CIUDAD REAL DEL SIGLO XIX
LOS PROBLEMAS DE LA ENSEÑANZA
A comienzos del siglo XIX la situación de la enseñanza en Ciudad Real distaba mucho de ser aceptable. Los mismos informes cruzados con el Consejo de Castilla en orden a la difícil creación de una Sociedad Económica, debido a la falta de «personas ilustradas», son buena prueba de ello. Como lo es la instancia de un vecino, enviada al Ayuntamiento en 1805, denunciando «la falta de maestros de primeras letras, pues siendo tan dilatada su población y de consiguiente crecido el número de párvulos, está reducida su educación, enseñanza y recogimiento a sólo dos escuelas, que se pueden graduar por una, respecto a que la que ejerce don Antonio Zapata es constante que la tiene cerrada la mayor parte del año, a causa de ser pudiente y emplearse en el cuidado de su hacienda. La otra, que se halla a cargo de don Antonio del Seno, además de no poder asistir la cuarta parte del número de niños que encierra esta ciudad, es también evidente el que las muchas lecciones de niños y niñas a que asiste fuera de la escuela le impiden mucha parte del tiempo que había de emplear en ella. De esta falta patente proviene el daño que a la vista se presenta de tanto niño vicioso como se halla en las calles y plazas públicas aprendiendo cosas muy perjudiciales e impuras de forma que gastando el tiempo se hallan crecidos en edad y hechos unos holgazanes, sin tener remedio sus vicios».
La Constitución de 1812 asumiría una de las tareas esenciales del Estado nacido de la revolución liberal: la educación. Ya en el discurso de presentación del proyecto constitucional se decía: «Para que el carácter sea nacional, para que el espíritu público pueda dirigirse al gran objeto de formar verdaderos españoles, hombres de bien y amantes de su patria, es preciso que no quede confinada la dirección de la enseñanza pública a manos mercenarias.» El título noveno de la Constitución, «De la instrucción pública», y fundamentalmente los artículos 366 y 371 marcaban las pautas de la política educativa de la monarquía liberal, tendente a la formación de ciudadanos que «ilustren a la nación y promuevan su felicidad con todo género de luces y de conocimientos». La situación de Ciudad Real seguía siendo en los primeros años de la monarquía isabelina muy precaria en los aspectos educativos.
En las Consideraciones sobre el estado económico, moral y político de la provincia de Ciudad Real, su autor, don Diego Medrano y Treviño, pone de relieve la penosa situación de la instrucción pública «que se ha visto desde muy antiguo en el mayor abandono». Y aun reconociendo los esfuerzos que en los últimos años se había hecho en el terreno de la enseñanza primaria, recordaba «la falta absoluta de la más elevada o secundaria. En el vasto territorio comprendido entre la capital de la monarquía y las ciudades de Toledo, Granada y Valencia, no ha existido ni existe un establecimiento cualquiera que pudiese proporcionar una mediana instrucción». Ese texto se escribía en 1841. Ese mismo año, en las Cortes, en la sesión del 12 de julio, el regente, don Baldomero Espartero, afirmaba «la necesidad que se nos hace sentir en el día entre nosotros, después de dada a la instrucción primaria la atención que se merece, es sin duda la de mejorar y extender los estudios intermedios, tan útiles a las clases productoras de la sociedad». Era un discurso muy en la línea de la ideología progresista a la que pertenecía Espartero. Fue justamente durante su gobierno cuando las juntas locales progresistas iniciaron la creación de institutos «de segunda enseñanza», como se les denominaría durante muchos años.
La creación del Instituto
Las conversaciones entre el gobierno del Regente Espartero y el Ayuntamiento de Ciudad Real para instalar un Instituto comenzaron ese año de 1841. En principio no había problema en cuanto a su sede. Los efectos de la desamortización urbana habían proporcionado a la administración pública numerosos edificios de gran amplitud y sólida construcción antes pertenecientes a órdenes religiosas suprimidas o concentrados sus miembros, puesto que la ley de julio de 1835 había suprimido los conventos con menos de doce profesos. La ley de 9 de diciembre de 1849 permitió la utilización de edificios conventuales desamortizados para necesidades de la administración del Estado: sedes de gobiernos civiles, ayuntamientos, institutos. Como consecuencia, el convento de la Merced fue destinado a sede del nuevo Instituto de Ciudad Real que iniciaba su vida docente el 1 de noviembre de 1843. La vida económica del nuevo centro se aseguraba con un arbitrio de dos reales impuesto a cada casa de los pueblos de la provincia, cuatro reales a las de la capital y seis reales a los establecimientos comerciales. Ello suponía en esos primeros años una cantidad de 61.000 reales, a los que se sumaban otros 20.000 procedentes de los derechos de ingreso y de matrícula. De ellos se destinaban 70.000 reales para la dotación de profesores y personal subalterno. Los 11.000 restantes se destinaban a libros y material tanto didáctico como de oficina. Hay que tener en cuenta que el Instituto ya partía con una buena biblioteca procedente del antiguo convento de la Merced, de magníficas ediciones, aun cuando en su mayoría estuviese constituida por libros religiosos. Esta biblioteca, que se conservó prácticamente intacta hasta años recientes, sufrió luego una importante merma de sus fondos que, en número muy reducido, conserva hoy el Instituto en el nuevo edificio al que fue trasladado.
El edificio del antiguo convento desamortizado de la Merced se destinó a sede del Instituto de Segunda Enseñanza fundado en 1842 por un manchego, el general Espartero. Foto de comienzos de siglo. |
La Escuela Normal
Una Real Orden de 16 de febrero de 1835 había creado en Madrid la Escuela Normal Central. En consecuencia, los gobernadores civiles debían elegir en cada provincia dos jóvenes, «de los más acreditados por su aplicación, aptitud y buena conducta» para que concurriesen a dicha Escuela, se formasen en ella y fuesen los puntales en las escuelas que se fuesen creando en provincias. El 8 de marzo de 1839 se inauguraba la Escuela Normal Seminario de Maestros de Madrid. En el discurso inaugural, su primer director, don Pablo Montesino, un modelo de pedagogo liberal, formado en el exilio inglés, hacía hincapié en el abandono en que se había tenido en España a la enseñanza; proponía como modelo a pedagogos como Pestalozzi y Telenberg y terminaba exhortando a los futuros formadores de maestros: «Tened en la memoria que la empresa a que sois llamados es la más noble y la más pura que puede confiarse a un corazón benéfico y amante de su país: ¡La educación del pueblo! ¡La base moral de las sociedades civiles! No hay objeto más grande ni más sagrado.»
La obra de Pablo Montesino tuvo una gran incidencia en la formación de maes-tros de primeras letras, de forma muy especial su Manual para maestros de escuelas de párvulos, que contó con varias ediciones, aparecido en 1840 y en cuyas páginas reflejaba su experiencia pedagógica en Inglaterra, su admiración por el pensamiento y la obra de Robert Owen, uno de los promotores de las Infant Schools y sus esfuerzos en España por alentar el nacimiento y desarrollo de la Sociedad para propagar y mejorar la educación del pueblo, creada en 1838.
Dentro de este espíritu, el 26 de febrero de 1842, el Boletín Oficial de la Provincia publicaba la siguiente resolución: «Decidida la Diputación a proporcionar todos los medios que conduzcan al fomento de la instrucción pública en esta provincia de Ciudad Real (...), ha determinado se realice el establecimiento de la escuela normal planteada en esta capital a cargo del profesor alumno de la Central del Reino don Juan Trujillo.» Era uno de los formados en la Normal -Seminario de Maestros de Madrid-. El día primero de abril se inauguraba la Escuela Normal de Ciudad Real que se instalaba, como lo hiciera el Instituto, en otro edificio desamortizado, el antiguo convento de San Juan de Dios, en el mímero 12 de la calle Dorada.
En los años inmediatos se plantearía en toda España la necesidad de que se creasen también Escuelas Normales de Maestras. Numerosos alegatos, entre algunos del propio Pablo Montesino, se adujeron en favor de tal medida, de indudable incidencia social. La primera Normal de Maestras se creaba por Real Decreto de 24 de febrero de 1858. La junta Provincial de Instrucción Pública disponía el 10 de octubre de ese mismo año la creación de la Normal de Maestras de Ciudad Real, cuya actividad comenzaría en el curso 1860-61.
LA PRENSA DEL SIGLO XIX
No se concibe un núcleo urbano del pasado siglo y, menos aún, su desarrollo social y su toma de conciencia política, sin un previo y mantenido desarrollo de la prensa. Desde la lucha contra los franceses al largo proceso de la revolución liberal y al conflicto entre liberales y absolutistas, la prensa tuvo un papel esencial en la vida ciudadana, creando opinión pública y siendo cauce y portavoz de ésta. Prensa y púlpito fueron las dos tribunas principales del gran debate ideológico del siglo. Limitada la primera al ámbito urbano y a los sectores más instruidos de la emergente burguesía; dominando el segundo las extensas áreas rurales y sectores muy amplios tanto de las clases acomodadas como de las populares.
En núcleos como Ciudad Real, de predominante carácter rural y de fuerte presencia eclesiástica, la prensa tuvo escasa incidencia en la vida ciudadana, más testimonial que eficaz, pero con todo representa una dimensión nada desdeñable de la evolución cultural y política de su población en el pasado siglo. Aunque ya durante los años de la guerra de la Independencia se puede rastrear una cierta prensa, nacida al hilo de la lucha, sería el trienio liberal el que diera, también en Ciudad Real, un clima apropiado para el nacimiento de periódicos. De 1813 tenemos noticia de una Gaceta de La Mancha, creada y dirigida por Agustín de Castro, que poco tiempo después se trasladó a Madrid, donde publicaría La Atalaya de La Mancha en Madrid. Propiamente al breve período constitucional pertenecen periódicos como El Patriota Manchego, aparecido en 1823, y en el mismo año El Observador Manchego.
Tardaría, sin embargo, en despertar la prensa y lo haría en el conflicto no sólo ideológico sino armado de las guerras carlistas. Y serían periódicos de esta opción política los más representativos de una región, como la manchega, de significativa militancia carlista, por las razones expuestas páginas atrás. Entre los títulos que cabe recordar, El Semanario Recreativo, aparecido en 1844, cuya redacción e imprenta se encontraban en la calle de Toledo y cuyo responsable era Victoriano Malaguilla. Al calor del último conflicto carlista, se publicaron La Atalaya, nacido en 1870 y dirigido por Joaquín García Mejías, o El Legitimista Manchego, creado en 1872 por un militante carlista, Antonio Zoilo Vázquez Marjaliza. Aparte de la prensa carlista de ámbito nacional, como El Siglo Futuro o La Esperanza, en Ciudad Real siguieron apareciendo títulos durante la época de la Restauración. El citado Vázquez Marjaliza dirigiría El Manchego, creado en 1886 por Alvaro Maldonado, cuya redacción estaba en Morería, 3. Leopoldo Acosta Moreno sería el director del semanario La Voz de La Mancha, también de carácter carlista y radicado en la calle Dorada, número 7.
Por su parte, entre los títulos más representativos de la prensa liberal se encontraban: La Crónica de Ciudad Real, aparecido en 1874,. con redacción en la calle de la Mata, 7, y dirigido por Luis del Rey; El Adalid Manchego, órgano desde 1891 del partido de Sagasta, con redacción en Azucena, 16, y dirección de José Balcázar Sabariegos; el semanario El Labriego, creado en 1880 y que se convertiría en diario entre 1897 y 1910. Su redacción estaba en el número uno de la calle de Cuchillería. Entre sus directores se contaron nombres como los de Ceferino Saúco Díez, alcalde de Ciudad Real en 1910, y Emilio Bernabéu, catedrático del Instituto y hombre muy destacado en la vida cultural y política de la ciudad. Cabe recordar también El Diario de Ciudad Real, aparecido en 1888 v dirigido por Pablo Vidal Dorado; el liberal moderado La Tribuna, creado en 1892, con redacción en Calatrava, 10, y otros de corta vida como El Independiente, aparecido con carácter sólo dominical en 1885 y dirigido por Félix Sabariegos o, en ese mismo año, el también semanario, de carácter político y literario, La Provincia.