Diego Medrano y Treviño, Ciudad Real, 13-11-1784 – 02-07-1853. Militar y político, creador de las Cajas de Ahorros españolas.
Fue hijo de acaudalados hacendados de Ciudad Real. Al no ser el mayor de sus hermanos, parecía destinado a la carrera de Leyes o a la eclesiástica, iniciando sus estudios universitarios en Granada en 1800 y desarrollando allí una gran amistad con Francisco Martínez de la Rosa y Javier de Burgos. En 1802 se trasladó a la Universidad de Alcalá, posteriormente a los Reales Estudios de San Isidro de Madrid y en 1807 de nuevo a Alcalá, donde se formó en Economía Política. Pero en septiembre de 1808, terminados sus estudios de Leyes y con motivo de la Guerra de la Independencia, se unió como cadete al Ejército regular español. A partir de esos momentos participó en batallas relevantes y alcanzó el grado de comandante, ascendiendo en ocasiones por méritos de guerra y formando parte, en la fase final de la contienda y a las órdenes del duque de Wellington, de las fuerzas españolas que ocuparon el sur de Francia.
En 1816 volvió a España, destinado a Barcelona y poco después a Madrid, ya con el grado de teniente coronel del Real Cuerpo de Artillería y como ayudante de Estado Mayor. Por esos años participó en las tertulias y sociedades secretas de ideología constitucionalista.
Al servicio de esa ideología, dejó el Ejército durante el Trienio Liberal para asumir responsabilidades políticas en compañía de Martínez de la Rosa y Javier de Burgos, integrando el grupo de los liberales moderados. Fue elegido diputado para las Cortes por La Mancha, puesto que abandonó para ejercer, desde marzo de 1822 hasta 1823, los cargos de jefe político de Castellón y de Jaén. La nueva invasión de España por las tropas francesas del duque de Angulema llevó otra vez a Medrano a su carrera militar, integrándose en el Ejército que se opuso a los Cien Mil Hijos de San Luis. Después de participar en la última carga de caballería que dieron las fuerzas liberales, fue hecho prisionero, lo que le impidió huir al exilio y le condujo a un proceso de depuración que, por la intercesión de su familia, no le castigó con penas mayores pero le condenó a un confinamiento domiciliario de diez años en Ciudad Real y a retirarse del Ejército con la pensión correspondiente al empleo de capitán, con pérdida de sus anteriores grados militares. Tan largo período de inactividad lo aprovechó para estudiar y analizar los problemas económicos de su tierra, estudios que se concretaron en junio de 1841 en sus interesantes “Consideraciones sobre el estado económico, moral y político de la provincia de Ciudad Real”, y también para escribir su Prolegomenon, transido de amargura y desilusión, claramente influido por la doctrina de Bentham sobre la justicia.
En 1833, pasada la década absolutista, Medrano fue restituido en sus honores militares, alcanzó el grado de coronel y volvió a la actividad pública de la mano de Martínez de la Rosa. Javier de Burgos, que ostentaba la cartera de Fomento, llevó a término la nueva división administrativa de España y, para desarrollar el programa contenido en la Instrucción del 30 de noviembre de 1833, nombró subdelegados de Fomento en las distintas provincias, que luego pasarían a denominarse gobernadores civiles. Diego Medrano ocupó ese cargo en Ciudad Real desde diciembre de 1833 hasta junio de 1834, en que ganó las elecciones por su provincia para procurador en Cortes. El 21 de febrero de 1835 Diego Medrano fue nombrado ministro de Interior, que era la nueva denominación del antiguo Ministerio de Fomento.
La aportación más importante de Diego Medrano a la economía española la constituye su Real Orden de 3 de abril de 1835, de creación de las Cajas de Ahorros. Su preocupación por estas entidades se deriva de la inquietud que le causaban los problemas financieros de los agricultores. El debate sobre las Cajas de Ahorros y sus funciones estaba abierto en toda la nación, propiciado por las Sociedades Económicas de Amigos del País, y era bien conocido por Medrano.
La Real Orden de 3 de abril de 1835 trataba, en primer término, de impulsar la creación de Cajas de Ahorros, al indicar a los gobernadores civiles de todas las provincias que “excite a los pudientes, o proponga los medios que según las circunstancias de esa provincia sean adecuados para establecer en ella Caja o Cajas de Ahorros”. En segundo lugar, contiene una enumeración de los objetivos que deberían perseguir las Cajas. El primero y más importante, el de fomentar el ahorro popular, coadyuvando “a propagar el espíritu de economía” entre las “clases industriosas”. Esa referencia, junto con la alusión literal “al menestral, al jornalero y a todo hombre laborioso” que se contiene en el texto de la Real Orden, permite reconocer el peculiar estilo literario de Medrano. Además, la Real Orden señalaba que esa propagación debería alcanzarse a través de la rentabilidad del depósito, de su capitalización en períodos cortos y de su liquidez. No sólo establecía un objetivo prioritario sino que, además, describía los medios para alcanzarlo.
El segundo objetivo que pretendía la Real Orden era de carácter moral y político, pues con el ahorro se coadyuvaría “a desterrar los vicios, y con ellos las enfermedades y delitos de que son gérmenes; a unir al hombre a su profesión, puesto que ella le proporciona, no sólo su presente subsistencia, sino esperanzas lisonjeras para lo futuro; y por último, a inspirarle amor al orden público, porque de él depende el goce estable del fruto de sus tareas”. Esta descripción tan amplia y entusiasta indica cómo el ahorro constituiría un poderoso medio para incluir al hombre en la sociedad, impidiendo su marginación.
Se pretende evitar así lo que hoy se denominaría “exclusión social”.
El tercer objetivo de la Real Orden era orientar la actividad inversora de las Cajas de Ahorros prioritariamente hacia el ámbito privado. A tales efectos, Medrano era consciente de que las Cajas de Ahorros habrían de situar los fondos que captasen en inversiones productivas y se lamentaba de que “desgraciadamente no es posible plantear desde luego entre nosotros las cajas de ahorros del mismo modo que se hallan establecidas en otros países, donde tantos bienes sociales producen: llegará un día en que restablecido enteramente el crédito del Estado sean los fondos públicos el asilo seguro y ventajoso de los ahorros del pobre”.
De ahí que, “mientras renace la confianza, mientras se cicatrizan las llagas que tantas causas diversas han abierto a este cuerpo político”, la Real Orden señalase que no quedaría más remedio “que esperarlo todo del espíritu de filantropía que anime a los ricos, y del celo de las autoridades en cuyas manos está depositada la administración de los pueblos”.
La cuarta prescripción de la Real Orden completa la orientación que habría de darse a las inversiones de las Cajas de Ahorros, al señalar que se considerase siempre “que la seguridad de los fondos depositados es, entre las condiciones que este género de establecimientos requiere, la más esencial para su feliz éxito”.
Las ideas de Medrano sobre las Cajas de Ahorros no terminan en las contenidas en la Real Orden de 1835. Unos años después añadiría otras dos consideraciones para cerrar su marco conceptual. La primera se refiere a la necesidad de implicar a los impositores en la gestión de estas entidades, precisamente “para conseguir la imprescindible condición de la inviolabilidad de estos fondos, como elevados a la clase de propiedad particular, libres de las invasiones de la autoridad bajo pretexto de préstamos forzosos u otros semejantes medios”. La segunda, que las Cajas deben dar “un golpe mortal y bien justamente merecido a los explotadores de la miseria pública, a los crueles usureros que se enriquecían con las necesidades de sus semejantes, sacrificando familias enteras a su desmedida y cruel ambición”. Desde entonces, las Cajas de Ahorros no se diferencian de otras entidades financieras sólo por su forma institucional de fundaciones o por la peculiar composición de sus órganos de gobierno sino por el servicio prioritario a esos objetivos que han sido, además, la principal razón de su importante éxito a lo largo de casi dos siglos de existencia.
Otras aportaciones de Diego Medrano como ministro fueron la creación del Cuerpo de Ingenieros Civiles, la apertura de las Escuelas de Ingenieros de Minas, de Ingenieros Geógrafos y de Ingenieros de Bosques y varias disposiciones para eliminar algunas instituciones limitativas de la libertad de comercio e industria, así como los fueros de las nuevas poblaciones de Sierra Morena, al objeto de lograr la igualdad legal de todas las poblaciones del reino.
Diego Medrano dimitió como ministro del Interior el 13 de junio de 1835, al hacerlo Martínez de la Rosa, por la difícil situación en que se encontraba la Guerra Carlista, volviendo a sus tareas de procurador en Cortes. En 1837 fue elegido senador por Castellón de la Plana y en 1840 diputado por Ciudad Real, dentro de la candidatura de los antiguos liberales moderados.
En las Cortes de 1843 fue nombrado senador por designación real y a partir de 1845 continuó como senador vitalicio, ocupando en 1850 una de las vicepresidencias del Senado. En 1852, después de una dilatada e importante carrera militar y política, Medrano se retiró a Ciudad Real por motivos de edad y salud, donde falleció a los sesenta y ocho años.
Autor: Manuel J. Lagares Calvo