Iñigo Manrique de Lara, ?, p. m. s. XV – Ciudad Real, 27-02-1496. Canónigo, arcediano, obispo de León y Córdoba, capellán real, inquisidor general.
Fue el segundo hijo varón de Pedro Manrique, primer señor de Ezcaray, y de su primera esposa, Isabel de Quiñones. La influencia de su noble familia y de su tío Íñigo Manrique de Lara, arzobispo de Sevilla, le llevaron a alcanzar grandes títulos especialmente en el mundo eclesiástico.
Sevilla, le aseguraron un brillante porvenir en la Iglesia y en la Administración. En 1468, y siendo ya canónigo de Palencia, consiguió un beneficio curado en la sede de Coria, de la que entonces era obispo su tío, quien insistió al Cabildo para que le fuese concedida la prebenda aunque hubiera algún impedimento para ello. Unos años más tarde sería arcediano de Galisteo, dignidad que gozaba en 1474 cuando Isabel la Católica le nombró capellán real. Después obtuvo el oficio de protonotario. Aún tenía ese cargo en 1480, año en el que los Reyes Católicos le concedieron el título de oidor de la Audiencia y Chancillería de Valladolid, que había quedado vacante tras la muerte del doctor Juan Gómez de Zamora. En el nombramiento los Monarcas se dirigían a él como su “capellán e del nuestro consejo”.
Con el cargo los Reyes le concedieron 30.000 maravedís vitalicios, además de los otros derechos y salarios correspondientes al oficio.
En 1484 conseguiría su primera prelacía, el Obispado de León, sede ocupada hasta entonces por Luis de Velasco. Con esta dignidad le cita Fernando del Pulgar ese mismo año, cuando fue enviado como embajador por los Monarcas a Portugal junto con mosén Gaspar Fabra, caballero portugués, para confirmar las dudosas noticias recibidas en la Corte sobre la prisión o muerte del duque de Viseo, primo hermano de la reina Isabel. Un año después sus servicios a la Monarquía serían recompensados con el Obispado de Córdoba, dignidad que los Reyes habían solicitado al papa Inocencio VIII, aunque no tomó posesión de la misma hasta comienzos de 1486. Hombre de espíritu reformador, nada más acceder a la sede cordobesa realizó una visita pastoral de carácter general a su nueva diócesis. También promovió y ejecutó la reforma de diversas instituciones religiosas con los correspondientes permisos pontificios y regios. Durante su episcopado en la sede de Córdoba, más duradero que el de sus antecesores, celebró un sínodo diocesano, reordenó el Cabildo catedralicio y otorgó unas constituciones sinodales y episcopales. Asimismo desarrolló una intensa labor para mejorar la administración de la diócesis y conseguir la confirmación de los privilegios reales que habían sido otorgados a favor de la Iglesia cordobesa.
En 1493 los Reyes le pidieron que se incorporase al Consejo Real y residiera en Valladolid para ocuparse, junto con los demás consejeros, de aquellas cuestiones de administración y justicia de su competencia hasta que finalizara su estancia en Aragón. Un año después y por un breve papal, fue nombrado, junto con otros obispos, inquisidor general con la facultad de aceptar las apelaciones que antes recibía el inquisidor Torquemada. Aunque no se ha conservado el nombramiento, presidió la Chancillería de Ciudad Real, tribunal creado en 1494, y tuvo dicho cargo hasta su muerte. Don Íñigo otorgó su testamento en Ciudad Real, el 26 de febrero de 1496, falleciendo al parecer sólo unos días después. En él disponía su enterramiento en la iglesia de Córdoba, en cuyo coro viejo fue sepultado.
Autora: Rosa Montero Tejada