Gaspar Diego Muñoz, Ciudad Real 1580, Ciudad Real 1615
("Junípero de San Francisco") Según Blázquez, jara y otros autores que vieron documentos locales desaparecidos y que tomaron datos sucintos de la "Biografía Eclesiástica completa", este ilustre y original compañero de Fray Juan Bautista de la Concepción vivía en la época de Cervantes y era nacido en Ciudad Real. Fué hombre de clara inteligencia y viva imaginación, un tanto taumaturgo y extravagante en su manera de entender la vida religiosa; pero profundamente disciplinado y obediente a la voz ortodoxa de la Iglesia.
Hijo único, tardío y deseado, de una familia rica de Ciudad Real, vio la luz en el año 1580. Sus padres le permitieron, sin duda, todos los caprichos en su infancia y esa educación dejó honda huella en su temperamento exaltado. Pronto dio muestras de su inclinación a la vida contemplativa, pues estando con sus hidalgos padres en el campo, en una de las muchas fincas rústicas que poseían, se pasaba tardes y noches con la vista clavada en el discurrir de los arroyos, en la verde hierba de los prados y en los gibosos lomos de las pardas nubecillas. Sentía un amor panteísta por todo lo creado, una admiración casi franciscana por la grandeza del cielo y las bellezas naturales, los cuales le hacían olvidarse de todo, incluso de cumplir sus necesidades fisiológicas más perentorias y de atender a sus padres que lloraban en silencio las rarezas del adolescente.
Pero el joven Gaspar Diego Muñoz, muchacho de psicología extraña y mudable, cambia en seguida sus contemplaciones bucólicas por la alborozada vida estudiantil, paseando alegre con pícaros y sopistas bajo los porches de la incomparable Plaza Mayor de Salamanca. Bebe, juega y persigue mozas de fáciles maneras por las orillas del Tormes; pero también es cierto que no olvida los libros y que estudia de firme.
Otra vez vientos mudables soplan en la veleta poco firme de Gaspar Diego Muñoz, empujándole por rumbos en los que nunca soñara. Es hombre hipersensible, carente de firmeza en sus propósitos, en el que influyen con facilidad el último que llega y los hechos más imprevistos. Así un día pasa cerca de las doradas piedras universitarias la sandalia andariega de un fraile que empezaba a ser famoso. Era el P. Juan Bautista de la Inmaculada Concepción, el activo reformador de la Orden Trinitaria, al cual suplica el estudiante que se lo lleve con él a la Tebaida de la Biemparada. Le hace reflexiones el religioso sobre la dureza y el rigor de la vida monástica; pero el estudiante manchego, ilusionado con la aventura mística de sus flamantes y definitivos sueños, insiste y parte en compañía del monje para Valdepeñas. Ha dejado en Salamanca cuanto poseía a sus compañeros de hostal y sólo lleva al hombro un atillo exiguo con lo indispensable, formado en un pliegue de su capa estudiantil.
Ya en el convento adopta el nombre religioso de Fray junípero de San Francisco, quizá en memoria y veneración de aquel franciscano que dejó huellas fecundas de su paso por las tierras de Méjico: Diego Muñoz, novicio, extrema las reglas inextremables de la Orden y con santa furia azota su robusto cuerpo; no come apenas, ni bebe, ni duerme; viste los hábitos raídos que abandonaron por imposibles los más humildes legos de la Comunidad; hace con alegría los trabajos íntimos del convento; visita y cuida los enfermos; busca el trato de los miserables, y obedece a sus hermanos de religión con disciplina increíble. Pero todo lo hace de modo natural, como el que no quiere la cosa y vanos afanes por distinguirse. El varón manchego ha encontrado su verdadero camino y ya será inútil que el diablo quiera tirarle de la estameña cíe su flaca voluntad para apartarlo del camino de la virtud.
Inútil es que mueran sus padres y que, heredero universal de su fortuna, los negocios requieran su presencia en Ciudad Real. Fue, eso sí, al entierro de su progenitor, derramó tiernas lágrimas sobre su tumba; pero dejó el mundo y se tornó al yermo de Valdepeñas, repartiendo antes su cuantiosa hacienda entre la Orden y los pobres, que es lo mismo que darla por entero a los desheredados. Como sus paisanos lo tuvieron por santo, escandalizado Fray junípero de San Francisco hizo lo posible para que más bien lo tuvieran por loco.
El P. Juan, como superior y maestro, le mandó que escribiera su vida, lo cual empezó a poner en práctica por espíritu de obediencia; pero como sólo consignaba en el manuscrito sus faltas y defectos, lo relevó de tal orden.
Dice un cronista que "si en el orden moral se esforzaba en encontrar torturas, otro tanto le sucedía en el orden físico; por esto sólo hacía una comida cada veinticuatro horas, dormía muy poco y casi constantemente estaba recitando salmos e himnos a la Pasión de Cristo, y en cuanto a los castigos corporales ideó uno terrible, hallándose en el convento de Madrid. Consistía éste en una anilla empotrada en la pared; de ella pendía una sortija que formaba parte de una cadena con esposas que, sujetándole, le obligaba a permanecer de rodillas, y en esta posición, cada vez que se abría la puerta venía a golpear su cabeza". Siempre estaba ideando espantosos cilicios y aparatos de tortura que ponía en práctica, si se lo, consentían los superiores. Llevó mucho tiempo rodeada al cuerpo una enorme cadena, de espesas anillas, que por encima de los hombros le cruzaba pecho y espalda. Con ella puesta oraba, trabajaba y dormía.
Algún tiempo vivió anacoréticamente en una especie de gruta en los desiertos de Socuéllamos, edificando algunos milagros. Sábese que fue a Roma y que lo recibió el Papa, al cual suplicó que le permitiera ir a misionar al Africa e Inglaterra; pero Su Santidad se atuvo a lo que dispusieran los superiores religiosos de los que dependía, y éstos no debieron estimarlo conveniente.
Para implorar el socorro del Cielo en favor de sus propósitos estuvo seis días consecutivos de rodillas, orando, hasta que, completamente desvanecido, lo tuvieron que retirar de la capilla en que se encontraba. Murió en olor de santidad en su villa natal --que entonces se llamaba Villa-Real-, el día 8 de febrero de 1615, un año antes de fallecer el autor del Quijote.
Manchegos ilustres de la época de Cervantes
por José Sanz Díaz
Académico de la Real de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo
La Mancha : revista de estudios regionales, 1962
Centro de Estudios de Castilla-La Mancha