Alfonso Sánchez García

Alfonso Sánchez García, Ciudad Real, 21-02-1880 – Madrid, 1953. Fotógrafo.

Hijo de un empresario teatral, Alfonso Sánchez García nació circunstancialmente en Ciudad Real, capital manchega en la que se encontraba la familia con motivo de una función de ópera.

Nació en el seno de una familia humilde. Su padre, Victoriano Sánchez Molina, republicano de la Primera República, se dedicaba a inestables negocios teatrales. Víctima de una grave enfermedad, dejó pronto a los suyos en los límites de la menesterosidad. El joven Alfonso, con sólo once años, se vio obligado a abandonar sus clases de Dibujo en la Escuela de Artes y Oficios, para colaborar a la manutención del hogar. Su primer empleo se lo procuró su madre en un taller de papel de vasares, para ingresar luego en una casa de antigüedades y en un taller de tipografía. Pero era tan menguado su sueldo que, para completarlo, se dedicaba por las noches a la venta callejera de periódicos y libretos de zarzuela. Tras breves semanas de aprendizaje en el estudio del escultor Alcoberro, con apenas quince años ingresó como auxiliar en el estudio del célebre fotógrafo Amador, en el que adquirió sus primeros conocimientos técnicos. Pronto mostró sobresalientes aptitudes para el oficio y una resuelta ambición para alcanzar los más altos escalones profesionales. A los pocos meses su maestro ya le encargaba sus primeros trabajos en los equipos ambulantes que entonces recorrían la ciudad y a los dos años comenzó a realizar sus primeros retratos de estudio.

El nombre de Alfonso Sánchez García comenzó pronto a ser conocido en los medios profesionales madrileños, y Manuel Compañy le contrató como operador en su prestigiosa Galería. Era el año 1897 y el joven Alfonso, con apenas diecisiete años, comenzaba una prometedora carrera. Pronto llegó a ser un operario respetado, y en 1898 fue ascendido al puesto de primer operador. Con Compañy alternó el trabajo de galería con lo que entonces se conocía como ambulancias fotográficas por diversos lugares de la capital, así como la información sobre estrenos teatrales. De aquellos años datan sus primeros contactos con personajes notables del mundo del arte, el periodismo y la política, que tanto influirían más tarde en su carrera. Su éxito como reportero decidió a Julio Burell a contratarle como responsable de la dirección fotográfica del flamante diario El Gráfico, creado por Rafael y Eduardo Gasset el 13 de junio de 1904. Fue precisamente Burell el que decidió firmar sus fotografías bajo la firma Alfonso.

A los seis meses y medio el primer diario ilustrado español dejó de publicarse. Alfonso, sin trabajo y sin medios económicos decidió dedicarse entonces a la edición de postales y a lo que entonces se conocía como fotografía artística, con las que consiguió un alto reconocimiento en los medios oficialistas de la época. Pero Alfonso era vocacionalmente un reportero y pronto volvió a trabajar en la prensa, de la mano de Ortega Munilla y Rafael Gasset que le encontraron un sitio en El Imparcial, hasta que en 1907, José Francos Rodríguez y Miguel Moya le contrataron para el popular Heraldo de Madrid, diario en el que consiguió sus mayores éxitos profesionales. Pero su creciente trabajo en los periódicos nunca le apartó de su primera dedicación al retrato. En 1907 se avecindó en un ático de la calle General Castaños, donde estableció su primer y modesto estudio dotado de luz cenital. De entonces son retratos magistrales, como el del maestro Chueca, que con un pie ya en el estribo, mira a la cámara con cautivadora socarronería, mientras se lía un cigarrillo de picadura.

La Guerra de Marruecos vino a cambiar su vida profesional. En julio de 1909, los responsables de El Heraldo se apresuraron a enviarle a Melilla para cubrir los acontecimientos bélicos. Sus reportajes del Barranco del Lobo, el asedio de Nador o la catástrofe de Monte Arruit constituyeron un éxito resonante para su periódico. De aquellos años son también sus reportajes de la epidemia de tifus (1909), la exclusiva de la primera reunión del gobierno provisional de la recién constituída República Portuguesa (1909), el asesinato de Canalejas (1912), el reportaje del tristemente célebre capitán Sánchez en el interior de su celda (1913), el de la Huelga General de 1917, la muerte de Joselito en la plaza de Talavera (1920), el reportaje sobre una crepuscular emperatriz Eugenia de Montijo (1929), o las fotografías tomadas en el interior de la cárcel Modelo, tras la detención de Pedro Matéu, uno de los anarquistas acusados del asesinato del presidente Eduardo Dato (1921). Alfonso se distinguió también como uno de los primeros maestros del reportaje taurino, consiguiendo admirables instantáneas como la de la cogida mortal de Manuel Granero (1923).

En pleno éxito profesional trabajaba, no sólo para El Heraldo y los periódicos del llamado Trust, sino en los semanarios ilustrados de la cadena Prensa Gráfica y, a partir de 1920, en el popular diario La Voz, además de aquellos a los que enviaba las fotografías de su propia Agencia Gráfica, en la que le auxiliaron sus hijos Alfonso, Luis y José, y su hombre de confianza Domingo González. Pero su éxito como reportero no ensombreció su prestigio como retratista, tras la inauguración de su estudio de la calle Fuencarral, en 1910. Su primer cliente importante fue Alejandro Lerroux, al que se sumaron otros personajes como Emilia Pardo Bazán, los hermanos Antonio y Manuel Machado, Ortega y Gasset o Blasco Ibáñez. Pero su mayor aportación al campo del retrato fueron los tomados en sus propios ambientes de Pío Baroja, Benito Pérez Galdós o Valle-Inclán. Con estos retratos fue componiendo Alfonso su personal crónica gráfica de una época memorable de la historia de España, que tuvo su eje en aquel Madrid desmochado del primer tercio de siglo.

En 1929 inició una sorprendente colaboración con ABC, y en el mismo año la proclamación de la República, en abril de 1931, abrió uno de los períodos más fértiles en el trabajo de Alfonso y de sus hijos. A su envidiable madurez añadía una estrecha cercanía con las nuevas autoridades políticas, a los que había tratado íntimamente en las redacciones de La Libertad, en cuya creación había tenido un importante protagonismo. Pero la Guerra Civil alteró profundamente su vida y sus hábitos profesionales, con su estudio continuamente amenazado por los bombardeos fascistas, con lo que la actividad de su Agencia Gráfica disminuyó de un modo alarmante, especialmente tras la incautación de sus estudios por parte de la Sociedad Obrera de Fotógrafos y Similares.

La derrota militar de la República supuso para Alfonso una sucesión de infortunios. Semidestruido su estudio de la calle Fuencarral, depurado profesionalmente por su “actuación político-profesional” y con una situación económica lindante con la menesterosidad, debió ingeniárselas para abrir su nuevo estudio en la arruinada Gran Vía, en agosto de 1939, fecha que marca el inicio de su definitivo declive. Cuando se le apartó de su antigua profesión de reportero su vida se apagó. Pero nunca dejó de dirigir con mano firme las labores del estudio, realizando su conocido retrato de Franco (1948) y la exposición Imágenes nuevas del Madrid viejo (1946), en la que le auxiliaron sus hijos. En 1952 las autoridades del franquismo le rehabilitaron profesionalmente. Pero era ya tarde. El más popular fotógrafo madrileño de todos los tiempos ya no volvió a trabajar para la prensa. El día 13 de febrero de 1953 moría en su domicilio de la calle General Arrando, víctima de un cáncer de pulmón.

Autores: Publio López Mondéjar y Lucía López Salvá

Fuente: https://historia-hispanica.rah.es/