se podía resumir en conformidad, indiferencia y algunos aplausos. Escasa o nula reacción negativa. Para el períodico Vida Manchega, que se autotitulaba «independiente», el golpe militar había sido una decisión «simpática a la Nación, ya harta de soportar las resoluciones de políticos profesionales». Para El Pueblo Manchego, más conservador, «un grupo de caballeros españoles que visten con honor el uniforme militar, lanzaron el grito viril de protesta airada» y con ello consiguieron «que los políticos cobardes y prevaricadores que ocupan el poder lo dejasen en el acto». El conocido tópico regeneracionista del pueblo bueno y honrado en contraste con una clase política egoísta y corrupta que, barrida por una mano fuerte, devolvería al país la salud pública, el bienestar, el orden y el progreso.

La polémica sobre si el golpe de Primo de Rivera puso fin a la vieja política, cuando ésta era ya sólo un cadáver insepulto, o impidió una salida renovadora del sistema, que parecía apuntar en el horizonte político, sigue en pie. Para unos el Gobierno de García Prieto en 1923 no era sino uno más de los intentos de supervivencia del desgastado sistema de la Restauración, con nulas posibilidades de futuro. Para otros, contaba con suficientes elementos para atisbar una salida difícil pero posible. Así el papel de Primo de Rivera era para unos el del sepulturero que, por fin, había dado tierra al cadáver insepulto del régimen creado por Cánovas; para otros, el del homicida que había estrangulado en la cuna a un recién nacido, es decir, la renovación del sistema.

Ni siquiera los partidos o las organizaciones de la izquierda dieron muestras de repulsa a lo que Unamuno consideraba no un golpe sino «una coz de Estado». También la pasividad por parte de las agrupaciones obreras y de los núcleos republicanos fue la tónica dominante en Ciudad Real en aquellos días finales de septiembre de 1923. Con razón podía afirmar Primo de Rivera al inaugurar en 1924 la que entonces se llamaba Telegrafía sin hilos (T.S.H.): «Quisiera que millones de seres me oyeran y supieran de una vez para siempre que la más injusta imputación que se le ha hecho a este pueblo es la de ser ingobernable, cuando es tan fácil, tan sagaz y de tan buen sentido que se gobierna solo.» Esa convicción del dictador va la había suscrito Vida Manchega y tantas otras publicaciones de la España aletargada, cuando afirmaba, no sin un cierto punto de pesimismo: « Es tan dudoso que haya una región, una localidad más pacífica, más tranquila, más dócil, más sumisa, más resignada que ésta. o No sabemos qué porcentaje de ciudarrealeños estaría de acuerdo con tan pastoril semblanza.

Los años del directorio

Una imagen del desaparecido Ciudad Real de comienzos de siglo

Una imagen del desaparecido Ciudad Real de comienzos de siglo. A la derecha, el bazar «El Arca de Noé», propiedad de la familia Mur, donde luego se alzaría la casa de Juan Medrano, hoy sede del Rectorado de la Universidad. Al fóndo, el rnodesto hotel 296 «Miracielos».

Aceptada y aplaudida la acción del general Primo de Rivera, que ya en el siguiente mes de octubre había originado multitudinarios actos oficiales como el del día 12, fiesta de la Hispanidad, cerrado con el significativo grito de ¡Viva la regeneración nacional!, la vida ciudadana siguió su pausado y monótono discurso. Los estímulos del Directorio militar para crear instituciones que regenerasen la vida ciudadana, antes corrompida por los «malos políticos», se desvanecían ante la apatía de la población.

Hubo indiferencia hacia la creación del somatén, hasta el punto de que tuvieran que ser los delegados gubernativos quienes asumieran su creación. No menos trabajo costó hacer realidad aquel singular partido «no político» que fue la Unión Patriótica. Como pone de manifiesto Francisco Alía, en realidad la Unión Patriótica nunca llegó a organizarse por la iniciativa de los ciudadanos, como prescribía la circular de Primo de Rivera de 16 de junio de 1924, sino que fue impulsada desde el Gobierno civil. Tomando como modelo el somatén catalán, milicia urbana de «hombres honrados», que el decreto de Primo de Rivera lo calificaba de «reserva y hermano del Ejército», tenemos noticia del somatén de Ciudad Real por la celebración que el 27 de abril de 1924 se hiciera en honor de la Virgen de Montserrat, patrona del somatén. El organizador del somatén local fue Blas López Guerrero y su primer jefe fue Juan de la Cruz Espadas Bermúdez. De su escasa vida y actividad es prueba que ni siquiera su bandera llegó a bendecirse y a entregarse públicamente. Como se consideraba a la ciudad modelo de tranquilidad y de paz social, se tenía a la institución del somatén como innecesaria y exótica.

En cuanto a la Unión Patriótica, creada como sustitutiva de los partidos y definida como «liga de ciudadanos apolíticos», se constituyó en Ciudad Real el 7 de abril de 1924. Su primer presidente local fue el abogado y catedrático del Instituto Vicente Calatayud Gil. Posteriormente, el comité local estuvo presidido por el médico Bernardo Mulleras, que presidía también la Diputación provincial. En cargos directivos del comité figuraban nombres como Juan Medrano, Francisco Herencia, Cristóbal Caballero, Antonio Prado Cejuela, el conde de Torrepando o Miguel Ruiz, el gerente de El Pueblo Manchego. Varios de ellos fueron alcaldes de Ciudad Real. El comité provincial de la Unión Patriótica sería presidido desde 1927 por el marqués de Casa Treviño, don Juan Manuel Treviño y Aranguren. El 9 de septiembre de 1928 se celebraba en el parque la bendición de las banderas provincial y local de la U.P.

Un hito en la vida ciudadana durante la Dictadura lo constituyó la visita de Primo de Rivera el 7 de octubre de 1926, con acto religioso en la catedral, recepción en la Diputación, banquete en el casino y mitin en el teatro «Cervantes», con discurso final del Dictador.

Primer coche que circuló por Ciudad Real

 

Primer coche que circuló por Ciudad Real, propiedad de don Diego Pizarroso, concejal y dueño del hotel del mismo nombre. La finca que aparece en la foto era el "Palomar del Arcediano., a 2 Km. de Ciudad Real

No resulta, en este contexto, extraño que las personas que protagonizaban la vida pública en los años anteriores a la Dictadura, los denostados caciques y los «profesionales de la política» se terminaran sumando con renovado o reconvertido entusiasmo al servicio del nuevo régimen, ocupando los cargos y las presidencias de las instituciones que creara o renovara el Directorio militar.

Desde el punto de vista de los planes de renovación y mejora de la ciudad, la época de la Dictadura experimentó una política reflejo del buen clima económico que se vivía. En el Ayuntamiento, las sucesivas corporaciones presididas por Bernardo Peñuela, Francisco Herencia, Gonzalo Muñoz Ruiz y Cristóbal Caballero hicieron frente a los principales problemas que venía arrastrando la ciudad. Los objetivos indicados en el plan municipal eran éstos, tenidos como prioritarios: abastecimiento de aguas y alcantarillado, construcción del mercado, construcción de lavaderos públicos, de baños públicos, de una Escuela de Artes y Oficios, de un nuevo grupo escolar, de un parque de incendios y de una Casa de Socorro, reforma del edificio de la Audiencia, reforma y ampliación de las Casas Consistoriales, adoquinado de varias calles céntricas, adquisición de terrenos para la construcción de casas baratas, construcción de un kiosko para conciertos y ornamentación de la Puerta de Toledo, «en forma similar a la de Alcalá de Madrid».

La corporación municipal de 1925, presidida por Francisco Herencia Mohino

 

La corporación municipal de 1925, presidida por Francisco Herencia Mohino. Entre los concejáles, Angel Rojas, Manuel Alcázar y Francisco Colás.

Eran todos proyectos que respondían a necesidades urgentes de una ciudad que apenas se habían renovado desde el siglo XIX, pero de los pocos que se cumplirían de forma inmediata. Cuando en 1930 la Dictadura tocaba a su fin se habían adoquinado algunas calles del centro, se había levantado un gran kiosko para conciertos en el Parque de Gasset, ya era una realidad el primer grupo de casas de la Ciudad Jardín, que popularmente sería conocida como «las Casas Baratas». El edificio del Ayuntamiento estaba siendo renovado, su torre reformada con un remate distinto que la hacía más esbelta y con un reloj en su último cuerpo. El 6 de mayo de 1930 se inauguraba el edificio de Correos y Telégrafos, sobre el solar que antes ocupara el primitivo teatro «Cervantes», frente al palacio de la Diputación. Como concluye Francisco Alía, «las corporaciones municipales dictatoriales de la capital no fueron la panacea que curó los males de la ciudad. Todos tuvieron los mismos objetivos (abastecimiento de agua y alcantarillado, como principales) pero ninguna los resolvió». Los demás proyectos seguían en el papel. Y la ciudad seguía con grandes deficiencias. Cuando el gobierno de Primo de Rivera tocaba a su fin, en diciembre de 1929, Vida Manchega podía escribir: «Las calles son un verdadero depósito de inmundicias y materias fecales; el empedrado constituye una verdadera calamidad; ni personas ni carruajes pueden transitar por ellas sin riesgo a incidencias y a deterioros; los baches son una verdadera exposición de ciudad abandonada, hasta el punto de que se haría preciso para el cruce de una a otra acera la instalación de puentes portátiles, pues de lo contrario la indumentaria de las personas corre riesgo, así como su seguridad personal.

«En Ciudad Real las casas conservan más carácter con sus fachadas enjalbegadas y sus patios (...). No hace mucho estuve para dar un paseo por las calles de la antigua Morería y por las aún más viejas que quedan a la derecha de la calle de los Reyes, y fui con mi amigo jerónimo López-Solazar que, como artista, no sólo manchego sino precisamente ciudarrealeño, sabe ver algo más en todo aquello que un conjunto de casas viejas y calles toscamente empedradas. Es preciso para captar el ambiente penetrar en los patios que conservan un extraordinario carácter, en especial los de la calle de la Lentejuela, donde para llegar a algunos de ellos es preciso recorrer estrechos pasadizos, en los que se divisa como fondo la torre de la Catedral. En estos patios irregularmente empedrados, crecen algunos árboles aislados, olmos, ailantos, higueras y hasta algún olivo (...). Por las tapias y las fachadas, enredaderas; alrededor de los árboles, gran cantidad de macetas, algunas muy toscas, incluso cántaros y botijos rotos, con plantas que no tardarían en ofrecer la belleza polícroma de sus flores. También macetas junto a los brocales de los pozos, unas veces blancos enjalbegados, otros formados simplemente por medias tinajas toboseñas.»

Carlos López Bustos: Un madrileño recuerda La Mancha, 1973.