Leonardo de la Peña y Díaz, Ciudad Real, 06-11-1875 – Madrid, 01-09-1957. Médico, catedrático, urólogo.
Hijo de un modesto empleado de ferrocarriles en Ciudad Real, hizo los estudios de bachillerato en el Instituto de San Isidro, alcanzando la calificación de sobresaliente. Gracias a la ayuda de dos médicos benefactores, Carlos Fernández Pardo y Cipriano González Pérez, pudo comenzar sus estudios de la licenciatura de Medicina que hizo en la Facultad de Medicina de Madrid, consiguiendo durante este período y, por oposición, las plazas de alumno disector y alumno interno tanto en el Hospital de San Carlos como en el Hospital General. Igualmente por oposición ganó una plaza de ayudante disector en la Cátedra de Anatomía que regentaba al que siempre reconocería como su maestro, Federico Olóriz Aguilera, colaborando activamente en la preparación de piezas en las labores del Museo de Anatomía. Años después cuando llegó a la Cátedra de Madrid, se encontró un Museo destrozado que reconstruyó como homenaje de respeto a su maestro. En 1898 obtuvo el grado de doctor con la tesis titulada Cura radical de las hernias inguinales con la calificación de sobresaliente.
Tras ganar la plaza de director de Trabajos Anatómicos de la Facultad de Medicina de Valladolid, en 1904 obtuvo, también por oposición, la Cátedra de Anatomía de la Facultad de Medicina de Santiago de Compostela, de donde pasó mediante permuta con Luis Blanco Rivero a la Facultad de Medicina de Cádiz.
Más tarde, en 1911, pasó a Sevilla a la Cátedra de Anatomía Descriptiva, y en 1915, por concurso de traslado, obtuvo la Cátedra de Técnica Anatómica de la Universidad de Madrid, siendo en 1920 designado, por concurso de méritos, catedrático de Urología en la misma Universidad, la primera cátedra de la especialidad que se creaba en España. En 1929 fue nombrado catedrático de Terapéutica Quirúrgica General y Especial de la misma Facultad, donde compatibilizó con la Cátedra de Urología.
Tras obtener su primera cátedra, en 1905 y pensionado por la Junta de Ampliación de Estudios, se desplazó durante tres cursos a París al Hospital Necker para trabajar en la clínica urológica con Félix Guyón y Joaquín Albarrán, al que siempre consideró su maestro en esta especialidad y con quien realizó su formación en urología. Su estrecho trabajo con él le llevó a convertirse en su ayudante particular además de monitor de clínicas en el Hospital.
Con una gran formación anatómica y quirúrgica sobresalió sobremanera en el campo de la urología, al que dedicó buena parte de su vida, pudiéndosele considerar uno de los más destacados introductores de la urología científica española. Dotado de una gran capacidad de trabajo y con una visión organizadora nada común, desarrolló una importante labor tanto en el campo de la anatomía como de la urología.
En esta especialidad, ocupó la primera Cátedra de España, organizando su enseñanza y práctica de una forma similar a como se hacía en esos momentos en otros países europeos. En ella formaría a un importante grupo de especialistas, entre los que cabe destacar a sus hijos Alfonso y Emilio de la Peña Pineda, Rafael Alcalá Santaella, Manuel González Ralero, Victoriano Molina, Francisco Martino Sabino y Manuel Rodero.
Destacó sobremanera en sus estudios anatómicos y en su haber queda haber sido el introductor en España de la pielografía intravenosa en el estudio del estado anatómico y funcional del riñón. Además, realizó meritorias contribuciones sobre las diferentes formas anatómicas de la pelvis y cálices renales mediante inyecciones solidificables de sebo, gelatina y celuloide así como con diversas sustancias opacas a los rayos X como sulfato de bario. Aunque fue un magnífico urólogo, su afición por la cirugía no fue de la misma magnitud que la que tenía por la anatomía, siendo ésta la razón por la que no mostró demasiado interés en la introducción de nuevas técnicas en el tratamiento quirúrgico de las enfermedades urológicas.
Fue un gran publicista que compartió con sus discípulos un gran número de publicaciones de todo carácter.
De ellas cabe resaltar su preocupación por el conocimiento de las funciones de los órganos antes de proceder a la intervención quirúrgica, sus diversos estudios sobre la tuberculosis intestinal, los cálculos del uréter —al que dedicó varias publicaciones—, así como sus trabajos sobre los tumores urológicos y su respuesta a las nuevas técnicas de radiación. Igualmente su inquietud le llevó a participar activamente, presentando comunicaciones en congresos nacionales e internacionales. Tradujo los libros de Emile Galtier-Boisserière Para evitar las enfermedades venéreas y Diccionario ilustrado de la medicina usual, que habían sido publicados en París en 1912.
Su actividad en los congresos de la especialidad le llevó a ser miembro de la Asociación Francesa de Urología y de la Española, así como de la Sociedad Internacional de Urología. Fue presidente de la Academia Médico-Quirúrgica Española, secretario de actas de la Asociación Española de Urología en 1912, vocal 1.º en 1914 y presidente entre 1923 y 1928. Fue además presidente del primero y segundo Congreso Hispano- Portugués de Urología, del IV Congreso Internacional de Urología celebrado en Madrid en 1930, y presidente de honor de la Sección de Urología del primer Congreso Español de Medicina.
Su poder, basado en su prestigio, fue tal que llegó a ocupar también el cargo de director del Hospital Clínico de San Carlos, contribuyendo a la reorganización y reconstrucción de él, y consejero de Instrucción Pública. Hombre de personalidad brusca y de carácter áspero, rayando en la intransigencia en algunas ocasiones, aunque de gran ingenio y humor, fue sin embargo, persona querida y respetada no por su poder, sino por su rectitud, bondad y buen compañero.
En 1939 ingresó como académico de número en la Real Academia Nacional de Medicina con el discurso Algunos problemas interesantes sobre anatomía y técnica urológicas, el cual fue contestado por Enrique Suñer y Ordóñez. Ocupó el sillón número 32, vacante tras el fallecimiento de Ramón Jiménez García. Su dedicación a la Academia fue muy importante, llegando a ser años más tarde su vicepresidente.
Autor: Manuel Díaz-Rubio García