La sublevacion de artillería

CIUDAD REAL DEL SIGLO XX

LA SUBLEVACION DE ARTILLERIA

Dentro del clima de orden, supremo valor en todo régimen de autoridad, el nombre de Ciudad Real saltó a la prensa nacional como exponente de uno de los sectores más críticos y hostiles con el Dictador: el cuerpo de Artillería. La llamada «cuestión artillera» era ya vieja entre las que turbaron la vida política del régimen de la Restauración. Un hito importante habían sido la crisis de 1917 y el movimiento de las Juntas de Defensa. La crisis de 1917 y el movimiento de las Juntas de Defensa. La cuestión residía en el empeño que el arma de Artillería tenía en conservar la llamada «escala cerrada» que sólo permitía el ascenso por escalafón y rechazaba cualquier promoción por méritos de guerra o por cualquier otra vía de gracia, mérito o favor. El espíritu corporativo de los artilleros venía manteniendo ese inflexible criterio, incluso respaldado por un juramento hecho a la salida de la Academia. Primo de Rivera, aun conociendo muy de cerca lo espinoso del tema, decidió zanjar la cuestión unificando el régimen de ascensos entre los diversos armas v cuerpos del Ejército. La reacción de los artilleros no se hizo esperar.

Un ilustre militar nacido en Ciudad Real. El general Francisco Aguilera

Un ilustre militar nacido en Ciudad Real. El general Francisco Aguilera fue uno de los opositores a la política militar del general Primo de Rivera. Ministro de la Guerra en el gobierno de Garcia Prieto. (Oleo de Angel  Andrade. Museo Municipal.)

Entre las figuras del Ejército que de forma más clara se opusieron a la política militar del Dictador estaba el general Francisco Aguilera, nacido en Ciudad Real, de la que era además hijo predilecto. Tras un intento fallido de conspiración a fines de 1925, en el que colaboraban intelectuales y políticos como el conde de Romanones o Melquiadez Alvarez, el plan de 1926 se preparó con mayor cuidado y sigilo. Se había previsto el movimiento para la noche del 24 de junio; de ahí el nombre de sanjuanada con que sería conocido. Las cabezas militares que lo dirigían eran los generales Weyler y Aguilera y la ciudad donde se pretendía centrar el golpe era Valencia. El plan tenía como objetivo expulsar del poder a Primo de Rivera y que otro militar, el general Aguilera, accediese a la presidencia del Gobierno. Tampoco el plan en esta ocasión pasó de un intento. Los comprometidos fueron descubiertos y arrestados. La sanjuanada fracasó pero la hostilidad de los artilleros contra el Dictador siguió preparando su caída.

Sería en el intento de 1929 cuando Ciudad Real tuviese especial protagonismo. Hubo también que posponer la fecha prevista varias veces. Parece que estaban comprometidos veintiuna guarniciones de Artillería. El plan preveía que «levantadas las guarniciones comprometidas, las fuerzas obreras se lanzarían a la huelga general y los partidos políticos se echarían a la calle». Como se ve, toda una revolución. Incluso se pensaba en un temporal exilio del rey, hasta que de las Cortes «saliese el régimen definitivo». Uno de los militares implicados, el general López Ochoa, consideraba que aquello «equivalía a la declaración de la República española».

Pero el caso fue que de las guarniciones comprometidas, la única que de verdad se sublevó fue el Regimiento Primero Ligero, acuartelado en Ciudad Real. La sublevación comenzó a las 4,30 de la madrugada del 29 de enero. En muy pocas horas todos los edificios y puntos estratégicos de la ciudad fueron tomados. Inmediatamente se cortaron todas las comunicaciones, por tren, carretera v las telefónicas y telegráficas. Cuando los habitantes de Ciudad Real se levantaron se encontraron con su ciudad tomada. En realidad nadie se alarmó ni decidió tomar iniciativa alguna contra lo que estaba sucediendo. Parece que el propio Primo de Rivera se dio cuenta por esta pasividad del escaso arraigo y la nula combatividad en favor del régimen que tenía la Unión Patriótica y el Somatén. Al menos los de Ciudad Real no se molestaron en defender al régimen. Quizá pensaron que, en realidad, era un conflicto entre militares y debían ser ellos quienes lo solucionasen.

Quizá la mayor sorpresa fue para los propios sublevados, ignorantes de lo que pasaba en el resto de España hasta que en las primeras horas de la tarde sobrevolasen Ciudad Real cuatro aeroplanos lanzando octavillas en las que se exigía la rendición, informando que España estaba «completamente tranquila» y amenazando bombardear si no deponían su actitud.

A las tres de la madrugada del día 30, cuando ya se habían rendido y vuelto al cuartel, llegaban a Ciudad Real efectivos de los regimientos de Wad-Ras y León y de Zapadores minadores, además de un escuadrón de Lanceros, de Alcalá de Henares.

En el resto de España, y por muy variadas razones (retrasos, indecisiones, precipitación) el movimiento no se llevó a cabo. De ahí la singularidad de los artilleros de Ciudad Real y el propósito del Gobierno de tomar medidas ejemplares. La prensa local que, por censura impuesta, no había aparecido el día 29, sofocada la rebelión, la comentaba entre indiferente y favorable al régimen. El Pueblo Manchego prefería «abstenerse de todo comentario sobre los sucesos de ayer por tratarse de un asunto subjúdice». Para Vida Manchega aquel acto era condenable: «Fue el día de ayer un caos de emociones y estremecimientos para Ciudad Real, para esta capital de rancio abolengo, noble y pacifista, amante de la paz y del trabajo, enamorada de la tranquilidad y el orden». Por eso, tras compadecer «a los que la inconsciencia empujó al movimiento», concluía: «No somos, no fuimos jamás amigos de estas exaltaciones antipatrióticas» y por ello «los condenamos, porque ante todo lo que no signifique orden y paz, no puede haber patriotismo».

Los militares procesados estuvieron recluidos en la llamada Casa de Ejercicios que los Padres del Corazón de María tenían contigua a su iglesia y cuyas ventanas daban a la calle de la Libertad. Desde allí presenciaron varios testimonios de solidaridad de numerosas personas de Ciudad Real. Uno de los procesados, Alejandro Zamarro, en sus memorias Los sucesos de Ciudad Real, recuerda una manifestación de mujeres: «Uno de estos días, cuando miraba hacia la calle, vi venir un tropel de mujeres jóvenes que se detuvieron ante el convento, queriendo manifestarnos de este modo su simpático interés y hacer comprender el sentir del pueblo por nuestro gesto.» Terminado su período de incomunicación, cuando ya pudieron recibir visitas, algunas señoras de Ciudad Real les expresaron directamente el apoyo con que contaban. Así se recuerda en las citadas memorias la visita de la condesa de la Cañada y de las señoras de Morayra y de Jerez, que les dieron cuenta de las gestiones llevadas a cabo ante los gobernadores civil y militar y ante el Obispo-Prior. En conclusión, del aliento que les llegó del pueblo de Ciudad Real escribe Zamarro: «Hidalgamente el pueblo de Ciudad Real seguía testimoniándonos su adhesión. Recibíamos innúmeras visitas que representaban las más diversas clases sociales». Incluso durante la Semana Santa hubo algún detalle de esa solidaridad con los procesados: «Uno de nuestros artilleros, al pasar la Dolorosa por delante de la terraza del casino, en la que estaba el general Orgaz con los jefes y oficiales de Infantería y autoridades de Ciudad Real, cantó esta saeta:

«A la Virgen de los Dolores

le pido con devoción

que a mis jefes y oficiales

los saque de la prisión.»

«Deseo expresado de manera tan sentida, con trémolos emocionados en la voz, que causó impresión a los fieles», recordaba Zambrano.

El consejo de guerra se celebró en el salón de sesiones de la Diputación Provincial. El fiscal era el general de brigada Manuel Burguete. Hubo numerosos defensores para los acusados. Presidía el consejo el general de división Alfredo Coronel. El día 26 de mayo se leían las sentencias. Se impusieron tres penas de muerte para el coronel Paz y los capitanes Zamarro y Marcide; reclusión perpetua para los comandantes Moltó y Goicoechea, los capitanes Herrero, Barra y Soriano, y los tenientes Félix Sánchez Ramírez, Warleta y Méndez-Iriarte. El Tribunal Supremo de justicia Militar rebajó las penas de muerte así como redujo las de reclusión perpetua.

El siguiente día 30 fueron trasladados a Pamplona donde permanecieron en prisión militar hasta que, dimitido Primo de Rivera, el gobierno del general Berenguer los amnistió.