CIUDAD REAL EN LA EDAD MEDIA
LAS ACTIVIDADES ECONOMICAS
Con toda probabilidad, el tema de las actividades que conformaban el sistema económico de Ciudad Real se presenta como uno de los más sugestivos y al mismo tiempo también como uno de los más difícilmente penetrables, dada la serie de lagunas informativas existentes sobre muchos de sus aspectos. Que su organización económica se acomodaba en buena medida a los rasgos típicos y propios de la ciudad castellana medieval, parece que no ofrece muchas dudas.
Conviene no perder de vista que la fundación se llevó a efecto sobre un núcleo de población anterior eminentemente ruralizado, cuyo peso debió dejarse sentir en buena medida en el relanzamiento del núcleo. Sin olvidar tampoco que dicho sector económico resultaba imprescindible en la nueva ciudad, puesto que era uno de los pilares que debía posibilitar con sus productos y rentas el nuevo modo de vida urbano. Por otro lado, la organización del mundo mercantil y manufacturero daría lugar a instituciones y mecanismos de una cierta complejidad, entre cuyas aisladas referencias resulta posible detectar el dirigismo y proteccionismo propio de las economías urbanas de la época. Finalmente, pese a que el mundo del comercio se revela de un cierto interés y pujanza, no parece que, como ocurre con la mayor parte de las ciudades castellanas, se llegase a configurar un patriciado urbano de base comercial y financiera capaz de convertirse en modelo para el resto de las sociedad y de controlar la vida político-administrativa. Dichos papeles serían ejercidos siempre por un patriciado caballeresco, que basaría su poder fundamentalmente en la tierra y en la actividad militar. Por otra parte, así fue dispuesto por el monarca fundador desde los comienzos y, pese al desarrollo socioeconómico, no parece que esa línea de actuación se llegase a alterar, aunque determinadas tensiones sociales apuntarían hacia un cambio de tendencia.
La actividad rural
Se ha señalado con anterioridad el hecho de que la ciudad se fundó sobre un núcleo anterior ruralizado y lo que ello pudo llevar consigo para la economía del territorio. En efecto, el planteamiento del Rey Sabio parece apuntara un tipo de organización económica en él que n3 debía encontrarse ausente la actividad rural, aun cuando el objetivo principal, a conseguir a más largo plazo, fuese el establecimiento de un núcleo mercantil potente y suficiente para colmar los planes que se proponía en el territorio. La concesión de franquezas a los caballeros que mantuviesen casa en la ciudad y poseyesen distintos tipos de ganados, así como la prohibición a los judíos de quedarse con las heredades de aquellos que no pagasen los préstamos recibidos, apuntan hacia la realidad de ese planteamiento. La ganadería, por su parte, estaba alcanzando ya en aquella época la suficiente entidad y arraigo en el territorio, que, sin embargo, no era excesivamente amplio como para abastecer sus necesidades. Cuestión distinta es la de comprobar si la ciudad se acomodó al diseño primigenio de su fundación o si la realidad resultó mucho más terca y torció en gran medida esos planes. En cualquier caso, y como ocurrió en la mayor parte de las ciudades castellanas, el sector agrario acabó constituyéndose en una de las actividades económicas principales. Sin embargo, nada se puede afirmar todavía respecto al porcentaje de vecinos que se dedicaban de manera primordial a las tareas agroganaderas. Cualquier conjetura al respecto resulta poco consistente; por otro lado, habría que considerar su evolución, partiendo del nivel de ocupación del espacio en la etapa anterior. No obstante todo ello, cabe sospecharlo alto.
Por lo que atañe a las actividades agrícolas, la documentación suele registrar de forma genérica, aunque no con excesiva frecuencia, lo que llama «panes» y «viñas», indicando de este modo los cultivos a los que de manera primordial se dedicaban diferentes propiedades del territorio de la ciudad, posiblemente las más numerosas. Todo parece apuntar, como por otra parte es lógico, a que el cereal era el cultivo más abundante, sin que hoy por hoy se puede hablar de proporción entre cada uno de éstos, trigo y cebada fundamentalmente, de los que nos hablan las fuentes. Las menciones de «heredades de pan llevar» se encuentran con una relativa frecuencia, distinguiéndolas las fuentes de los llmados «quiñones», denominación más ambigua, aunque en ocasiones éstos resulten identificables como dedicados a cultivos ceraliísticos, si bien ubicados en las inmediaciones del núcleo, donde los repobladores quizá recibieran alguna superficie. Es fácil que gran parte del territorio se dedicase a la labranza de cereales, aunque nada se pueda decir de su superficie absoluta ni porcentual. Ello es deducible porque era un producto de primera necesidad para el consumo humano y el tipo de cultivo más adecuado para compaginar con la ganadería.
Carencias informativas semejantes se tienen respecto al viñedo, que se encuentra también registrado en la documentación y quizá con más frecuencia que los cereales, aunque es posible que su dedicación fuese más reducida en superficie. Era un cultivo rentable, dada su alta demanda en los medios urbanos, y de consumo muy extendido.
Relativa importancia, en lo que se refiere a las necesidades de abastecimiento de la ciudad, revestían los cultivos hortícolas y de frutales, parte de los cuales se encontraban incluso dentro del perímetro urbano. La documentación revela extensiones y personas dedicadas a ello.
El olivar es el que no queda registrado en las fuentes, por lo que cabe pensar, además del hecho de que la Orden de Calatrava tuviese en la segunda mitad del siglo XV el control de la venta de aceite en la ciudad, que su cultivo, caso de que lo hubiese, no era en modo alguno suficiente para abastecer la demanda de la población. Afines del siglo XV se recurría a su importación desde tierras giennenses, de donde probablemente también se trajo en los siglos precedentes. El aceite era un producto altamente demandado; no tanto porque se dedicase al consumo humano, para el que apenas era usado, salvo por las minorías de otras confesiones religiosas, sino porque resultaba imprescindible para determinados procesos inherentes a la artesanía del textil, al que se destinaría la mayor parte del mismo.
Otra serie de cuestiones relacionadas con el mundo agrícola son de difícil de terminación. La propiedad, en los inicios de la nueva andadura, se encontraría condicionada por su reparto en la etapa anterior. Aquélla en manos de eclesiásticos debió ser relativamente escasa, aunque se iría incrementado con el tiempo por las donaciones y compras, que la documentación recoge como bienes pertenecientes a conventos u otras entidades religiosas. No ocurriría lo mismo con la de la clase dirigente de la ciudad, cuyas superficies, ya extensas de por sí, se incrementaron sin duda con la usurpación de tierras llevada a efecto en el último cuarto del siglo XV. No obstante, buena parte de sus patrimonios se encontraría en tierras de la Orden de Calatrava.
Respecto a la extensión de las propiedades, los datos son exiguos y dispersos. Se tienen noticias de algunas dedicadas al viñedo con 4, 3 y 2 aranzadas, poco más o menos, citándose, por el lado contrario, otra con 14 cahíces (168 fanegas) de trigo de capacidad. Tales medidas no son más que índices de un abanico más amplio, pues parece probable que existiesen otras de mayor y menor superficie, aunque algunas de ellas no estuviesen dedicadas en su totalidad a cultivos. No obstante, se tiene la impresión de que la propiedad se encontraba bastante fragmentada.
En lo referente al régimen de explotacion, hay que señalar que quizás en los inicios se llevó a cabo mayoritariamente de forma directa, salvo, con toda seguridad, en los casos de propiedades pertenecientes a caballeros e instituciones religiosas, que lo harían mediante arrendamiento u otro procedimiento, sobre los que se tienen escasas referencias. Con la evolución económica de la ciudad y la compra de heredades por parte de la burguesía, sin duda se extendió bastante la forma de explotación en aparcería, bajo diversas modalidades. Pese a la dispersión de la población en pequeños núcleos por el territorio, bastantes propietarios vivían sin duda en la ciudad. Esta lejanía trajo consigo el establecimiento de quinterías en las heredades para facilitar el laboreo.
Nada se sabe en concreto sobre los sistemas de cultivo, procedimientos y utensilios de labranza; serían sin duda equiparables a los del entorno y es casi seguro que se llevasen a cabo mediante bueyes en la mayor parte de los casos; las mulas u otro tipo de animales propios para el desempeño de esas funciones serían escasos. Tampoco nada se puede precisar acerca de los rendimientos de la explotación. Para finales del siglo XV se tienen noticias de que el sector agrícola se vio afectado por determinadas calamidades de distinto tipo; se mencionan sequías, heladas, plaga de langosta, lluvias torrenciales, etc., que trajeron como consecuencia hambre, carestías y subida de precios, aunque sólo coyunturalmente.
Este panorama de las actividades agrarias se complementaba con el establecimiento de un determinado equipamiento para la transformación de los productos del campo. Se sabe de un cierto número de molinos en las márgenes de los ríos que caían dentro de la jurisdicción de la ciudad. A los mismos hay que otorgarles una gran polifuncionalidad, puesto que realizaban, casi con toda seguridad, también tareas conexas con el proceso textil, aunque los batanes gozaban de una especialización en este terreno. Son bastantes las citas de molineros y molinos, algunos de cuyos nombres se conocen: Batanejo, Corralejo, de Doña Olalla, de la Reina, de Antón Pérez, del Arzobispo, etc. Cierto que algunos de ellos fueron motivo de fricción con la Orden de Calatrava, por encontrarse a buen seguro en territorios limítrofes, quedando el tema de su control un tanto confuso.
El sector de la ganadería tuvo, a no dudarlo, una gran repercusión en la vida de la ciudad. Que el territorio era considerado como estratégico para su control y potenciación queda reflejado en la concesión por Alfonso el Sabio de una serie de franquezas a los caballeros de la ciudad, donde se habla de pastores, vaquerizos, etc. La repoblación del territorio y la puesta en cultivo de sus términos repercutió con toda probabilidad muy desfavorablemente en el desarrollo ganadero; por ello se tuvieron que buscar pastos en los espacios limítrofes, lo que fue motivo de continuas fricciones, tanto con Calatrava como con la Orden del Hospital. El territorio de la ciudad, con el paso del tiempo, se convirtió en lugar de tránsito de los ganados «merchaniegos» procedentes de Molina y Cuenca, lo que motivó también tensiones en el interior por los destrozos que ocasionaban en los cultivos, procedién dose a una delimitación para su paso por una zona de aquellos que iban a la dehesa de Sedano. Pero no sólo era lugar de paso, sino que los mismos vecinos de la ciudad mantenían sus propios rebaños, más o menos numerosos, como lo demuestran las reiteradas quejas sobre robos denunciadas ante la Hermandad Vieja. Hacia 1474 dicha institución parece que mantenía en el interior del territorio al menos 800 cabezas de ganado cabrío y lanar, producto del derecho de asadura que cobraba, estimándose en 1491 que andaban por el término de Ciudad Real unas 5 ó 6.000 cabezas, a pesar de que se dictaron unas ordenanzas al respecto limitando a 60 el número de cabezas que cada vecino podía meter dentro del territorio.
Parte de los ganados se dedicaban al abastecimiento de carne del núcleo, disponiendo de tablas y pesos a tal efecto, si bien serían los menos. La documentación señala alguna dehesa dedicada a pastos, aunque, dada su escasez, la mayor parte se encontraban fuera del territorio de la ciudad, salvo una que tenía Cristóbal Treviño en término de Galiana.
Las menciones a los distintos tipos de ganado son dispersas y bastante genéricas, como «ganados mayores o menores». Sin duda minoritario era el ganado mular y caballar que los documentos citan: caballos, yeguas, potros, mulas, etc., que en pequeña medida se dedicarían a labores agrícolas, siendo su mayor parte destinada al acarreo u otros menesteres, como el militar. Dedicado también al laboreo, con toda seguridad en su mayor parte, se encontraba el vacuno, que era más numeroso que el anterior al poder obtener del mismo otros aprovechamientos, como carne y cueros. Sin ninguna duda, el que acabó predominando fue el lanar y cabrío. Ya se han mencionado las 800 cabezas que mantenía la Hermandad en 1474 dentro del territorio. En 1438 hacía donación frey Sancho Sánchez Dávila al convento de Calatrava de 80 cabezas de ganado cabrío y ovino que tenía en la ciudad. En 1477 se evaluó la riqueza pecuaria de Ramiro de Guzmán, resultando propietario de 1.600 ovejas. Como se aprecia, las cantidades resultan dispares y no muy altas, pero se trata de ejemplos significativos de la gran variedad de situaciones que se podían encontrar en la ciudad.
Un sector vinculado a la agricultura, y que gozó de gran vitalidad, fue la apicultura. Los colmeneros y posadas de colmenas controlados desde la ciudad eran abundantes -a fines del siglo XV se contabilizaban más de trescientos establecimientos de este tipo-, aunque dentro del territorio de la misma eran sin duda escasos. Sobre dicho sector giraba la actividad económica de la Hermandad Vieja de la ciudad, en la que mantenían grandes intereses las clases dirigentes de la misma, que lo tomaron como base para su aprovechamiento en actividades ganaderas.
También dentro de lo que podríamos denominar sector primario hay que mencionar un grupo de personas e la ciudad, quizás no muy numerosos pero interesante para el abastecimiento de la misma y otros aprovechamientos, dedicado a la caza y a la pesca. La toponimia todavía conserva el denominado «camino de pescadores», que iba al Guadiana.
Las actividades artesanales
El carácter urbano adquirido por Ciudad Real en el transcurso de los años vino determinado fundamentalmente por una serie de actividades que configuraron su fisonomía y sobre las que no se tienen excesivas informaciones.
La actividad que, sin lugar a dudas, acabó destacando más dentro de la vida económica de la ciudad y uña de las que repercutió más decididamente en la determinación de su carácter urbano fue la que giraba en torno al textil.
Respecto a su origen, hay que concluir que se inició al poco tiempo de la fundación, encontrándose ya estructurada a fines del siglo XIII. Tal creencia viene determinada por la carta que dirigió la reina doña María, en febrero de 1302, al concejo de Ciudad Real concediendo a los tejedores de la misma que pudiesen elegir de entre ellos dos alamines para entender en las cosas referentes a su oficio. Pero hay que subrayar el hecho de que antes de tal decisión se había producido una queja de los tejedores alegando que ellos no tenían «de fuero nin de uso nin de costumbre» tener pesas controladas por los almotacenes. Esta alegación indica que la industria textil ya se encontraba organizada con alguna anterioridad y que el período de tiempo transcurrido era lo suficientemente amplio como para que no se tuviesen tan recientes unas normas que en tal ocasión se pretendían conculcar, quizá por el desconocimiento apuntado. Lo que sí resulta claro es la asimilación de esta manufactura textil de Ciudad Real con la conquense, puesto que el documento citado indica a los alamines que juzguen «según se use en Cuenca onde vos avedes el fuero».
En realidad es muy poco lo que se conoce acerca de su evolución durante los siglos XIV y buena parte del XV. Apenas se tienen menciones. Se sabe que en octubre de 1303 Fernando IV confirmó el documento de la reina doña María, su madre, referente a las pesas y al nombramiento de los alamines, que a su vez volvió a ser confirmado en septiembre de 1380 por Juan 1. Este dato solamente permite establecer la continuidad de dicha actividad, puesto que los citados documentos no incluyen una valoración cuantitativa ni cualitativa de lo que aquella podía representar. A ello se puede añadir alguna que otra noticia más, como la concesión que en 1324 hizo Alfonso IX a doña Leonor González, doncella de doña Leonor de Guzmán, del derecho de la media y vara de los paños que se vendían por retazos en la ciudad, que confirmó diez años más tarde el mismo monarca. Es significativo el hecho de que los vecinos, ante esta confirmación, protestaran dirigiéndose a doña Leonor de Guzmán como mediadora, la cual contestó a su requerimiento diciendo que no lo pagasen ni aun al rey, puesto que, según atestiguaban tales vecinos, era cosa que no se había acostumbrado a hacer. Estos hechos parece que apuntan, por un lado, a una posible debilidad de la manufactura textil de la ciudad, que recibiría grandes quebrantos en caso de tener que tributar por el mencionado derecho. Pero, por otro, parece desprenderse la sensación de que durante ese primer cuarto de siglo la actividad textil de la ciudad se encontraba en un momento de franco desarrollo y consolidación, lo cual movió al monarca a establecer un determinado tipo de impuesto pensando que podrían pagarlo y que podía representar una cuantía de cierta entidad para ingresarla en las arcas regias. Lo que sí queda más claro en los acontecimientos referidos es que una parte de la producción era consumida dentro de la misma ciudad, destinándose el resto al abastecimiento de otros mercados.
Ante la carencia de datos precisos, no extrañan las palabras de P. Iradiel de que el caso de Ciudad Real es quizá el que más llama la atención: «Pequeño centro urbano de reciente fundación, su industria textil, de la que no conocemos dato alguno antes del siglo XV, debe estar íntimamente relacionada con el desarrollo de la ganadería.» Las últimas palabras parecen totalmente ajustadas a la realidad; incluso cabe pensar que se quedan algo cortas.
Otra serie de aspectos referentes a esta manufactura del textil aparecen bastante inconexos. En primer lugar, hay que subrayar el gran número de personas dedicadas de una forma u otra a tal actividad. La relación de apuntadores, arcadores (o arqueadores), bataneros, cardadores, carducidores, friseros, peinadores, tejedores, tintoreros, tundidores y zurradores, amén de otros personajes relacionados con los productos de esta manufactura, es indicativa de la importancia de la misma dentro del ámbito socioeconómico de la ciudad, al menos durante el siglo XV, época a la que se refieren principalmente estas citas. Los documentos incluyen con una relativa frecuencia menciones de tejedores, dando la impresión, cuando lo hacen de forma genérica, que están haciendo alusión a otros oficiales del proceso textil.
Aunque el documento mencionado de 1302 no hace alusión clara a ello, es posible que en aquella época ya estuviesen agrupados los distintos menestrales en una cofradía. Con toda claridad así se constata a fines del siglo XV -aunque no se sabe muy bien si meramente de tipo asistencial-, al frente de cuyo cabildo se encontraba un preboste y solía ser representada por un procurador. De los restantes miembros integrantes del mencionado cabildo no se poseen noticias. Este proceso de gremialización parece desprenderse del hecho de que son los menestrales de los tejedores los que se quejan ante la reina acerca de la conculcación de sus ordenanzas, a menos que se entienda el término tejedor en un sentido muy lato.
Lo que sí parece deducirse, aunque tampoco con excesiva claridad, es la existencia ya en aquella época de unas ordenanzas, al menos para los tejedores. Reflejo de ello quizás es la expresión de su «fuero, uso y costumbre», aun cuando tales palabras resulten un tanto equívocas. Dichas ordenanzas, cuyo texto se desconoce, tal vez fueron, si no iguales, sí muy parecidas a las de Cuenca, lo que parece deducirse del mandato a los alamines de que juzguen «según se usa en Cuenca onde vos avedes el fuero». En cualquier caso, la existencia de unas ordenanzas antiguas es atestiguada en la documentación del siglo XV, aludiendo en alguna ocasión que tenían ciertos privilegios cuando menos desde tiempo del rey don Juan, aunque sin especificar si el primero o el segundo de ese nombre, si bien parece tratarse del primero. Finalmente, Ciudad Real no quedó al margen de las Ordenanzas Generales sobre obraje de paños que en la última década del siglo XV impulsaron los Reyes Católicos y que quedaron plasmadas hacia 1500. A fines de 1502 los monarcas enviaban una carta al concejo de la ciudad para que se reuniesen los maestros de paños con el fin de tratar de las enmiendas que podían presentar respecto a las ordenanzas que sobre el tema se habían hecho en 1500. El encontrarse Ciudad Real como paso obligado del ganado de la cañada conquense, no cabe duda que posibilitó el florecimiento de esta industria -aunque no fuese determinante-, de cuya importancia adquirida en el correr de los años es indicativo, al margen de otros datos que se apuntarán, el hecho de que al intentar la elaboración de las Ordenanzas Generales antes citadas, un mercader y pañero cordobés aconsejaba a la Corona que de dicha ciudad de Córdoba debía ir a la corte un mercader y un tintorero, y lo mismo debían hacer los centros industriales de Ciudad Real, Cuenca, Toledo, Segovia y Palencia, indicando de este modo que tales eran los focos textiles castellanos más importantes hacia finales del siglo XV.
Apenas nada se sabe de la producción pañera de la ciudad. Cuenca valoraba, al parecer, en 1497 su producción textil en unos 10 ó 12.000 paños por cada tres o cuatro años, lo que da una media de 3 a 4.000 paños anuales, cifra considerada importante dados los niveles de productividad alcanzados en esos momentos. En el caso de Ciudad Real se puede deducir que la producción era bastante similar, si no superior. Aunque no se tienen datos concretos, se sabe que en 1494 el mercader Juan de la Sierra hizo un contrato con el rey de Portugal por el que se obligaba a suministrarle 3.500 paños dieciochenos en cinco años, a razón de 700 paños anuales. Basándose en ello se puede sospechar que la producción pañera de Ciudad Real pudo ser, si no superior, sí muy similar a la antes mencionada de Cuenca, pues la cantidad anual que debía proporcionar Juan de la Sierra representa en torno al 20 por 100 de la producción anual de esta última ciudad. Si se considera, además, que los paños que debía servir eran solamente dieciochenos, estando la industria de la ciudad más especializada en esos momentos en otros tipos de mayor finura, y que dicha cantidad sería producida exclusivamente por el mencionado mercader, con bastante fundamento se puede deducir que la producción debió ser algo más elevada que la conquense. A ello se añade el hecho de que la cantidad de paños a suministrar debían ser tintados «amarillos e colorados e verdes», así como que también existían en la ciudad otros mercaderes que debían abastecer a sus clientes y mercados.
En lo referente a tipología y calidades de los paños producidos, se puede decir que aquella era variada, cuando menos a fines del siglo XV, abarcando desde los productos de calidades inferiores, que fueron probablemente los comenzados a producir en sus orígenes y que perduraron, hasta los más especializados y refinados. Así, se mencionan frisas, sargas, lienzos, linos y sayales, estos últimos con su renta propia que se arrendaba por separado de la de los restantes paños, como también se registran dieciochenos, veintidocenos y veinticuatrenos. No cabe duda de que, con el transcurso del tiempo, la industria textil de Ciudad Real fue evolucionando hacia la fabricación de productos más cualificados y refinados, aun cuando se mantuviese la producción tradicional de pañería menor. Así lo señala P. Iradiel: «A finales del siglo producía paños veinticuatrenos negros, finos y de alta calidad, superiores en precio a los paños comunes de Córdoba, e incluso más cotizados que los mismos ingleses.» En efecto, en otro lugar de su trabajo incluye la relación de paños que los Reyes Católicos otorgaron a ciertos alguaciles y alfaquíes granadinos al convertirse, donde se aprecia el valor de los paños veinticuatrenos de Ciudad Real, de los que otorgaron 407,5 varas en total, a 400 maravedís la vara y en una ocasión a 500 maravedís, sin duda debido a la especial calidad de dicho paño. «Pese a la importancia -sigue diciendo dicho autor- de los paños de procedencia inglesa, a los que genéricamente se les denomina "paños de Londres", el volumen de la producción textil castellana es ya determinante, y no sólo por la cantidad, sino especialmente por la calidad de sus productos. Los paños finos 22nos. de Córdoba y los 24nos. de Ciudad Real, estos últimos más caros incluso que los de Londres, eran paños negros de gran lujo y calidad superior al cordellate inglés, seguramente paño "hecho a la verbyna" que caracteriza la producción de la nueva pañería ligera.» No mucho más se puede añadir sobre el valor de los paños de Ciudad Real, salvo registrar el precio de algunos de ellos. En 1477 un paño dieciocheno y otro veintidoceno se estiman en 5.000 maravedís, resultando valorado en el mismo documento uno veintidoceno en 4.000 maravedís. En la misma ocasión «un paño blanco» es tasado en 7.000 maravedís. En 1491, Alfonso del Puerto, vecino de Ciudad Real, vendió a Diego Sánchez Crespo, mercader giennense, cuatro paños, cuyo tipo no menciona, por 21.500 maravedís, resultando cada paño a 5.325 maravedís. En 1492 el mercader Juan Daza denunció un robo de que había sido objeto en Siruela; de un fardo le fueron sustraídos dos paños dieciochenos que tasó en 7.000 maravedís, a 3.500 maravedís cada paño.
Por lo que respecta a los factores técnicos de la producción textil, los datos son también escasos. Referente a la lana, se ha indicado con anterioridad, Iradiel ha vinculado la industria textil de Ciudad Real al tránsito obligado por ella de la cañada conquense, hecho que no parece totalmente exacto. Hay que decir que, si bien la ciudad se pudo surtir de esta lana, no lo fue completamente, sino que en su mayor parte se abasteció de la propia ganadería existente en la zona. Es verdad que se detecta el paso por ella de ganado procedente de la zona conquense, pero hay que tener también en cuenta el ganado que andaba por el territorio, que en 1491 se cifraba en 5 ó 6.000 cabezas, aquél del que eran propietarios los caballeros de la ciudad y el existente en el Campo de Calatrava. El entorno más inmediato estaba en condiciones de satisfacer la demanda, como lo hacía con otros mercados. Sumamente significativo de todo ello es el hecho que registra un documento de 1477. Ramiro de Guzmán, vecino de Ciudad Real, había vendido el año anterior, antes del esquileo, la lana de su rebaño (1.600 ovejas aproximadamente) a Diego Carmona, vecino de la villa de Palma, por cuya venta dejó éste en señal y parte del pago 40 enriques «de oro viejo», a razón de 400 maravedís cada enrique. La venta se había hecho a 365 maravedís la arroba; pero cuando llegó el momento de entregar la lana en Abenojar, el tal Ramiro de Guzmán, en el mes de marzo, había vendido el ganado y la lana a otras personas. No debe sorprender que el comprador reclame la entrega de la lana, apreciada en 160 arrobas, y que en ningún momento hable de que se le devuelva el dinero dado a cuenta con los intereses resultantes, porque la coyuntura del mercado aconsejaba lograr la materia prima. La solución que propone es que la cantidad entregada en señal se transforme en arrobas de lana (había comprado la arroba a 365 maravedís) y que se le reintegre, caso de no ser la lana, el dinero resultante de su venta en esos momentos en el mercado, cuyo precio había alcanzado ya los 505 maravedís. Al margen de estas consideraciones financieras, del acontecimiento cabe deducir que si los comerciantes de otros lugares se surtían de lana en el territorio manchego, con más razón los pañeros de Ciudad Real. Otra cuestión es que algunos propietarios ganaderos de la zona enviasen sus ganados a la serranía conquense en determinadas épocas del año, pero el esquileo y trato de la lana se llevaba a cabo en territorio manchego. Este comercio de lanas que se desarrollaba en ella claramente viene reflejado en un documento de 1493 en el que Diego de Torquemada, arrendador y recaudador de las alcabalas de Ciudad Real ese año, se queja de que las justicias de la ciudad lo habían empadronado, no siendo vecino, para que pagase como pechero, en represalia por haberles hecho pagar «alcavala de las lanas que venden e han vendido».
Respecto a las tintas, no se tienen más que menciones indirectas y genéricas. En la ciudad había un número importante de tintoreros, que daban nombre a una de sus calles y que intervenían en la elaboración de «paños de colores», «amarillos e collorados e verdes» y de paños negros, gama cromática que indica el uso de diversos productos tintóreos. Su utilización queda más clara por la noticia que al respecto proporciona un documento de 1490, el cual señala que los regidores habían hecho unas ordenanzas por las cuales imponían una sisa en las tintas y que al mercader Alonso Bastardo se le habían requisado dos cargas de tintas que llevaba a Chillón por no haber pagado los dos maravedís por carga que debía, según la ordenanza.
Si bien en territorios próximos se podían obtener determinados productos tintóreos, que, junto a otros, debían ser utilizados por los tintoreros de la ciudad, solamente se puede documentar la urchilla, y más indirectamente que de otro modo. Un documento de 1477 registra que Juan de Lugo, mercader sevillano, había enviado tiempo atrás a Mendo de Bonilla, vecino de Ciudad Real, «veynte e cinco cargas de urchilla para pasar a vender allende los puertos». El destino, como se ve, era otro; pero durante las revueltas de 1474 acaecidas en la ciudad, las tales cargas le habían sido tomadas por Fernando de Poblete, en cuyo poder se encontraba tres años más tarde «todo o la mayor parte dello». Cabe suponer, además de la frecuencia en la utilización de este producto, que sería probablemente consumido en la ciudad.
La diversificación de la producción pañera de Ciudad Real, de la que ya se ha hablado, queda aún más de manifiesto con la posible utilización de cierta materia que indirectamente menciona la documentación: la estopa, utilizada probablemente para mezclar en el hilado con la lana. En 1480 María Alvarez hace una relación de todo lo que le fue robado en las revueltas anteriores y menciona, a continuación de unas arrobas de «lana de florete», «treynta e cinco varas de estopa que valían mili e quinientos e gínquenta maravedís», resultando a unos 44 maravedís la vara.
Lo que atañe al proceso técnico seguido en este tipo de industria, se encuentra perfectamente tratado en el estudio de Iradiel. De una manera breve él mismo lo resume con las siguientes palabras: «La lana debía pasar primeramente por las manos de apartadores, lavadores y desmotadores; luego, según su calidad y finura, se cardaba o se peinaba. Estos trabajos constituían las operaciones de los oficios artesanales y mano de obra cualificada: tejedores, tintoreros, bataneros, pelaires y tundidores. Como oficios auxiliares quedaban aún los carderos, arcadores, apuntadores y zurcidores que enmendaban los defectos de la labor anterior y daban al paño los retoques y acabado final». Todos estos oficiales, o la mayor parte de ellos, se encontraban presentes en la ciudad, como es fácilmente comprobable. Una cuestión vinculada con este proceso, es si se adoptó el llamado verlagsystem, usado en otros países europeos e incluso en Castilla. En el proceso textil, dada la mayor economía de la mano de obra rural, el empresario de la ciudad -por lo general propietario de las lanas y otras fibras textiles-, optaba por dar éstas a los campesinos a fin de que realizasen los primeros trabajos de lavado, hilatura, etc. El producto resultante pasaba a los artesanos urbanos, que se encargaban de las labores de tejido y refinación, volviendo de nuevo el producto a manos de los empresarios, que dominaban su venta y las corrientes de comercialización. La aparición de la figura del mercader-empresario y la expansión del sistema doméstico de producción (verlagssystem), son rasgos muy destacados de la industria textil en el siglo xv. Ahora bien, ¿éstos se acomodaban a la realidad de la industria manchega? Parece ser que así fue. Los documentos ya citados que tratan sobre las pesas de los tejedores parecen hacer referencia a ello. En el de 1302 señalan que no tenían por costumbre «tener pesas señaladas nin feridas de los almotazenes para el filado que toman de su menéster», añadiendo más adelante «que tomavan el filado de las buenas dueñas de y de la villa et de otros lugares» y que «davan peso por peso así como tomavan». En igual sentido se expresan otros documentos del siglo XV que tratan también del asunto de las pesas. Como se puede apreciar, el sistema parece encontrarse ya implantado en la zona desde comienzos del siglo XIV cuando menos y de una forma bastante generalizada. Mucho más explícitos de ciertas fases del proceso son algunos párrafos de documentos del si glo XV: «Que el año pasado de setenta e quatro... él (Alvar García de Ciudad Real) diera a texer dos paños suyos a Blas, texedor, vesyno dende, el un paño veynte y dosen, el otro desyochen, que valían cinco mill maravedís, e que le diera más un castellano para la texedura. E que pasados los dichos escándalos diera a Juan Gonzáles, texedor, hermano del dicho Blas, un paño veynte y dosen a texer, e que seyendo su vesyno el dicho Juan Gonzáles, después de los dichos escándalos, entró en su casa e le tomó e llevó della lana e ropa e madera... E que Antón de Almagro, perayle, vesyno de la dicha cibdad, tyene un paño suyo veynte e dosen que la dicha su madre le dio a adobar, que vale quatro mill maravedís...». «Que al tiempo de los movimientos en la dicha cibdad acaescidos les fueron robadas sus fasiendas e que muchas personas dellos tenían dados paños e lienzos e otras cosas asy a tyntoreros como a perayles e texedores e a teñir e adobar e texer».
También parece encontrarse la figura del mercader que controla todo el proceso de fabricación y comercialización. Tal sería el caso, sin duda, del ya mencionado Juan de la Sierra, el cual decía en 1490 «que él tiene por oficio de haser paños en su casa e teñirlos» y que, en 1494, aparece contratando la exportación de 3.500 paños a Portugal a razón de 700 paños anuales. La sensación que se tiene es de que abarcaba todo el proceso de producción y comercialización, duplicando con creces los niveles de producción individual del caso conquense reseñado por Iradiel.
Para completar los aspectos del proceso manufacturero, hay que citar la existencia en el territorio de batanes, elemento importante dentro de la producción textil. Bajo tal denominación aparecen con cierta frecuencia en la documentación, si bien hay que concluir que otras menciones de aceñas y molinos encubren también tales funciones.
Aun cuando resulte necesaria una constatación más precisa, es bastante verosímil la opinión de J. López-Salazar, para el que, entre finales del siglo XV y la primera mitad del siglo siguiente, se produjo la decadencia de la pañería especializada de Ciudad Real. Quizá con mayor exactitud haya que situarla en esa primera mitad del siglo XVI. Las razones serían múltiples. Aparte la inveterada presión fiscal, hay que atribuirla al descenso demográfico y a la repercusión que tuvo dentro del ámbito económico de la ciudad la actuación de la Inquisición, que golpeó muy duramente al sector mercantil y con ello dejó sin apenas salida la producción de los pequeños artesanos.
La industria de la seda y del cuero
En estrecha vinculación con la pañería se encuentra la artesanía de la seda. La concurrencia y consumo creciente de sus productos son resultado del cambio de gusto y moda. Por lo que atañe a Ciudad Real se conocen citas de sederos y, según un documento de 1493 que trata de las deudas que extremeños, gentes de la «provincia de León», tenían con mercaderes de Ciudad Real y Campo de Calatrava, éstos dicen «que les devían muchas contías de maravedís de paños e sedas e otras mercadurías que dellos tenían conpradas». ¿Significa ésto la existencia de una industria sedera en la zona? La respuesta queda en el aire.
Posiblemente a no gran distancia de la manufactura textil, tanto en su volumen de negocio coma en su incidencia social, se encontraba la artesanía del cuero, que dentro de las actividades económicas de la ciudad ocupó sin duda un lugar des-tacado y quizás inmediato a aquélla. El hecho no extraña tanto si se tiene en cuenta la vinculación también de esta actividad con el fenómeno ganadero. Dedicados a la misma se encontraban bolseros, borceguineros, curtidores, chapineros, guanteros, odreros, pellejeros, zahoneros y, sobre todo, los zapateros, oficios todos que se los registra presentes en la ciudad.
La calidad que llegó a alcanzar en algunos de sus productos, tales como guantes y «camorros», queda patente en el hecho de que en 1489 el procurador Antón de Albacete los había llevado a la corte como regalo para los tesoreros de la cruzada. La incidencia socio-económica de otros, como la fabricación de odres, queda de manifiesto en el hecho de que esta actividad dio nombre a una de las calles de la ciudad: la Odrería, sita en la collación de Santa María. Por otra parte, este tipo de recipiente se encontraba bastante demandado por los mercaderes para el transporte de determina dos productos. La repercusión económica de esta artesanía del cuero se pone de manifiesto en que alguna de sus actividades tenía una renta de cierta importancia como para arrendarla por separado; en tal sentido se pronuncia un documento de 1493, en el que se hace alusión a las «ligas y monipodios» que llevaron a cabo los oficiales de la zapatería de la ciudad con objeto de que valiesen menos las rentas que tenían que pagar y que había arrendado un tal Francisco de Hinojos. En un documento posterior, al tratar sobre el mismo tema, se menciona a «los oficiales de la borseguinería e zapatería de la dicha Cibdad Real», expresión que, lejos de ser una vaguedad, está haciendo alusión a un número relativamente importante de oficiales dedicados a dichos menesteres y con una cualificación en sus trabajos. Sin embargo, respecto a su número, hay que subrayar que entre una y otra fecha habría descendido, y más con referencia a años anteriores. En efecto, en el citado documento de 1493, al relatar los abusos del arrendador de la renta, se registra que por su causa «se fueran de la dicha cibdad muchos de los dichos oficiales e otros se están para yr».
Estas breves pinceladas son indicio de la importancia que jugó este sector dentro de la economía de la ciudad, aun cuando no se posean datos muy precisos al respecto. A fines de la Edad Media, por otro lado, se sabe que todavía seguían funcionando varias tenerías en la ciudad para el curtido de los cueros.
A las dos citadas con anterioridad, quizá les seguía en importancia la industria del metal,. con sus caldereros, cerrajeros, cuchilleros, herradores, herreros, plateros, etc. La incidencia de cada uno de estos oficios debía ser muy desigual y no cabe considerarlos a un mismo nivel en el papel económico desempeñado. En este sector los que más peso socioeconómico tuvieron, quizá, fueron los oficiales agrupados en torno a la cuchillería. Su número debió ser de una cierta consideración, pues, como en el caso de los odreros, lograron dar nombre a una calle de la ciudad: la Cuchillería, que desembocaba en la plaza. Es curiosa la presencia de esta actividad urbana, ya que la ciudad y su territorio carecen de tales materias primas, lo cual lleva a la consideración de la amplitud de las relaciones comerciales que le servían de base sobre la que asentar dicha actividad. El desarrollo de esta artesanía en Toledo y la fama que llegó a adquirir, explica un tanto el caso de Ciudad Real.
Si bien es cierto que las reseñadas, junto con las mercantiles de las que se hablará a continuación, constituían las actividades económicas más importantes, existieron otras varias que, aunque con menor relevancia e incidencia, eran necesarias para el desenvolvimiento de la vida de la ciudad.
Dedicados a la construcción se encontraban albañiles, canteros y carpinteros, manteniendo también relación con ella los caleros. En el sector de la madera, aparte los carpinteros ya citados, trabajaban barrileros, madereros y silleros, a los que probablemente hay que añadir los llamados carreteros. Barberos, cereros, albarderos, cesteros, harnereros, ja-boneros, olleros, tazoneros, etc., completaban una amplia nómina de oficios cuya presencia exigía la actividad desarrollada en el núcleo.
Los mercaderes y el comercio
Si Ciudad Real llegó a consolidar su vida urbana durante la Edad Media, en buena parte fue debido a que supo desarrollar con el tiempo una serie de mecanismos económicos que la sustraían en buena medida de su estrecha dependencia del sector agrario. Un importante grupo de población acabó viviendo de las actividades que giraban en torno al comercio, complemento y soporte del cual era la actividad financiera. En cuan-to a ésta, ha que señalar, aunque se trate de algo muy genérico, el pronto establecimiento en la misma de judíos dedi-cados al préstamo de dinero. A ellos ha-cen referencia varios documentos de la segunda mitad del siglo XIII, en los que se les ve desempeñando ese oficio de prestamistas, que incluso llegó a amenazar en cierto momento el desenvolvimiento de la ciudad. La referencia de unos viajeros navarros, que pasaron por ella camino de Sevilla en 1362, confirma la existencia de este tipo de mercado y que el valor de los cambios era igual al establecido en Sevilla y más bajo que en Córdoba, aunque superior a Toledo y Alcalá. Menciones de «cambiadores, personas dedicadas a ese comercio del dinero, aparecen todavía a finales del siglo XV. Tal calificativo reciben Alvaro García, Fernando Canario y un tal Juan, que simultaneaba dicho oficio con el de lencero. Un préstamo usurario, aun cuando nos sea desconocido el nombre del judío, fue denunciado en 1485, lo que hace sospechar la normal actividad, todavía en esos momentos, de los miembros de dicha colectividad. Ejerciendo tal oficio aparece en 1486 Diego Falcón, al cual llevó el corregidor Juan Pérez de Barradas un anillo de oro «que tenía empeñado de Alvaro Gaytán por ciertas doblas castellanas. Buena parte de estas menciones no evidencian la cuantía de los préstamos pecuniarios, pero dejan constancia de su existencia. En la mayoría de las ocasiones esta actividad queda solapada, al ir unida en la persona del mercader.
Ciudad Real nació junto a una importante ruta comercial, lo que determinó sus actividades y su estructura social. |
No cabe duda que, en gran medida, vinculado con este tema de la actividad bancaria se encuentra la creación de una casa de moneda en Ciudad Real en 1467 por el infante don Alfonso, luego ratificada por Enrique IV en 1469, que nombró a una serie de oficiales de la misma. Sobre ella no se conocen muchos datos, su trayectoria fue efímera y a los pocos años dejó de acuñar moneda.
Todo ello apunta a que la ciudad logró contar con una actividad comercial de cierta envergadura y que ésta recayó sobre un contingente de población en cierto modo considerable. El peso de estos mercaderes dentro de la vida de la ciudad debió ser relevante, al menos el de aquellos que se encontraban allí establecidos de forma casi permanente, aun que no llegasen a detentar el poder político. A ellos iban dirigidas también, en ocasiones, las cartas de los monarcas por haberse encontrado este sector en el punto de mira de las revueltas ciudadanas. Estos individuos mantenían en la ciudad casa con su correspondiente tienda, como nos muestra la documentación, donde guardaban sus mercancías y productos, aunque apenas nada se pueda decir del volumen de sus transacciones.
El que Ciudad Real se encontrase dentro de las rutas comerciales de una cierta importancia que atravesaban la península no cabe duda que fue una de las motivaciones que se tuvieron en cuenta a la hora de su fundación. El tránsito de mercancías por la zona a finales del período aparece claramente reflejado en las fuentes, tanto cronísticas como documentales. En un documento de 1491, haciendo referencia a la sisa impuesta en la ciudad para pagar la Hermandad y gastos de guerra, se indica que «dicha sysa se a cogido e recabdado fasta aquí asy de los vesinos de la dicha qibdad como los de los estranjeros que por ella pasan», ordenando los monarcas que en el futuro «ninguna persona estranjera que por la dicha cibdad pasare, pague ni contribuya en ninguna sysa». Es obvio que estos transeúntes eran en su mayor parte mercaderes, debiendo considerar la palabra «estranjero» como naturales de otros territorios, o al menos como no vecinos de la ciudad. En tal sentido lo precisa un documento de 1491 que hace referencia al mismo asunto de la sisa, en el que se dice: « en la qual mandamos contribuyesen asy los vecinos de la dicha ciudad como de fuera parte que por ella pasasen», añadiéndose en otro lugar: «que no se repartiese sisa alguna en que pagasen nin contribuyesen forasteros».
Pero no sólo se constata a Ciudad Real como lugar de tránsito, sino como origen y centro de un comercio que afectaba a otros territorios, tanto peninsulares como del exterior. El comercio de la ciudad con Andalucía queda fuera de toda duda. Son varios los puntos de esa zona que mantuvieron relaciones con ella. Sin duda el más importante fue Sevilla, cuyos contactos comerciales aparecen desde el momento de la fundación. Hacia ella se transportaba vino procedente de esta ciudad con toda pro habilidad ya antes de 1437. En torno a 1477 se comprueban relaciones de otro tipo, como manifiesta el caso de Juan de Lugo, mercader sevillano, que había enviado a Mendo de Bonilla, que lo era de Ciudad Real, 25 cargas de «urchilla», un producto tintóreo, «para pasar a vender allende los puertos». Tales relaciones comerciales hay que hacerlas extensibles a otras localidades andaluzas, como Carmona, Córdoba, Jaén, Ubeda, etc. En 1466 determinados vecinos de Ciudad Real testificaban cómo en dicha ciudad había muerto una mula de Juan de Santana, vecino de Carmona; y en 1477 era Diego de Carmona, jurado de la villa de Palma, el que compraba a Ramiro de Guzmán la lana de sus 1.600 ovejas por 465 maravedís la arroba. En 1488, Fernando de Carrión, vecino de Ciudad Real, reclamaba a Gonzalo de Alcaudete, Pedro de Vuelna y Alfonso de Córdoba, vecinos de esta última población, ciertas cantidades de dinero adeudadas por determinadas transacciones comerciales. Diego Sánchez Crespo, mercader giennense, por su parte, aparece hacia 1491 comprando a Alonso del Puerto, de Ciudad Real, cuatro patios, cuyo valor ascendía a 21.300 maravedís, e igualmente como deudor a Juan de la Sierra, mercader realengo, de otros 37.200 maravedís, fruto de otra probable compra. En 1478 era Juan de Ximena, vecino de Ubeda, el que se quejaba que dos años antes había comprado a Juan Garrido, vecino de Ciudad Real, v a Pedro Sánchez, de Santa Cruz de Mudela, en dicha población de Ubeda una mula de arada v una yegua, las cuales le habían sido robadas posteriormente por los vendedores.
Panorama similar de frecuencia y fluidez reflejan los datos referidos a los contactos mercantiles mantenidos con la región extremeña, zona que jugó un papel importante como punto intermedio para las relaciones de Ciudad Real con Portugal. Principalmente se orientaron hacia determinadas localidades pacenses; los mercaderes realengos parece que frecuentaban la feria de Zafra, a la que enviaban productos y en la que compraban otros para su traslado a nuestra ciudad. Al menos eso es lo que ocurrió a Fernando de Mérida, mercader de Ciudad Real, en 1474. Había mandado con Fernando Pecejo, vecino de Llerena, «ciertas cargas de mercaduría de la feria de Zafra» para que se las transportase a Ciudad Real, entre las que se encontraba cierta cantidad de dinero, todo lo cual le había sido robado en el camino. En 1491 aparece nuevamente Fernando de Mérida demandando a Benjamín de Cuéllar y a Falcón, judíos de Villanueva del Fresno, una deuda de 5.500 maravedís. En el mismo año era Alvar Gómez, vecino de Ciudad Real, el que lo hacía contra varios vecinos de Don Benito por 20.000 maravedís; saliendo a subasta al año situiente los bienes de tales vecinos y quedándose con ellos, como «mayor pujador», y el antes aludido Fernando de Mérida. Por esas mismas fechas era Juan Daza el que reclamaba también ciertas deudas a varias personas de Medellín, una de las cuales era la condesa de dicho lugar, que le adeudaba 55.000 maravedís. La denuncia se extendía también a un judío llamado Manuel, que le debía «una taza de plata que él le dio en prendas de un paño veyntedosen». Este mismo mercader había sido objeto un par de años antes de un robo por «ciertas cargas de paños» que había enviado desde Ciudad Real a Medellín. Con toda claridad quedan reflejados estos contactos comerciales en el proceso inquisitorial contra Juan González Pintado, donde se recoge el siguiente párrafo: «un judío de Cáceres, que aquí (Ciudad Real) venya a comprar paños, avía circuncidado a unos mozos». Las transacciones entre ambas regiones sin duda se vieron seriamente afectadas a partir de 1492 con la expulsión de los judíos. Al año siguiente los mercaderes de Ciudad Real alegan «que ellos acostunbravan yr a vender sus paños e mercaderías a la provincia de León (entiéndase región extremeña), donde avía trato con los mercaderes judíos que en la dicha provincia bivían e moravan». Pues bien, tales mercaderes judíos, tras la expulsión, les habían dejado deudas por «muchas contías de maravedís de paños e de sedas e otras mercaderías que ellos tenían conpradas e les tenían fechas obligaciones de ge los pagar a ciertos plasos». Pero la merma en los intercambios no supuso su desaparición, quedando la zona como lugar de escala en el tránsito hacia Portugal. En tal sentido se manifiesta el documento de 1494 por el que los reyes concedían al mercader Juan de la Sierra licencia para que pudiese vender paños al rey de Portugal, prohibiéndole venderlos en el reino y permitiéndole «que los podays llevar a vender a la ciudad de Badajos e a la villa de Frexenal e no a otra parte alguna, e que allá fagays la venta e pagueys el alcavala e vos den el precio de los dichos paños e los entregueys a los que los ovieren de pasar al dicho reyno de Portugal».
Las relaciones comerciales mantenidas por Ciudad Real con poblaciones de la meseta superior y de la zona del Cantábrico también tienen cierto reflejó en la documentación. Probablemente los tratos con Burgos fueron bastante tempranos, cuando dicha ciudad se convirtió en centro de recepción cara á los puertos del norte. Entre los documentos de exención de portazgo concedidos a Ciudad Real, en el de 1312 se incluye la excepción de dicha ciudad castellana, que ni antes ni luego volverá a aparecer. Su conexión posibilitó otra serie de relaciones con el extranjero, como se puede sospechar por un documento de 1487 en el que los reyes mandan a ciertos vecinos de Burgos que paguen a Gonzalo de Vargas, vecino de Ciudad Real, las 20 libras «de gruesos de moneda de Flandes» que le dejó de renta anual al preboste de Foines, maestre González de Vargas, cuando murió en 1478. El establecimiento de este pago a través de individuos burgaleses permite deducir ciertas relaciones entre ambas poblaciones. A estos datos hay que añadir la presencia de mercaderes burgaleses en el Campo de Calatrava, cuya actividad repercutió sin duda en la ciudad.
Pero, tal vez, el centro de la meseta superior-con-el tuvo mayores contactos comerciales fue, como por otra arte es lógico, Medina de Campo. Es indudable, a partir de un determinado momento, dicho centro acaparó en gran medida el mayor volumen de negocios del comercio realengo, aun cuando las menciones aparecidas en la documentación sean más bien escasas. Las relaciones comerciales mantenidas por ambas poblaciones debieron ser bastante tempranas, lo que explica la presencia allí en 1453 de un tal Fernando Rodríguez de Ciudad Real, vecino de esta ciudad, recibiendo, junto con el mercader Fernán López de Medina, la cantidad de dinero estipulada en las capitulaciones matrimoniales de Enrique IV y Juana de Portugal. Que Medina fue un punto de llegada de mercancías procedentes también de Ciudad Real, lo registra un documento de 1491 en el que dicha población aparece quejándose de las ferias establecidas en Valladolid y que recortaban su volumen de transacciones. Ante ello los reyes dispusieron que los mercaderes de Sevilla, Córdoba, Jaén, Ubeda, Baeza, Cuenca, Ciudad Real, Segovia y otras ciudades del reino, que antes no acostumbraban a ir a las ferias de Valladolid, no fuesen a ellas en el futuro, sino que realizasen sus tratos para las de Medina, y que los pagos que se hubieren de hacer en Valladolid se hiciesen en Medina. La noticia manifiesta con bastante claridad la entidad de las relaciones mantenidas entre Ciudad Real y la mencionada población, la costumbre que tenían los realengos de acudir a las ferias y la momentánea desviación de sus transacciones hacia las de Valladolid. Los mercaderes realengos siguieron comerciando con Medina, lo cual queda claro en la documentación posterior. En el pleito habido en esa ciudad en 1527, aparece hablando en nombre de los mercaderes de Toledo y Ciudad Real un tal Antonio Alvarez, vecino toledano, pero también se encontraban presentes Juan de Moya, Gonzalo Rodríguez, Pedro de Puerto y Gonzalo Franco, mercaderes todos ellos de Ciudad Real.
Afectando también a esos territorios se hallaba el trato comercial establecido entre CitadaCiudad Real que se poseen escasas referencias, aun cuando se pueda establecer su existencia. En 1492, los reyes ordenaban al corregidor de Vizcaya la determinación de la demanda presentada por Gutierre de Cabañas, vecino de Ciudad Real, el cual «ovo prestado e prestó por haser buena obra a Pero Ortís de Madariaga, vesino de la villa de Vilvao..., quarenta e cinco ducados de oro para que ge los diese e pagase dentro de cinco dias después que por él le fuesen demandados en esa dicha villa», pero cuando fue a cobrarlos allí se encontró con que no podía hacerlo. El texto es suficientemente esclarecedor de las relaciones mantenidas entre ambas poblaciones, ya que el préstamo se concede en Ciudad Real lo que presupone la presencia allí del vizcaíno-, pero se cobraría en Bilbao, hecho que permite suponer determinados intereses económicos en aquella villa del prestamista realengo. Por otro lado, la probable existencia de relaciones mercantiles entre Ciudad Real y otras zonas norteuropeas presupondría el paso de algunas de las mercancías al menos por el puerto bilbaíno.
También con territorios de la fachada levantina mantuvo Ciudad Real transacciones comerciales. Quizá se pueda hablar, generalizando, de un comercio cara al Mediterráneo. No cabe duda de que la que capitalizó un mayor volumen, de negocio, sobre todo en el siglo XV, fue Valencia. En 1489 aparece un tal Rodrigo Valenciano -apellido que apunta a su origen- demandando a los herederos de Alfonso Delgado, vecino de Ciudad Real, 20 castellanos, 36 florines y 15 ducados de oro, que aquél le había prestado. Que existieron tales relaciones entre ambas ciudades, queda bien patente por las noticias que proporcionan documentos posteriores. Así, de 1506 se conoce una carta de poder otorgada por Alonso de Villaescusa, vecino de Ciudad Real, a Pedro Naranjo para que pueda recoger a su esclavo Alvaro y venderlo en Valencia; al año siguiente era Juan Ferrando, doctor en leyes, el que presentó en Valencia una esclava que había sido vendido a Juan Romero, morador en Ciudad Real, el cual la remitió a Valencia. De 1514 es otro documento por el que Bernardo de Casa Corrén, procurador de Juan Simonet, francés, presentó un esclavo blanco, Amet, el cual había sido llevado a Ciudad Real y vendido al mercader Pedro Franco Díez, con el que estuvo hasta que, hacía un mes, lo vendió a Simonet, que lo remitió a Valencia. Estas muestras, aunque tardías, manifiestan bien a las claras el establecimiento de unas intensas relaciones comerciales entre ambas poblaciones.
Es lógico que las transacciones comerciales de Ciudad Real con poblaciones limítrofes de la meseta inferior se encuentren más reflejadas en la documentación, debido a la proximidad y a la frecuencia y naturaleza de los intercambios. Sin duda el caso de Madrid era el de menor importancia, debido quizá al escaso papel que jugaba en aquellos momentos esa villa dentro del territorio, máxime si se tiene en cuenta la relevancia que habían adquirido otros centros, como Cuenca y Toledo. Sin embargo, las relaciones con dicha población existieron, a tenor de la noticia de 1488 por la que Fernando de Carrión, vecino de Ciudad Real, demandaba el pago de cierta deuda contraída por Sancho de Urbina, vecino de Madrid. Transacciones más importantes, con toda seguridad, existían con Cuenca. Sus vinculaciones aparecen desde muy temprano, pues en 1263 Alfonso el Sabio mandaba a los concejos de Cuenca, Alcaraz y Alarcón que permitiesen a los de Ciudad Real cortar y sacar madera con destino a la edificación de la nueva población. El comercio de este producto no se cortó con facilidad, ya que la edificación de la ciudad fue laboriosa. Al mismo, y probablemente a los dichos lugares, se dirigió en 1266 el propio monarca mandando traer madera para la edificación de su alcázar en la ciudad. Es lógico pensar que esos territorios, de gran riqueza maderera, fueron los encargados de abastecer las necesidades de Ciudad Real, puesto que el propio territorio carecía de ella. Ahora bien, no fue el único producto con que comerciaron, pues se tiene noticia de un pleito mantenido en 1480 por Fernando ce Carrión, vecino de Ciudad Real, contra Pedro de Cuenca, mercader de esa ciudad, sobre ciertas costas y otras razones no especificadas, planteado ante el corregidor Pedro Vaca, que lo era de las ciudades de Cuenca y Huete. Consecuencia de tales transacciones comerciales y del impago de determinadas obligaciones fue el embargo realizado a Francisco de Resa, alcaide de Beteta, población conquense, de «cierto ganado e otras cosas», siendo el demandante Gonzalo Mejía, señor de Santa Eufemia, y el encargado de hacer el embargo el corregidor de Ciudad Real. El asunto no es del todo claro, puesto que parece intervenir en ello determinada cuestión de tipo ganadero, como era el abuso en la utilización de una dehesa propiedad de Gonzalo Mejía. Estas vinculaciones ganaderas entre ambos territorios son significativas del tipo de relación existente en ambas ciudades. La lana resultaba una materia de primera necesidad para sus respectivas economías.
En el caso del comercio toledano, es lógico que Ciudad Real jugase un importante papel, no en vano se encontraba situada en el camino Toledo-Córdoba y se hallaban vinculados determinados sectores de su población a través de las respectivas Hermandades. Tales relaciones comerciales se aprecian con toda claridad en el caso de un mercader genovés, Faciote, que se dedicaba a traficar entre ambas. En 1488 era Fernando de Carrión, vecino de Ciudad Real, el que demandaba cierta cantidad de dinero a Pedro de Toledo y Alfonso de Talavera, vecinos de Toledo, que se negaban a pagar.
Las relaciones comerciales de Ciudad Real con otros territorios de Europa son difíciles de aquilatar y parece que debieron de hacerse a través. de-intermediarios. No obstante, la presencia de algunos mercaderes europeos en la ciudad, aunque no muy extensa, se encuentra atestiguada. Que éstos sacasen sus productos al exterior es ya otra asunto. Ciertas vinculaciones con Flandes, aunque de muy difícil precisión, se pueden sospechar por el caso ya citado de 1487, en el que aparece el preboste de Foines, maestre Gonzáles de Vargas, dejando en su testamento una manda de «veynte libras de gruesos de moneda de Flandes» a favor de Gonzalo de Vargas, vecino de Ciudad Real, que debían ser pagadas por ciertos burgaleses. Aun cuando el documento no lo exprese con claridad, cabe sostener determinados vínculos familiares entre ambos personajes, que inducen a pensar, dada la profesión del preboste, en un establecimiento de relaciones comerciales entre ambos territorios probablemente a través del consulado de Burgos. Quizás en su apoyo se puede aducir el dato que se posee de la presencia en la zona de determinada «ropa de Vrujas», aunque tampoco es de por sí determinante. Mucho más clara es la presencia de genoveses en la zona, aun cuando los datos que se poseen son tardíos. La presencia de estos mercaderes en el territorio se detecta ya en el siglo XIV, cuando en diversos años de su segunda mitad aparecen arrendando los pozos de Almadén. Por lo que respecta a Ciudad Real, en 1477 se documenta a un tal Faciote, «que conprava e vendía como mercader» desde hacía cuatro años, y al que «le fue fecha una obligación de cierta contía e a cierto plaso por Juan Mexia», vecino de Ciudad Real. Este mismo genovés, aparece en 1478 como «estante en la dicha ciudad» y al cual debían 4.400 maravedís los hermanos Fernando y Alvaro de Villa Real. De la presencia de mercaderes franceses existe la mención muy tardía, de 1514, ya citada, en la que un tan Juan Simonet, francés, compró en Ciudad Real al mercader Pedro Franco Díez un esclavo, que presentó en Valencia. Por otro lado, Fernando de Marsella, vivía en Ciudad Real probablemente como mercader.
Las relaciones comerciales con el reino portugués son mucho más claras, tal como ya se ha indicado al hablar de las realizadas con la región extremeña, no en vano Juana de Portugal había sido señora de la ciudad. En 1480 se documenta a un tal Alvaro Martínez, portugués avencidado en la ciudad y al que había dejado el embajador de aquel país, Fernando de Silva, sus bienes en custodia al salir del reino. La presencia de portugueses en Ciudad Real debió ser mucho más amplia. Que las relaciones debieron ser intensas se desprende del hecho de que, al producirse la huida de judeoconversos, muchos de ellos marcharon a Portugal y de que el mismo rey de esa nación se dirigiese personalmente a los inquisidores pidiendo favor para un vecino de dicha ciudad, Juan de la Sierra. Prueba de la amplitud y fluidez de las mismas es que en 1492 los reyes permitían que los maestros que el monarca portugués mandaba a Ciudad Real pudiesen tejer los paños que necesitaban para el rescate de Guinea. Todos estos datos muestran un intercambio frecuente y de cierto volumen entre ambos territorios.
Pese a que las fuentes no nos permitan más que pinceladas puntillistas sobre el mundo mercantil de la ciudad, parece que éste se revela de cierto interés. La ciudad era origen y meta de variados productos, siendo probablemente aquellos que giraban en torno al textil los que acaparaban una mayor atención por parte de propios y extraños, que los trasladarían hacia lejanos puntos peninsulares y, posiblemente, extrapeninsulares.
La vinculación existente entre buena parte de los integrantes de esta profesión y determinado grupo ideológico, como era el de los conversos, parece clara. Quizá ello resultó uno de los puntos débiles del sistema, pues al verse afectado dicho sector el mundo comercial de la ciudad se resintió enormemente, no llegando ya a recuperarse ni a alcanzar los niveles detectables para la etapa anterior. La reiteración de ciertos apellidos: los Teba, Franco, Olivos, Sierra, etc., manifiesta la existencia de grupos familiares dedicados a esta actividad. En este sentido, cabe señalar la interpenetración entre sí de ciertos de estos apellidos, como consecuencia de los casamientos producidos entre los miembros pertenecientes al grupo.
Aun cuando no se constatan más que pocos casos, no se encuentra ausente de la ciudad algún que otro representante del comercio extranjero. La presencia genovesa, sin duda, debió ser más elevada de lo que registran los documentos.
El abastecimiento de la ciudad
El encontrarse la ciudad en posesión de un territorio bastante escaso y, además, carente de ciertas materias y productos, fue una dificultad que quizá no evaluó suficientemente el fundador. El problema se plantearía proporcionalmente al aumento demográfico, sirviendo de pretexto a la Orden de Calatrava para presionar sobre ella en los períodos de tensión. El hecho de la reiterada exención de portazgo de que es objeto la ciudad, o mejor sus pobladores, señala hacia este punto, ya que, si bien uno de los objetivos era el rápido poblamiento, no cabe duda que éste debía sustentarse en una economía capaz de posibilitarlo, habida cuenta de la escasez de dicho territorio. Cuando en 1305 Fernando IV confirma a la ciudad el poder realizar determinados aprovechamientos en territorio calatravo, apunta hacia ese trasiego de productos de un lugar a otro al señalar que los de la orden «le demandan e roban de las sus cosas que ellos traen e lievan ». Este ámbito reducido se amplía cuando en 1312 el mismo monarca, al confirmar nuevamente la exención de portazgo, ordena que no se les tome «en ningún logar que acaescan con sus mercadurías e con las otras cosas que troxieren de un logar a otro».
Es más que probable que al poco de su fundación Ciudad Real centralizase toda una serie de transacciones no sólo de su territorio más inmediato, sino de un más amplio radio. Buena parte de la producción agrícola calatrava derivó la comercialización de sus excedentes a través de la misma, prueba de lo cual es que en los enfrentamientos con dicha Orden el maestre creó un mercado en Miguelturra, impidiendo la afluencia de productos al de la ciudad, por lo que ésta se quejó, tildando el hecho de « injusto». En el documento del acuerdo entre las partes, firmado en 1324, no sólo se hace referencia a los lugares de la Orden, de su entorno inmediato, al señalar «que las gentes de la vuestra tierra et de la nuestra que entren a Villa Real et anden salvos et seguros de la una parte a la otra, con sus merchandías», sino que hace referencia a un comercio de más largo alcance al añadir: «Et las gentes que de las otras partes vinieren a la vuestra villa et a los vuestros logares, esso mismo». Que el tráfico comercial tenía una cierta consideración, ya viene dado por el hecho de que hacia 1299 apareciesen en torno a la ciudad y su tierra un cierto número de salteadores de caminos, que andaban robando a los viandantes. Es obvio que estos personajes aparecieron en aquellos puntos donde podían obtener unos beneficios mediante el pillaje y eso solamente lo lograrían donde hubiese un cierto volumen de tránsito.
Debido a todo ello, la ciudad se encontraba bien abastecida de variados productos agrícolas, realizándose también en ella transacciones cuyo objetivo no era sólo el consumo interior. En este sentido resulta paradigmático el caso de una compra de trigo realizada allí en 1424 por el arcediano de Niebla, superior a las 500 fanegas, y que ofertaba al prior del convento de Guadalupe por si lo necesitaba. Caso similar ocurre con el vino, del que se sabe qué partidas de un cierto volumen eran trasladadas, cuando menos, a Sevilla, probablemente desde bastante tiempo andes de 1437.
Pese a todo, la ciudad tuvo dificultad para abastecerse de ciertas materias primas. Ya el monarca fundador se percató de ello al mandar traer madera para construir su alcázar y permitir que se llevase para la construcción de la ciudad. La falta de dicho producto motivó desde el comienzo determinadas disposiciones de los monarcas, ya a partir de 1256. Resultaba imprescindible para la edificación y se permitió traerla de todas las partes del reino, aunque las zonas de donde se abasteció principalmente fueron las más próximas de Cuenca, Alcaraz y Alarcón, pese a que también lo hiciese de los territorios limítrofes calatravos. Era necesaria para la edificación de la ciudad, pero también para la construcción de cubas y toneles, utensilios imprescindibles para el tráfico comercial, y para las carretas donde transportar las mercancías. Claramente viene expresado en la concordia de 1424 con Calatrava: «Otrosí que qualquier de los vesinos de la dicha ciudad o hombre suyo que cortare pie de ensina o de robre o de quejigo o biga dello o otra madera, como cabrios o costaneras o tirantes o timones o maderos para arcos de cubas... ».
Aunque pueda parecer paradójico, la leña también escaseaba, dado significativo por lo que puede reflejar de ausencia o escasez de bosque o monde bajo y de gran predominio de tierras roturadas. La necesidad de la misma y su traída desde territorio calatravo fueron motivo de frecuente fricción. Su comercialización en la ciudad estuvo gravada por cierto impuesto, probablemente englobado en la alcabala, ya que a fines del siglo XV aparece un tal Bartolomé Sánchez como arrendador de la renta de la leña. Resulta obvio que esa falta de leña producía también la carencia de carbón, producto necesario para la vida ciudadana, y cuya escasez hacía clamar a los vecinos. El esparto era otro de los productos que requería la ciudad y del que se encontraba necesitada, al no poder abastecerse con lo producido dentro de su territorio, caso de que algo se produjese en él. Lo mismo que en el caso de la leña y el carbón, se procuraba abastecer con lo transportado desde tierras calatravas.
La interrupción en el abastecimiento de esa serie de productos ponía en serio peligro la evolución de la ciudad. Un ejemplo de ello son las palabras de Alfonso XI en 1334: «E nos porque fallamos que la dicha nuestra villa no se podría mantener sin aber y usar de las dichas cossas e si lo non obiessen que se despoblaría e hermaría la dicha nuestra villa e sería nuestro deservicio». Evidentemente se refería al aprovechamiento de esos productos del Campo de la Orden. Es indudable que la carencia de algunos de ellos acabó afectando la vida de la ciudad, y, muy probablemente, la ausencia de una infraestructura sólida posibilitó su rápido declive a fines del siglo XV.
En otro orden de cosas, aparte de ser signo distintivo de la vida urbana y, según ciertas opiniones, origen de determinadas ciudades, esta escasez de productos y materias primas obligaba al establecimiento de un mercado en Ciudad Real. Este tenía que ser franco, al objeto de que concurriesen a él con facilidad los productos necesarios y con el fin de que se pudiese constituir allí un centro mercantil de una cierta envergadura capaz de atraer a otros comerciantes. Parece que ya Alfonso X concedió que pudiesen celebrarlo los sábados, aunque la noticia no se puede confirmar documentalmente. Fuese o no ese día, lo cierto es que la cita de almotacenes en un documento de 1302 está haciendo referencia a la celebración del mercado. En los años iniciales del siglo XIV se trasladó su celebración al martes de cada semana, como queda de manifiesto por las luchas mantenidas entre la Orden de Calatrava y la ciudad, en las que aquélla intentó en 1321 boicotearlo mediante la celebración de otro en Miguelturra el mismo día y el impedimento de que los mercaderes pasasen a vender en el de la ciudad. Cuando en 1323 el infante don Felipe toma cartas en el asunto, señala claramente cuál era la situación al respecto: «Et el dicho maestre, no lo podiendo fazer de derecho, que les fazían nuevamente mercado en Miguelturra, que es a media legua de Villa Real, en el día del martes que ellos hazen mercado et lo an de privillegio. Et deffendíen a los de la tierra que non viniessen al dicho mercado de Villa Real nin les vnessen vezindat ninguna».
Algunos de los productos con que acudían las gentes de la Orden al mercado quedan reflejados en un documento de 1324, por el que Alfonso XI ordenaba al maestro don Juan Núñez que derogase ciertas ordenanzas que había hecho para que sus vasallos no acudiesen a vender pan ni vino.
Dicho privilegio de celebración del mercado franco los martes de cada semana fue confirmado por Enrique IV, aunque hacia 1488 los Reyes Católicos lo suprimieron, amparándose sin duda en un mandamiento suyo anterior de que no se hiciesen ferias ni mercados francos, salvo en aquellos lugares que tuvieren de ello merced asentada y confirmada. Sin duda los de Ciudad Real se presentaron los privilegios pertinentes, lo que motivó la actitud de los monarcas, estando el asunto todavía pendiente a comienzos de 1489. Sobre ello en 1492 la ciudad alegó exención de alcabala por tener mercado franco; pero el asunto no debía encontrarse resuelto, ya que en ese mismo año se pide autorización a los reyes para poder incrementar la cuantía de una sisa con el fin de subvenir a distintas necesidades, entre las que se encontraba las «debdas que tienen sobre el mercado franco». El desenlace de esta cuestión no se conoce con exactitud. Tal como evolucionó posteriormente la actividad económica de la ciudad, es posible que no se solucionara favorablemente para ella, aunque en sus aspectos formales se mantuviese el tipo de mercado franco.
El centro mercantil de la ciudad se encontraba en la plaza, donde se hallaba también la alcaicería, y en cuyas inmediaciones, como es obvio. se distribuían las tiendas, algunas de las cuales son recogidas por la documentación, estando constituidas por cámaras, corredores y portales.
Ahora bien, ¿con qué productos se comerciaba en la ciudad? La respuesta parece clara. En primer lugar estarían los destinados a proveer a la misma de ciertos productos de primera necesidad. Entre ellos se encontraban los cereales, parte de los cuales, al menos, venían de tierra de la Orden, y el vino, sobre cuya venta en bodegones el concejo hizo unas ordenanzas, pero parte del cual se exportaba hacia otras localidades. La venta del aceite, venido también de fuera, se hallaba monopolizada por el comendador de la mencionada Orden en la ciudad. Otros productos de primera necesidad para la vida urbana eran también la madera, el carbón y el esparto, ya citados. Además de los citados, alcanzarían altos niveles de intercambios los textiles y la serie de productos que giraban en torno a ellos, los metálicos y los del sector del cuero, cuyas actividades ya se han mencionado, y que supusie ron la llegada a la ciudad de determinadas materias primas que les resultaban imprescindibles.
En lo que atañe a la comercialización de los textiles, ya se ha indicado algo con anterioridad. Hay que pensar que, al menos en sus orígenes, buena parte de la producción se consumía en el interior de la ciudad. En tal sentido se puede interpretar la concesión de Alfonso XI a doña Leonor Fernández del derecho de la medida y vara de los paños vendidos por retazos. Sin embargo, al alcanzar el volumen de producción cotas más elevadas, la mayor parte salió para la venta en otros puntos, máxime cuando el nivel de especialización de los paños fabricados los hizo ser demandados en otros mercados.
Además de los expuestos, la documentación registra también genéricamente algunas otras actividades mercantiles. La existencia, pues, de unas transacciones comerciales de cierto alcance centradas en la ciudad se encuentra suficientemente probada por las fuentes, aun cuando éstas no sean muy precisas respecto a cuantías y otros pormenores. Como prueba de esta variedad de productos y transacciones hay que hacer notar el número relativamente elevado de especieros, mercancía que no era propia del territorio. Poco importa, aunque sea importante su conocimiento, hacia dónde se derivaban tales productos; importa resaltar el hecho de su comercialización como indicativo de la variedad de las mencionadas transacciones mercantiles.
En torno al mercado se centraba también un comercio ganadero de muy variada índole, procedente en parte de tierras de la Orden, y que tendía en cierto modo a satisfacer las necesidades de la población. En una de las partes de la plaza se encontraban las carnicerías, cuyo abastecimiento corría a cargo de unos «obligados», aunque en ocasiones eran los propios ganaderos los que introducían sus ganados en la ciudad para vender la carne en una tabla especial, que quitó en un momento determinado el presidente de la chancillería. Estas carnicerías públicas se encontraban perfectamente estructuradas y sobre algunas de sus «tablas» recaían los impuestos de sisas. La documentación cita también, junto a estas carnicerías, las pescaderías, que en una pequeña parte se abastecían de la pesca del Guadiana.
La ausencia de unas ordenanzas sobre el mercado nos deja sin conocer algunos pormenores del mismo. Se conoce la existencia de pesos marcados, donde se debían pesar los productos llegados a la ciudad; se sabe de la existencia de un almotacén y de los fieles; incluso la documentación habla en alguna ocasión de «regatones», especie de comerciantes y revendedores por menudo. La presencia de corredores en la ciudad puede aproximarnos a la idea de cómo se comercializaban algunos de estos productos.
Como se puede comprobar, las referencias a un volumen de negocios crecido son más abundantes en el siglo XV, aun cuando las bases para ello se establecieron ya en los anteriores. Su detección resulta clara al comprobar el temor de la población al hecho de una paralización de la actividad mercantil, constatable a finales del siglo XV. Diversos factores dieron al traste con ese mundo comercial que resultaba floreciente. En 1489 se señala «que a causa de la pestilencia que en la dicha ciudad ha avido e se aver ydo toda la más de la gente della», se había producido el hecho de «aver cesado el trato de la dicha ciudad». Sin embargo, el acaecimiento de determinadas calamidades o epidemias no fue el único agente que perjudicó ese mundo mercantil. Hacia finales del siglo aparece como verdadera amenaza la presión fiscal, que junto a otros factores, será el desencadenante del proceso regresivo de la vida urbana de Ciudad Real. Se conoce el caso de los zapateros, que por dicho motivo abandonaron la ciudad. Pero no era éste el único sector afectado, en 1490 se repite el temor general a la paralización a causa de la sisa que se había echado, «lo qual dis que es e redunda en daño de la dicha ciudad y vesinos della, porque de aquella causa ha cesado e cesa el trato que en aquella ciu-dad ay e se siguen otro ynconvenientes». La situación se repite al año siguiente por igual motivo. El documento es mucho más clarificador, puesto que la petición que se hace es que no se eche la sisa «contra los forasteros», pese a lo cual los regidores la habían echado «muy desaforada en todos los mantenimientos e mercaderías», por lo que existía el temor de que «los mantenimientos e mercaderías que a ella suelen venir no vernán por causa de la dicha sysa».
Es un hecho el que ese comercio de productos foráneos llegó a plantear en determinados momentos algunos problemas, como hacia 1497. En aquellas fechas -aunque no sería la única ocasión-, fruto de un mal momento económico que obligó a ciertas medidas proteccionistas, las justicias de la ciudad no dejaban vender en la misma «los mantenimientos que se trahen de fuera parte fasta tanto que por vosotros se pone el precio a como se ha de vender». Esto produjo que las mercancías «que a la dicha ciudad vienen se pasan adelante e no los quieren vender en ella, de manera que esa dicha ciudad no esta tan proveyda como deve».
La actividad comercial, ya en franco deterioro, comenzó a descender y a languidecer, cayendo ostensiblemente durante el siglo siguiente.