Plaza Mayor

COMERCIOS Y TIENDAS DE CIUDAD REAL EN LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX

LA PLAZA MAYOR

La Plaza Mayor, que ha tenido en lo que va de siglo los nombres de la Constitución y, a partir del año 1939, del Generalísimo. Para quien esto escribe, tiene la Plaza -como era conocida y lo sigue siendo por los ciudarrealeños- un especial tono afectivo, pues en una de sus casas más céntricas tuvo la suerte de nacer. De ahí que de siempre nos hallamos considerado tan hijos de Ciudad Real como el que más y no hallamos cedido a nadie la cota más alta del cariño a la capital.

En esta detallada explicación de lo que ha sido la Plaza - así, cono mayúsculas- vamos a procura reflejar los muchos avatares que se sucedieron en su bello recinto desde que la memoria de los que vimos y el recuerdo de lo que oímos a nuestros mayores, nos permita reflejar con el mejor deseo de no dejarnos nada por escribir. Pero justo es consignar aquí que para este remember (no olvide el lector que vamos a remontarnos al principio del siglo y de ahí la palabra utilizada) contamos en su día con dos excelentes informadores, los señores Manuel Tolsada y Jesús Ruiz Lozano, el primero ya desaparecido, y cuya memoria excelente nos sirvió de mucho, reiterándoles el agradecimiento por su inestimable colaboración.

Y vamos ya, sin más preámbulo, con el número I de la Plaza. Era este edificio el primitivo Ayuntamiento de Ciudad Real, su primera Casa Consistorial. Desde ella, a partir de los años 1600 y pico, los antiguos regidores de la ciudad celebrarían sus cabildos y dictarían las disposiciones encaminadas al mayor y mejor desarrollo de la población y a la debida convivencia de sus conciudadanos.

En el mismo local donde ahora se halla la Farmacia Calatayud, estuvo muchos años la tahona de Ayala. Después se instaló una moderna carnicería, cuyo dueño, de nombre Santiago, se había independizado de otro establecimiento análogo muy afamado existente en la misma Plaza. Para entonces ya había desparecido el arco que, al igual que en el Ayuntamiento anterior al actual, unía este edificio número I con la calle de enfrente, donde estaba la Confitería Bermúdez, conocida como "La Deliciosa", que aún se mantiene aunque con otro propietario. Después de la carnicería, ya por el veintitantos, se montó un moderno bar, queremos recordar que con el nombre de "Royalti", propiedad de doña Marina Santos, y a continuación se instaló la actual Farmacia de don Fernando Calatayud, a quien sucediera su hijo don Genaro.

El número 2 de la Plaza estuvo hace muchos años la cordelería de Juan, que por entonces no se había inventado el plástico ni los estropajos metálicos y esta clase de pequeño comercio suponía un buen negocio. Era cordelería y alpargatería. Luego tuvo el local la confitería de Gutiérrez, un daimieleño que si no recordamos mal pasó más tarde a la calle de la Cruz y por los años 40 se transformó en el bar "El Molino, propiedad de Julio Lozano, un moderno establecimiento del ramo. Recordamos que un café en "El Molino" valía 1,25 pesetas. Al cesar el bar, el local pasó a la Óptica Navarrete, que aún subsiste ya sea por muchos años.

También hubo una confitería en el número 3, la de Espadas, que desapareció antes del año 30, pasando a ser la churrería de Amador bastantes años, pero al cesar como industria quedó de vivienda del taxista José Ruiz, más conocido como Pepe "el churrero", un veterano del volante y gran persona, ya fallecido. En el número 4 estuvieron varios lustros la popular taberna de Paco y más tarde Victoriano "El Chato". Aunque no se estilaba tanto como ahora el tomar un vaso de vino en público, a Paco no le faltó clientela y despachaba muchos "chatos" en los breves recipientes de grueso vidrio, muy característicos por aquellas fechas. Hoy el local citado es la panadería y bollería de Luis Jiménez, el hijo de Toribio, donde por seguir la tradición familiar, además de expender pan se vende fruta de calidad.

Ya en la decena del siglo, los número 5 y 6 de la Plaza, en los locales bajos, estaban ocupados por el establecimiento de comestibles y la fábrica de chocolate de Tomás Bueno, traspasado el primero a otro comerciante de comestibles o ultramarinos -como entonces se decía- Wigberto Mora Róspide, al que siguieron años más tarde, ya que por el veintitantos, el Bar "Los Tres Hermanos", que se hizo popular, y posteriormente el Bar Pablo, después el Bar Manolo, dirigido por Manuel Vacas, que durante algún tiempo cesó en esta actividad y quedó en despacho de licores y más tarde fue transformado en Cafetería "Las Laguna", que subsisten aún, pero con distinto dueño, al abrir el señor Vacas un nuevo establecimiento del mismo ramo en la calle General Aguilera.

En el número 7 hubo otra tienda de comestibles, la de Manuel Sanz, la ferretería Ramírez, la carnicería de Cecilio García y hoy un moderno establecimiento de óptica, "La Gatita de Oro". Y ya llegamos a la esquina de los portales que en aquellos años de mucho menor movimiento eran llamados de los curas", porque por ellos era habitual ver pasear, en los años veinte y treinta, a algunos sacerdotes, especialmente canónicos y beneficiados, a la salida del coro capitular de la catedral. Pues bien, en ese local de la esquina, con puerta también a Mercado Viejo, estuvo la taberna Gallega y, desde 1917, la taberna de Manuel Fernández Benito, más conocido por "Niño de Gloria", donde se han reunido siempre buenos "músicos" y en donde se ha discutido de lo divino y de lo humano, pero especialmente de toros, que para eso el dueño era un gran aficionado.

Cruzamos la calle y nos encontramos en los portales llamados los "tristes", sin duda por el menor movimiento que tenían y eso que desembocaban en el antiguo mercado, que como se sabe estuvo hasta los años cuarenta y ... al final de ellos, con la puerta principal a continuación de lo que fuera cuartelillo de la Policía Municipal. En el número 9 estuvo muchos años una papelería muy popular entre los chicos. Su dueño se apellidaba Bermúdez, pero se le conocía más por "Seisdedos", ya que en una de las manos tenía, efectivamente, seis dedos. Aparte los artículos propios de una papelería, como lápices, plumas, cuadernos, etc., tenía bolas, piedras recubiertas con fósforo, matasuegras y hasta pequeños cohetes, que hacían las delicias de los chicos que vivíamos en la Plaza. Luego, a su muerte, este número 9 y el 10 se convirtieron en tabernas y pequeños bares, entre ellos, que recordemos, "La Oficina" y "El Surtidor", el primero a cargo de Alfonso Gómez, hombre muy ducho en el oficio de barman, que despacha muchos barriles de cerveza, bebida que por aquel entonces se puso de moda, desbancando al vino y al vermouth. Allí hubo también un despacho de encargos para alguna línea de viajeros y más tarde la churrería de Blas.

En el número 11 se instaló un comercio de tejidos con el nombre de "La Giralda", que fue cerrado no hace muchos años y que sucedió a una taberna, pues por razones o motivos que no hemos de justificar nosotros, se han sucedido buen número de ellas en esa zona. Por los años veinte existió una sombrerería de señoras, a cuyo frente estaba Vicente Ruiz "El Florista", en el número 12, que posteriormente albergó a la Relojería "La Exacta", propiedad de don Ángel Pérez.

En el número 14 se estableció por los años 1929 o 1930, Julio Lozano, con una taberna que pronto se hizo popular. La taberna era consideraba más bien como freiduria al estilo de tantas como había en Madrid, en las calles próximas a la Puerta del Sol. Aunque parezca mentira hoy, Julio daba bocadillos por un perro (10 céntimos) con un francesillo abierto por el centro (lo que después se ha llamado un chusco pequeño de pan) y en su interior una hermosa sardina rebozada; si en vez de la sardina el pan llevaba una chuleta, el precio era un real (25 céntimos). Ya se puede suponer que la clientela era numerosísima, buen parte de ella estudiantes de Bachillerato o Magisterio, y en muchas ocasiones la afluencia obligaba a guardar cola. La esposa de Julio Lozano era una eficaz colaboradora en el negocio, pues sabia darle un punto excelente a los fritos. Luego lo traspasó a un negro conocido por "El Semprú" y más tarde se quedó con el negocio el popular Paco Carrión, fallecido no hace mucho, gran aficionado a la Fiesta Nacional y excelente tocaor de guitarra.

En el número 15 estuvo la taberna y churrería de "El Geringón", hombre de gran presencia, que fue muchos años rey de los "armaos" en la Hermandad del Santo Sepulcro, y al que sucedió Juanito el churrero, que sabia darle un punto excelente a las hermosas roscas de tallos o buñuelos. Por los años 30 estuvo en ese mismo local el establecimiento de comestibles "La Chabola", posteriormente ocupado por la exposición de materiales de construcción y saneamiento de la Casa Fernández o Vda. de Ángel Chacón, que por los dos nombres se conocía.

Y ya llegamos al 16, que era una de las posadas que había en la Plaza. Esta era la llamada de "El Sol", que fue de la Josefa y posteriormente de Pepe y Peñasco, donde paraban las diligencias (coches de mulas) que llegaban diariamente de Piedrabuena y otros pueblos con viajeros y encargos. En esta posada estuvo muchos años de mandadero, para hacer recados, uno de los tipos más populares de Ciudad Real, "Maceo", de quien hemos oído contar que cuando murió, sus amigos lo enterraron con música. Nosotros llegamos a conocerlo.

En el 17 estaba la taberna de la Guía, que después fue de Pilar, hombre afectuoso y serio. Posteriormente estuvo el Restaurante Manchego, donde se comía bien y barato, con raciones abundantes. Le sucedió en la ocupación de este local la Gestoría y Escuela de Automovilistas "San Rafael".

El número 18 fue durante mucho tiempo -a principios casi del siglo- la taberna de la Viuda, a la que ayudaban en el negocio sus tres hijas. Hubo luego en ese mismo lugar un despacho de licores y una pequeña tienda de ultramarinos y ya más adelante el Bar "Los Candiles", propiedad de Pepe "El Válbula", que luego traspasó el Bar "Asturias".

En el 19 estaba la casa de don Joaquín Ruiz Moya, desde "'1850, y posteriormente de la familia Ruiz Lorente. Luego, en los bajos, a su fundación, se estableció el Sindicato Agrícola Católico. Fueron sus principales promotores el marqués de Casa Treviño, don Juan Treviño Aranguren, ilustre prócer manchego víctima de la persecución del año 36, y el canónigo don Jesús Andíes, paladín de la causa social católica. Del Sindicato, ya en 1940, pasó a la Hermandad Sindical de Labradores y Ganaderos, donde hasta su derribo hubo una popular y famosa tertulia, en la que se comentaba cuanto acaecía en el mundillo local, y de cuyos componentes aún quizá perviva alguno de los más conocidos. Para los más jóvenes diremos que en la parte de solar que daba a la Plaza se abrió más tarde el pasaje de San Isidro.

En el número 20 se hallaba la carpintería de Ángel Chacon, conocido por "Pavola", que se ha mantenido como importante almacén de maderas de sus sucesores, los señores Fernández, quienes al mismo tiempo abrieron en la parte de local que da al exterior, un establecimiento de coloniales y licores conocido por Casa Fernández y a cuyo frente estuvo, hasta su muerte, don Gregorio Fernández.

A continuación seguía la taberna de "Madero", uno de los protagonistas de la famosa anécdota de la "mula cariñosa", y en el mismo local estuvo luego la carnicería del "Tranquilo", apellidado González, y a ésta siguió el bar "Casa Pedrucho", del que era dueño Pedro Fernández, que fue novillero, apoderado, empresario y siempre bien aficionado taurino, cambiando el primitivo nombre de bar "Mi Finca" y a cuyo frente estuvo hasta su fallecimiento, de forma repentina. En la actualidad sigue de bar con el nombre de Casa Braulio, con una gran clientela, predominantemente juvenil, y cuyo dueño preside la popular Peña "Los Cabezones".

En el número 22 estaba otra de las posadas de la Plaza, la llamada del "Caballo", que fue adquirida por el comerciante don Ponciano Montero, que fue quien construyó el actual edificio, siendo el primer destino de los locales de la planta baja el comercio y almacén de tejidos de "Los Sorianos", cuyos dueños eran Casajús y Jodra, en el que se produjo un importante incendio en el año 1927. Posteriormente se instaló en dicho local un establecimiento, también de tejidos„ de don Rafael de los Reyes y años más tarde la Sucursal del Banco Hispano Americano, hasta su traslado a la calle de General Aguilera, y al efectuarse éste fue ocupado por una conocida firma de calzados, Hijos de Pablo García. En la actualidad existe allí una tienda de ropa especializada en niños. En este mismo edificio, hace muchos años, estuvo instalada la Redacción y Administración del diario local "La Tribuna", que nosotros no llegamos a conocer.

En los primeros lustros del siglo, en el local correspondiente al número 23, se hallaba un establecimiento que tenía por razón social "Hijo de Timoteo Lázaro y su propietario era don Manuel Lázaro Arche, persona muy conocida y estimada, de gran popularidad, que fue alcalde de Ciudad Real en los años anteriores a la Dictadura del general Primo de Rivera o sea en los años veinte. El establecimiento estaba dedicado a curtidos y calzados y en este ramo continúan años después de la muerte del señor Lázaro. Como era un local amplio, al cesar el negocio de calzados se dividió en otros más pequeños, recordando haber estado en ellos los de Calzados "La Alicantina", el restaurante "La Criolla", la taberna del "Maño", pensión de Jacoba Mora y una moderna barbería de don Ángel Ruyra, que pasaría allí procedente del Casino de Ciudad Real, donde no prosperó por cierto.

Y ya damos un salto y pasamos a los portales considerados como principales, por su mayor concurrencia de personas que diariamente pasan por ellos. En la esquina de la Plaza y Cuchillería existió una tienda de comestibles que fue del llamado "Tío Chaval", al que según cuentan, unos "maletas" como los que ahora buscan oportunidades taurinas, que eran cortos de talla, subidos uno encima del otro, sacando el último una baraja y de ella la carta con el siete, dijo: «El siete quita la muestra» y se llevaron la hermosa bacalada que tenía colgada en la puerta, cosa entonces corriente para anunciar que allí había un establecimiento de comestibles. Come se ve no faltaba el buen humor ni los golpes de gracia por aquellos años felices. En ese mismo local estuvo el primer establecimiento de comestibles de don José Navarro Carrillo, allá por el año 12. Fue también "Tercera", o sea venta de estos timbrados y tabacos, teniendo por dependiente al popular Pío, que además tocaba el contrabajo o violón y al que recordamos en los últimos tiempos del cine mudo, en el Teatro Cervantes de la calle de Alarcos, cuando por dos perras gordas (20 céntimos) íbamos los estudiantes del Instituto a "gallinero", como se llamaba popularmente ala entrada general. Que también, creemos, que antes de la Tercera el Bar Ralámpago, de los hermanos Mur. Ya, más reciente, establecimiento de la familia Castro, con diversidad de artículos de fotografía, pintura, papelería, etc. En la actualidad es ocupado por el moderno establecimiento dedicado a Óptica Apolo.

Pasamos al número 29, donde estuvo muchos años la carnicería de Santos Quintanilla y de su hermano Paco, bastantes años asesor taurino de la plaza de toros de Ciudad Real. Santos Quintanilla, hombre de gran envergadura y un vientre voluminoso, había sido protagonista de no pocas anécdotas, que ahora no son del caso recoger. Pero si queremos señalar que el caricaturista Domingo Pozo, en "El Pueblo Manchego", tuvo la genial idea de presentar la caricatura de este carnicero en una línea vertical y una curva que cortaba la primera; fácilmente se echaba de ver que era la gran barriga asomando a la puerta del establecimiento. En este mismo local estuvo algunos años un salón de limpiabotas de Ramón Broceño, gran aficionado taurino y mejor persona. Después se instaló allí "Radioga", establecimiento dedicado a radio y televisión, máquinas fotográficas, etc.

Seguía a continuación un pequeño comercio de juguetería, en el número 30, con muchos artículos -el slogan era de "Todo a 65'= a precios realmente económicos, pasando luego a ser "El Bazarico", que más tarde se trasladó a la calle General Aguilera. Existió allí también, creemos recordar que simultáneamente, pues el local tenía amplitud para dos negocios, tabique por medio, una "industria" muy solicitada: la de la Práxedes la conejera, negocio de temporada, pues ya es sabido que sólo podía exponer casi toda su mercancía en época en que estaba levantada la veda. Práxedes colgaba las liebres, los conejos y las perdices en la misma puerta, para llamar la atención de los compradores, y no falta quien asegura que al igual que los proveedores de la Real Casa, ella proveía de piezas a los cazadores que no habían sido muy afortunados durante la jornada, a fin de no pasar por la vergüenza de presentarse en casa sin un conejo o una perdiz en el morral. Un veterano aficionado a la caza, que también algún día tuvo que volver "boto" o "pablo", que de las dos maneras se conoce, nos ha referido que se comentó mucho que Práxedes vendió en una ocasión una liebre con el pelo negro, ejemplar rarísimo, como saben los cazadores. En esos mismos locales estuvieron un establecimiento del señor Cuesta y las pescaderías de Fabriciano Gambí y de José Miñano, esta última muy bien montada, y finalmente la Relojería Moderna, propiedad de don Angel Pérez Pineño, que aún subsiste traspasada a un familiar, Angel Pérez Díaz.

Inmediatamente seguía la tercera posada de la Plaza, llamada de "La Fruta", quizá porque en ella se descargaban grandes seras llenas de productos de temporada, llegados de otras provincias y de pueblos como Malagón, excelentes frutas y otros artículos de huerta. Después, la vieja posada se transformó en moderno edificio, ocupando los bajos los Almacenes de tejidos "Domingo", propiedad de don Domingo Martin, traspasados después a don Manuel Pérez Ortega, que falleció hace unos años, y ho es la Colchonería "La Unica".

En los números 33 y 34, a partir de 1915, el segundo establecimiento de ultramarinos y coloniales -así se llamaban entonces los de alimentación- propiedad de José Navarro, en el que figuraba como encargado el popular Martin Soto. En la actualidad lo ocupa una moderna joyería con el nombre de "Gesemar".

Una conocida pescadería ocupó desde casi principio de siglo, los números 35 y 36 de la Plaza. Su propietario era Castillo, conocido por "El Curilla", quien por la mañana tenía un amplio puesto en el mercado de abastos ya desaparecido y por las tardes abría la tienda en los portales. Excelente merluza, apetitosos salmonetes, sabrosas gambas y langostinos, no tenían envidia la calidad de los pescados que allí se ofrecían con los de los mejores establecimientos del ramo. Silverio Castillo, hijo y sucesor, la mantuvo muchos años hasta que se trasladara al almacén de la calle de Borja, cuando ésta se urbanizó, y hasta su fallecimiento. Posteriormente el local estuvo destinado a la venta de helados y más tarde, construido nuevo inmueble, lo ocupa la Corsetería Marto.

El número 37 estuvo dedicado desde el siglo pasado a comestibles. Fue el año 1837 -según nos confirmara en su día don Lorenzo Montero- cuando Nicolás Buiza se estableció en dicho local. Ponciano Montero, un patriarca luego del comercio de finales de siglo, casó con la hija de Buiza y amplió y mejoró el negocio, que siguiera luego su hijo antes citado. Aún recordamos un gran molino de café, situado en uno de los laterales del establecimiento, que fue destrozado cuando la "revolución" del aceite, el año veinte. Posteriormente, en el año 1946, en noviembre, se estableció con tejidos, don Fulgencio Sánchez de la Nieta, al que puso acertadamente el nombre de "Almacenes Los Portales", pues por algo están situados en el centro de los mismos, y que aún siguen dirigidos por su hijo Antonio.

En el número 38 existió, también a principios del 900, al carnicería de Josico, apodado "El Tuerto" y después la de Domingo Cantero, a quien se le conocía por "El Pajarillo", cuya mujer, Victoriana, con su mandil blanco, tenia fama de cortar los filetes como nadie. Cuando esa misma familia cesó en el negocio de carnes, instalaron un bar muy popular, al que pusieron de nombre "Bar Pajarillo", y que además tenía habitaciones para dormir. Luego fue traspasado a "Roszuri", establecimiento de pastelería, que aún se mantiene con el nombre de pastelería Cruz, hallándose en el principal la Fotografía Morales, un veterano objetivo, que en los años treinta compartió con nosotros las tareas de la Prensa, en el diario "El Pueblo Manchego".

Y llegamos al número 39, que para el que escribe tiene no pocas razones sentimentales. En esta tienda -como por entonces se llamaban- hubo desde principios de siglo comestibles, balo la razón social de Gumersindo López, uno de los tres o cuatro "grandes" del citado ramo por aquellas fechas, se sucedió su sobrino Manuel López Escribano, que murió muy joven, no obstante lo cual logró un nombre comercial muy estimable. En el verano, no faltaba la habitual tertulia de amigos en la acera, hasta la hora del cierre, que se hacia muy tarde, en espera, sin duda, de los clientes rezagados. Cuando Manuel López, gravemente enfermo, hubo de traspasar el establecimiento el año 1920, lo hizo a otro comerciante de Fernáncaballero, Dulce Ramírez, que tampoco fue muy eterno desgraciadamente. Y así se sucedieron hasta llegar a Julio Niño.

En los números 40 y 41, el primer negocio que recordamos fue la Ferretería "La Uña", propiedad de José Bermejo, al que sucedió su hijo Luis, y al que los aficionados taurinos de cierta edad recordarán, por haber sido el apoderador del novillero Agustin Díaz "Michelín", cuando este se iniciaba en los ruedos, enseñándonos a cantar el pasodoble del torero. El establecimiento de ferretería estaba muy surtido y era costumbre poner en la puerta, junto a otros artículos del ramo, una torre de cubos de chapa, pues por aquel entonces no se había inventado el plástico. Posteriormente, en el año 36, en abril o mayo, fue traspasado el local, instalándose el "bar Maripaz", moderno y con mucha calidad en bebidas, al que siguió el Bar Esteban, nombre de un veterano camarero del antiguo Bar León, como había ocurrido con Trino, que lo hizo en la calle Carlos Vázquez. En la actualidad ocupa el local "Helados Morán", que en el invierno alterna con juguetería. Consignemos que la antigua ferretería llegó casi a ser centenaria.

Otro establecimiento muy antiguo es el que existe en el número 42. Fue el año 1859 cuando se instaló en dicho local Antonio del Mazo, llegado de provincia castellana vieja, con salchichería, carnicería y jamones de excelente calidad, sobran de pronto fama las salchichas de Mazo. La razón social no ha cambiado, si bien se fueron sucediendo distintos familiares al frente del negocio. La mayoría de los dependientes provenían también del pueblo originario del fundador de la casa.

Actualmente en el 43 se halla un establecimiento de Cafés '" Barrenengoa, propiedad de don Alfredo Pérez Serrano, que mantiene el buen nombre de casa tan antigua y la calidad superior de sus productos. Este local, desde muy antiguo, estuvo dedicado a despacho de turrones y mazapanes de Vicente Planelles, que echaba el ancla en Ciudad Real, procedentes de su Levante natal, allá para los Santos terminaba bien pasados los Reyes, aunque años más tarde ya se estableciera aquí, definitivamente con heladería. Nos han informado que el Planelles citado venía desde niño a Ciudad Real, acompañando a su padre, también dedicado al negocio de turrones.

El 44 fue ocupado por Santiago García como carnicero, que se había independizado del antes citado Antonio del Mazo, al que sucedió luego Ventura el pescadero, que en alguna ocasión fue empresario taurino, y desde el año 33 por la cervecería Julio, que despachaba la caña de dorada y fresca cerveza de barril a 25 céntimos y a 30 con un sabroso aperitivo. Claro que por aquellos tiempos un barril de acreditada marca valía doce duros. Le sucedió un familiar, que puso el Bar Ferroni y posteriormente el bal "El Nido". En la actualidad, el local está ocupado por Florería "Santa Elena".

En el número 45, entrada particular al domicilio del señor Bermejo, estuvo bastantes años una representación cinematográfica y alquiler de películas a nombre de Tomás Martínez. En este portal tuvo muchos años un puesto con alguna caja de pescaos, castañas y patatas asada, los Montoro, más conocidos por "La Perico".

Donde ahora se halla la expenduria de tabaco conocida como "La Tercera", también administración de lotería, hubo un bazar llamado del "Real y medio", en el que también se vendían juguetes de calidad. El primero que instaló allí la venta de tabaco fue Marti Martinez, al que sucedió por los años treinta Manuel Espadas Bermúdez, trágicamente desaparecido, en unión de sus dos hijos, en el año 36. El estanco lo regentó muchos años Luis Salinas, que también se ocupaba de la venta de lotería y en la actualidad así sigue con otro propietario.

En el portal que sigue, donde ahora se halla una armería, estuvo muchos años el popular Toribio Jiménez, que se preciaba tener la mejor fruta de Ciudad Real y por ello había de ser la más cara. En el invierno no faltaba el puesto de castañas asadas. En el mismo portal trabajaba muy bien el esparto Josico "El espartero". Luego estuvo una tapicería.

En el 48 y 49 recordamos la churrería de Carmelillo, la lechería de Mac Kinley y después la frutería de Peña, que se mantiene actualmente. Y en el otro hueco, el bazarico de Antonio, la carnicería de los hermanos Rincón, conocidos por "Matacabras", y la taberna de José Guerrero "El Válvula", que tenía en un testero su verso y todo: "Vive Dios que es grandeza, a peseta la botella de cerveza". Después de la frutería de Modesta y en la actualidad la pescadería de Justino.

Y ya ponemos fin a esta larga relación del comercio de la Plaz con el número 50, donde ahora se hall el "Bar Quijote", que ha pertenecido, por traspaso, a varios industriales del ramo. Fue comercio de la llamadas "Viudas", donde se despachaban múltiples artículos, pero con la especialidad del queso manchego en aceite. Por cierto que queremos recordad que en la puerta tenían un campanilla, a modo de tarjeta de visita, que anunciaba la presencia de un cliente. Las sucedió Manuel Novés, que fue alcalde de Ciudad Real, con la misma modalidad de negocio. El inmueble era propiedad de Encarnación Sánchez, en él tuvieron varias actividades, entre ellas el llamado "cuarto de corredores".

En los últimos años del siglo XIX y primeros del actual la Plaza estaba toda ella empedrada. Ante el edificio del Ayuntamiento existía una terraza con tres accesos o escaleras independientes, la principal y mayor enfrente de la puerta y las otras dos eran laterales y más pequeñas. Los soportales tenían columnas de piedra enjalbegadas y sólo eran de anchos hasta las propias columnas. Su alumbrado era con farolas de gas, sistema que fue aprobado por el Municipio en el verano de 1886, y que venía a sustituir, en el alumbrado público, a las antiguas farolas de petróleo.

La Plaza estuvo en esta situación hasta la reforma llevada a cabo en 1911 por el Ayuntamiento presidido por don Ceferino Sauco Díez, que tuvo la farmacia en la calle Carlos Vázquez por entonces llamada Cuchillería.

Se cambiaron las columnas de piedra por otras de hierro. El derribo de las columnas provocó una gran expectación. La Corporación, con don Florín Calvo, arquitecto municipal, y buen número de vecinos presenciaron la puesta de las cremalleras de hierro y los tirantes para colgar la techumbre del portal y ver el capites y las piezas de la primera columna, bastantes más anchas que las que sustituyeron, favoreciendo con ello el paseo por los soportales, que se hacía especialmente anochecido.

Simultáneamente se llevó a efecto la urbanización del corralón del Ayuntamiento para instalar en él los servicios de abastos, que hasta entonces se realizaban en la Plaza de la Constitución. Como detalle hemos de mencionar que diariamente, en las primeras horas de la madrugada, había personas encargadas de sacar a hombros las mesas de la carne; pesadas mesas de madera chapadas de zinc y terminadas en cuadros donde se colgaban las reses, bien enteras si eran corderas o en cuartos, si se trataba de vacuno. Estas mesas retiradas sobre las once de la mañana y se guardaban hasta el día siguiente en un local del Ayuntamiento en el que después estuvo instalada la Inspección Municipal. Únicamente en que se vendía la carne de los toros procedentes de lidia era cuando se quedaban todo el día.

En la fecha a que nos referimos se celebraba en la Plaza la Feria de Agosto, para distinguirla de la feria de Ganados que se establecía en el Parque (antes puerta de Alarcos) junto a la bodega de Murcia. En los primeros días de agosto de cada año, se empezaba la construcción de las casetas de madera para los feriantes. Dos filas paralelas iban desde el Ayuntamiento hasta los portales de "los curas", dejando un paseo empedrado. Este paseo central y más tarde la terraza del Casino, eran el retiro de los forasteros y damas distinguidas después de las corridas de todos. De estas corridas nos queda el recuerdo de una de ellas con toros de Palha, verdaderas catedrales, hasta el extremo que al final de la lidia del quinto tuvieron que ir a comprar caballos a la feria de ganados, porque un sólo toro mató 17 caballos y el público pedía más. Claro que en aquel entonces no había petos -que llegaron cuando la Dictadura de Primo de Rivera- ni afeitado de reses.

En este Real de la Feria, por la mañana, se celebraban cucañas y carreras de cintas con caballos y se daban conciertos de música por la Banda Municipal, que a la sazón era dirigida por el maestro Ocaña, que murió joven, pero que tenia muy afinada la banda, hasta el punto que intervino en un concurso de Bandas Municipales y logró el segundo premio. Después ocupó su puesto de maestro Antonio Segura, que en los años veinte logró por oposición la dirección de la Banda Provincial, en cuya creación puso mucho empeño un veterano y querido compañero en la Prensa, Ponciano Montero Ramírez, que firmaba sus comentarios locales como "Pepe Patacón" y los taurinos como "Jeromo Timbales". Entre los feriantes típicos de aquellas fechas hay que recordar al Trifón, el de las puntillas, que todos los años ocupaban las primeras casetas frente a la Casa Consistorial.

Existían entonces, además de los guardias municipales (llamados guindillas por el colorido del uniforme, los serenos, que eran un cuerpo de vigilancia nocturna. Al frente de ellos había un cabo; se reunían en círculo, a las diez de la noche, en la puerta del Ayuntamiento, donde el cabo pasaba revista del farol, que llevaban colocado en el vientre, chuzo, etc., les daba la consigna y seguidamente se retiraba cada uno a su distrito. El cabo, durante la noche, inspeccionaba el servicio. Al amanecer se reunían nuevamente en la puerta del Ayuntamiento para dar la novedad de la noche.

De las cosas típicas que se establecían en el verano en la Plaza, una de ellas era el puesto de agua de cebada de la Rosario, que era un refresco agradable al que esta mujer acertó a darle un punto como nadie. Lo ponía por las mañanas en el portal de "los curas" y no lo quitaba hasta las doce, hora en que terminaba la música en el paseo del Prado, y al retirarse la gente a descansar apetecía beberse un vaso de agua de cebada tan fresquita.

La Plaza de la Constitución, iluminada con faroles de gas buen número de años como hemos dicho, estrenó luz eléctrica en 1904. El hecho constituyó un acontecimiento local, aunque luego los vecinos quedasen un poco defraudados, porque las bombillas -bujías se les llamaba por muchos- no eran todo lo potentes que se deseaba. Por aquel entonces la Plaza tenía farolas en el centro, donde más de una vez -en su basamento de piedra se subían y nos subíamos también años más tarde los chicos que vivíamos en las casas de la Plaza, hasta que llegaba Pacheco Ramírez o alguno de los guardias de turno. Que tranquilidad no tendría la Plaza que las personas mayores se sentaban frente a las puertas de sus viviendas a tomar el fresco, mientras los peques jugaban a "guardias y ladrones".

La Plaza, centro neurálgico del comercio de Ciudad Real por aquel entonces, -nos referimos a la frontera de los siglo XIX y XX- tenia al igual que ahora dos largos soportales, de los que había preferencia por los del lado derecho si miramos desde el Ayuntamiento, pues especialmente en la época de invierno, con frío y lluvia, la afluencia de paseantes era enorme, que lo hacían sin prisa, hasta el punto que quienes iban de paso por ello tenían que salirse por fuera de las columnas, si no querian perder demasiado tiempo.

De los mismo autores que el verso que hemos dado al referirnos a la plaza del Pilar, son estas dos estrofas referentes al Municipio. Dicen así:

El Ayuntamiento actual

lo han llenado de notables

y dicen que lo preside

don Juan Medrano y Rosales.

La toma con el azúcar

el filósofo Juan Suero,

que hace andar por la maroma

al "Capricho" y a Montero.

El señor Suero era un docto catedráticos del Instituto de Segunda Enseñanza, que formó parte de la Corporación Municipal por los años 20. Y aquí ponemos punto final a la pequeña historia de la hoy Plaza Mayor, en la esperanza de haber aportado datos de interés para el lector.