Carlos Vázquez Úbeda, Ciudad Real 1869, Barcelona 1944
Nació en Ciudad Real, en el número 7 de la calle Cuchillería -hoy con el merecido nombre del pintor- el 31 de diciembre de 1869, al año siguiente del de la Revolución de septiembre, en horas bien revueltas del tan alborotado siglo XIX español; en realidad, siglo alborotador por todas partes, pues lo suyo fue una empecinada, vitalísima e innovadora ansia de crisis, de cambios y conmociones tanto en la existencia como para la creación de cualesquiera especies. Por lo visto, su padre, don Antonio Vázquez, era un, sin duda, que respetable notario carlista y, al tenor de ello, de ideas y principios sesudos. Entre los cuales no cabía que su hijo, ya de muy chico con su vocación clara, pretendiese dedicarse a la pintura. Al arte en el que no saber si se parará en genio o en muerto de hambre. Acaso el señor notario también beligerante con la decimonónica noción romántica de que el artista es bohemio nato y, por ende, famélico desharrapado de no muy sanas costumbres. Así que, siendo sensato, notario y carlista, dado que el hijo andaba por la niñería de meterse en dibujos, lo mejor era encaminarle a ser arquitecto, porque eso sí que se tenía por toda una sesuda profesión; también arte, y por añadidura, libre de las hambrunas y pecadazos de escribir sonetos, pintar la mona, tararear solfas, o andar con otras soñadoras zarandajas, para la obligada -y de antemano frustrada ganancia del pan de cada día. Muy comprensible. Bastante frecuente y clasista a derechas. Pero la vocación es la vocación, la mayor de las cabezonadas imaginables. Difícil de torcer y más si con la ayuda de hembra también sensible y soñadora. En el caso de Carlos Vázquez, con el firme apoyo de su propia madre, doña Matilde Úbeda, su primera maestra de dibujo, ya antes de que César María Herrer (tercera medalla en 1892) le impartiera clases en el Instituto de Segunda Enseñanza de Ciudad Real. Teniendo que dar su brazo a torcer el carlista notario, ante la obstinación de madre e hijo; en especial si quería acabar con las desavenencias conyugales sufridas por la tozudez de ambos. Permitiéndole al fin alejarse del hogar de sus progenitores y diez hermanos. No sabemos si con la ayuda paterna de cincuenta duros, o de cincuenta pesetas -punto en el que la memoria del artista o el oído de los entrevistadores nos plantean seria duda monetaria. Con mejor viático que sólo ese del padre, pues -anécdotas de por medio- un buen cura de pueblo le encargó pintar unas socorridas ánimas del purgatorio a remunerar con doscientas cincuenta pesetas -otros cincuenta duros de la época..., de plata contante y sonante-, donde, debiendo hacer arder también un monarca purgador de pecados, medio retrató al reinante, a reconocer por sus patillas, según contaba el artista; además de representar a todos los componentes de su vasta familia, a falta, decía, de otros modelos, o quien sabe si porque estos fueran los más a su alcance y baratos.
Así, en 1886 se matricula en la Escuela Especial de Pintura de Madrid, con su plantilla de profesores correspondiente, por lo que el que se suela citar sólo como maestro a Carlos de Haes (1826-1898) se deberá a que fuera para él el merecedor de mayor memoria, y porque, según parece, también le aleccionó en su estudio personal del que tantos y tan buenos paisajistas saldrían a lo largo de los años, sumables a cuantos únicamente fueran alumnos suyos en las aulas de la Escuela.
Como husmeador de biografías y biógrafo que a salto de mata he debido ser, más de una vez he topado con el silencio de las ayudas económicas paternas, pues parece obligado lustre de artistas vencer penalidades en la juventud; a brazo partido con la vida; en pro de la hasta heroica vocación, a partir del nada infrecuente hecho de que en un principio los padres pretenden más serias profesiones para sus hijos. Más de una vez he topado con tal conseja y, asimismo, con el posterior descubrimiento de que los padres ayudaron también cuanto pudieron a sus hijos en pos de las reales o fantasiosas glorias del arte. Y no me extrañaría que asimismo así sucediese con Carlos Vázquez. Pues, además de sobrevivir en la villa y corte, entre 1886 y 1890 viajó a Sevilla, Galicia y Valencia. Y que conste que no es insidia restaméritos. Ni antirromanticismo. Sino quisicosa donde curarse en salud y recordar cuestión tan de veras importante como que en el artista a veces se abulta más que el calibre de su obra el de sus corajudas hazañas. Porque, además, Carlos Vázquez disfrutó de una pensión de la Diputación de Ciudad Real, sin saberse por cuanto tiempo antes de 1890 en que se le renueva -a solicitud de su padre, según consta en acta de la Corporación- por un año para viajar a Francia e Italia, tras concluir el 90 en la Escuela, fecha en que marcharía a París -con por lo menos una preciada carta del estupendo Antonio Muñoz Degrain con listas de amigos como Ricardo Navarrete (1834-1909) o Gonzalo Bilbao (1860-1938); donde permanecería hasta 1898, la dramática data de nuestro Desastre. Viaje que haría a París tras haber competido airoso, aunque sin éxito, por la pensión de paisaje para la Academia Española de Bellas Artes de Roma; plaza ganada por Santiago Regidor, según consta en acta de 25 de junio de 1890, interviniendo como miembros del tribunal calificador Domingo Martínez -presidente-, Carlos de Haes, Alejandro Ferrant, Dióscoro Teófilo de la Puebla, Pablo Gonzalvo, Jaime Morera y José Parada Santín; habiendo dimitido Aureliano de Beruete y sin poder asistir por enfermedad Agustín Lhardy; afirmándose en dicho escrito testimonial el sentimiento del jurado por no poder proponer también como pensionado al joven Carlos Vázquez.
Durante cuatro años, en París se adiestró en el taller de León Bonnat (1833-1922), frecuentado por españoles, ya que Bonnat se formó en la Escuela de Madrid, siendo discípulo estimado de Federico de Madrazo, buen pintor de serios y amables retratos de la buena sociedad y triunfador en los salones parisienses, diestro aprovechador de la casta pictórica hispana y la mayúscula lección del Prado inaugurado por Fernando VII en 1819.
Temporalmente interrumpida su estancia en París, en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando lidia de nuevo en 1894 por la pensión a Roma, a la Academia Española de Bellas Artes estatuída en 1873, en la Primera República, por el benemérito don Emilio Castelar. Y no demasiado lejos estuvo de ganar plaza en una de las dos secciones a que se presentaba, la de pintura de historia y paisaje; triunfador en éste su paisano Angel Andrade (1886-1932, pintor de muchas excelencias), suplente Carlos Vázquez para el caso de que el ganador no llegara a cubrir la plaza; vencedores para las de pintura de historia Joaquín Bárbara y César Alvarez Dumont (1866-1927). A deber volverse a París, no exactamente con las orejas gachas, porque no fue poco hacerse valer, el no ser eliminado en los primeros ejercicios y llegar a bregar con los finalistas.
Adelantada me parece la fecha de 1891 para suponerle en contacto con el grupo literario de la cervecería Els Quatre Gats, la de Ramón Casas (1866-1932) y Santiago Rusiñol (1861-1931), por la que también anduvo el joven Pablo Ruiz Picasso (1881-1973). Acaso ese contacto se refiera al Chat Noir (el Gato Negro), de París, acaso de algún modo, antecedente del famoso grupo barcelonés. Temprana también estimo la de 1896 para su asentamiento en Barcelona, según se entiende en el conocido diccionario de artistas catalanes de Ráfols. Prematuras las dos fechas, de ser cierto que su estancia en París duró hasta 1898, dato este más fiable, aunque, así también metible en cuarentena; si bien tampoco la cosa sea como para perder la cabeza, si, como pienso y padezco, nada es de temer tanto como la datofagia. ¿Fue en efecto en 1891 cuando, no sabemos donde, obtuvo una medalla de plata -de segunda clase, supongo-?, citada como mención honorífica en una entrevista... Lo que sí está comprobado es que en 1892 logra una tercera medalla por Recuerdos de amor en la Exposición Nacional de Bellas Artes. También vale que al año siguiente se le informa por escrito de habérsele concedido una de las catorce medallas de bronce de la Exposición de Bellas Artes de Rouen, por Idilio de pobres. Así como en idéntico 1893 -residente en el 203 de la rue Vaugirard- expone en el Salón de Artistas Franceses La Fille Prodigue. Es muy joven pero ya va de cosechero de premios, pues estos eran el obligado signo del éxito en la brava competitividad de la existencia decimonónica, en las duras palestras de sus certámenes internacionales, nacionales, regionales, provinciales o ciudadanos. El Idilio de pobres -asimismo denominado Idilio de pastores- le merece una tercera medalla en 1894, en la Exposición Artística de la Villa de Bilbao, industriosa ciudad que ya daba firmes pasos para propiciar su cada vez más próxima e innovada "escuela vasca"; la de los Iturrino, Echevarría y Arteta. Parece existir algún interrogante sobre si, también en 1894, se le concedió o no una mención honorífica en el Salón de París, donde -con domicilio en el 47 de la rue Vivienne-presentó la Briéve á Gentilly y Vains Propos. Aún en el 94, participa en la IV Exposición Bienal del Círculo de Bellas Artes con Idilio de Pobres y Mi modelo, obras que tasa respectivamente en 1.000 y 750 pesetas. En 1895 -con domicilio en el 47 de la rue Vivienne- presenta en el Salón de París Velázquez pintando estudios para la Fragua de Vulcano, título revelador de algo bien fácil de suponer en un pintor de su talante y tiempo: la honda preocupación por la impar maestría pictórica velazqueña, su admiración al gran pintor de Felipe IV. En 1896, expone en el Salón de París El mes de María -obra que en la Exposición Nacional de 1899 obtendrá segunda medalla- y Retrato de Daniel Vierge -Daniel Urrabieta Vierge (1851-1904), el gran ilustrador español, de segundo apellido francés y de continuo residente en París, internacionalmente famoso-; en la Exposición de Barcelona, Los Campos Elíseos, Claustro y Primera Comunión,-, en el otoño acompaña a Vierge en su recorrido por la Mancha, viaje tras el cual la editorial Salvat publicaría la edición castellana de su Quijote ilustrado, antes aparecido en franees Iés e inglés, de cuyo prólogo Carlos Vázquez se ocuparía en 1915 para la edición destinada a Iberoamérica. En 1897 -con domicilio en el 47 de la rue Vivienne- expone en el Salón de París --no se desconozca u olvide que el mejor y más resonante escaparate internacional del arte...- La bendición de la comida y La Anunciación. De nuevo al socaire de los provechosos Salones de París, aún domiciliado en la rue Vivienne, en 1898 exhibe Retrato y Don Quijote; logra primera medalla en la Exposición de Bellas Artes e Industrias Artísticas, de Barcelona, por La bendición de la comida, que fue adquirida por el Museo municipal de dicha ciudad; viaja a Venecia, según se dice, realizando retratos, retratando Borbones -don Carlos, su esposa Berta y Jaime, su hijo, en el veneciano palacio de Loredale-: nada más y nada menos que, con el lustre de un pergamino, se le nombra pintor de cámara de don Carlos de Borbón, pensando a buen seguro en cuanta gloria sería para su padre el notario carlista, buen desquite ante quien en un principio no quiso dejarle profesar en la pintura. Parece ser que en este año de 1898 es cuando en efecto se instala en Barcelona. Mientras que como ya quedó dicho, en 1899 se le concede segunda medalla por El mes de María en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid.
La cuenta de los siglos es una aritmética por entero artificial, impuesta al tiempo por el hombre e impuesta a sí mismo, porque apenas sería nada sin abstracciones ni convenciones, en lucha con el magnífico caos de lo de verdad verdad y natural. Así, cual si en efecto acabara el siglo XIX o fuese a comenzar otro, el XX, la humanidad civilizada se dispuso a celebrar el acontecimiento en 1900. Con la capacidad imaginativa de la frívola y divertida Belle Epoque. Con muy diversas suertes de festejos. Y, desde luego, con una cultísima feria y certamen abarcadora del globo terráqueo entero, para todo género de etnias y frutos del progreso. En París, naturalmente, pues aún era París ombligo, vocero portavoz, irrefutable mandatario y matriz cultural de la humana Tierra: muy sobre todo con una Exposición Universal a la que no le bastaba el frecuente sobrenombre de Internacional; no sólo cual escaparate de arte, pero sí con éste como muy principal materia a contrastar y gozar. Y por lo menos en este campo no le fue mal a España, ya que en cuanto a industriosidad bastantes otros países iban por delante, y desde el 98 ya la pusieron incuestionable punto final a su pasado de grandezas y expansiones. Obteniendo Joaquín Sorolla (1863-1923) un Grand Prix y la admiración de su cegador luminismo, el asombro de algún que otro impresionista francés y las puertas abiertas para otros triunfos por el mundo. Sin quedarse con las manos vacías Carlos Vázquez, pues se le concedió una medalla. Aparte de que también ese año de 1900 sigue siendo admitido en el Salón parisiense, donde muestra El mes de María y Recolección de higos chumbos en Granada. Ya como ha quedado dicho, desde 1898 instalado en Barcelona, en inmediato o pronto contacto con la cervecería modernista de Els Quatre Gats, pues realiza para ella en 18991a portada con el dibujo de Perico de los Palotes. Comenzando por entonces su en adelante amplia actividad de ilustrador por buen número de publicaciones - "Hispania", "Pel Ploma", "La Ilustración Artística", "Blanco y Negro"...- Silvio Lago -seudónimo del tan conspícuo crítico José Francés- afirma que comienza un período de intensa y múltiple actividad, como cartelista, pintor, ilustrador e incluso escribiendo comentarios artísticos o estéticos. Ajetreo que no le impide la relación con la sociedad adinerada, un medio clasista que, aunque muy afecto al suntuario modernismo, no veía con buenos ojos ambientes insumisos o contestatarios como el de Els Quatre Gats, del que, al parecer, no debió de tardar en distanciarse Carlos Vázquez. Época ésta en la que asimismo hace excursiones a Extremadura, Salamanca, Ávila o el valle de Ansó.
Llega a los treinta y un años y contrae matrimonio. El 4 de noviembre de 1901, apadrinado por Sorolla, con una joven de veinte años, barcelonesa de buena fortuna, Matilde Garriga Coronas, quien, además del amor conyugal, le proporcionaría la jamás despreciable seguridad económica y un ampliado asentamiento social donde introducir y hacer valer más todavía su arte. Vive en la Ronda de San Pedro, 32, en 1902, cuando muestra en el Salón de París De excursión, y, en la madrileña Exposición Nacional de Retratos el de D. Máximo Laguna Villanueva.
Para quien poseía o encontraba buen acomodo, no eran malos los tiempos, sino todo lo contrario; los del tránsito de un siglo a otro, de la Belle Epoque, a pesar de las muchas miserias sociales, las luchas y reivindicaciones proletarias y las bombas anarquistas. Eran bastantes cuantos vivían de contento en contento en medio de las tormentas. Las clases adineradas seguían haciendo su agosto por el mundo, del mismo modo que, dentro de España, lo disfrutaban en la culta, mercantil e industriosa Barcelona. Mas no todo era frivolidad o despreocupación moral. Era difícil tomar total conciencia de la crisis de creencias existente, año a año creciente desde bastantes años atrás. En un instante álgido, de verdad doloroso, si bien que paliados los dolores por los hedonismos, el goce de todo placer posible, la artificialidad, el esteticismo alquitarado, el decadentismo literario y vital, los fármacos, las morfinómanas evasiones, la trompetería wagneriana, el evasor culto a la música, el "ideal sin ideal", el arte como espíritu por encima de todas o casi todas las cosas. En el embriagador aroma de los tan cantados nenúfares, por las floreadas charcas poéticas y decorativistas de cuanto fue el modernismo de la burguesía reinante, aunque también moneda en curso entre los disconformes, a menudo hijos de buenos burgueses, paternalmente beneficiados a no dejarlos fenecer en su algarabía. Más llevaderos los heroísmos. Más arduo acogotarse en el hambre. Ya no tan dueña la tuberculosis de las buhardillas y bohemias. Mucho olía a podrido en tan perfumada Dinamarca, pero resultaba muy difícil olfatearlo. Un muy otro cambio se cocía y avecinaba. Mas, lo más corría a impulsos de la inercia de lo digerido en el muy inmediato pasado, sin duda que también fruto de cambios mentales e históricos, pero entendiendo su estado como "tradición"; actitud ésta perfectamente legítima y, desde luego, le guste o no le guste a nuestro esteticismo actual, anchísima realidad histórica, artística y social. Así, adviértase bien, no sólo en España.
La rebelión de las minorías coincidía con la gestación de la rebelión de las masas. La banlieu de Montmartre sincronizaba con los humeantes suburbios de las miserias fabriles, esto es, de la riqueza industrial. Aún por ver a dónde desembocarían una y otra realidades. Entretanto, por lo que el arte se refiere -si examinado a gran escala-, lo más cuantioso y más cotizado la obra "sensata", el buen hacer pictórico, incluso entre modernistas, algunos tan conservadores como los barceloneses Ramón Casas y Santiago Rusiñol. Muy generalmente entendido como en verdad bueno cuanto mostraban al mundo los Salones de París, donde ya era gran mérito y ocasión de renombre el no tan fácil logro de ser admitido. Adonde, como a renglón seguido se verá, seguiría concurriendo tenaz e inteligente Carlos Vázquez, sin desdeñar otros medios para mostrar su pintura.
Así, respecto a los Salones de París y el entreverado de lo demás, en 1903 presenta En los cactus de Granada que acaso sea la ya antes citada Recolección de higos chumbos en Granada y celebra la que debe ser su primera exposición individual, en la Sala Parés de Barcelona. En 1904, en el consabido Salón parisiense, muestra Liberanos Domine; en 1905, Boda en Ansó -adquirida para el Museo de Méjico- y Casablanca y vuelve a exponer en la Sala Parés. En 1906, por Mozos de escuadra, exhibida en la Exposición Nacional de dicho año, se le concede la condición de Caballero de la Orden Civil de Alfonso XII --el que muy al parecer pintó en su primerísima juventud como ánima del Purgatorio...-, obra que en 1907, con el título de Gendarmes catalanes exhibiría en el Salón, alcanzando una tercera medalla, adquiriéndosele para el Museo del Luxemburgo, de París; asentado en la distancia barcelonesa, resulta profeta en su tierra manchega, nombrándosele hijo predilecto de Ciudad Real, por el Ayuntamiento, resonante allá el último éxito parisino; participa en la V Exposición Internacional de Bellas Artes e Industrias Artísticas, de Barcelona, mostrando Mont Blanc desde Chamonix y De pura raza, y por último, exhibe en Alemania -no se en qué exposición colectiva y lugar- Boda en el valle de Ansó. Dando como domicilio en Barcelona los números 1 y 3 de Puerta del Angel, en 1908, exhibe en el Salón de París La suegra; resultando no muy clara la noticia de si fue medalla de plata o primera medalla el logro obtenido con Venganza en la Exposición Universal del Centenario de Buenos Aires. Obra la antes citada que también expondría al año siguiente en el Salón de París junto A la feria de Salamanca.
Año de notable triunfo sería para Carlos Vázquez el de 1910, en que expone en el Salón parisiense El torero herido y logra para tal cuadro una de las primeras medallas concedidas en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid, siendo las otras para José María López Mezquita, Marceliano Santa María y Manuel Ramírez, concediéndose la de honor al gran don Antonio Muñoz Degrain, aquél que no dejó de echarle una mano cuando se decidió a la aventura de proseguir su formación en París. La codiciable primera medalla al fin, y más todavía: se le nombra miembro del jurado calificador de la Exposición Universal e Internacional de Bruselas donde expondría La suegra, obra que le adquiriría un tal Mr. Hearts; el Ayuntamiento de Barcelona le designa miembro de la comisión organizadora de la VI Exposición Internacional de Arte a celebrar el año siguiente; crea la Diputación de Ciudad Real el Premio Carlos Vázquez, se le encarga que pinte el primer retrato, el de Hernán Pérez del Pulgar -el siguiente, al año próximo, lo debería hacer Angel Andrade- para una galería de prohombres manchegos, se inscribe el nombre del pintor entre los ilustres que figuraban en el Salón de Sesiones de la Diputación de Ciudad Real -todo esto último según consta en acta de 26 de octubre de 1910, en la que por cierto se cita al "anciano padre" del artista, y, por último, sin duda que, con razón orgulloso, Carlos Vázquez, contempla expuesta su propia efigie, pintada nada más y nada menos que por Sorolla -su padrino de boda- en la Exposición de Retratos Antiguos y Modernos, de Barcelona. Asimismo, obtiene medalla conmemorativa en la Exposición Española de Artes e Industrias Decorativas de la Ciudad de México.
Sin solución de continuidad, en 1911 participa en el Salón de París con La hija pródiga y Las rosas tienen espinas; así como también figura en la Exposición Internacional de Barcelona y la Exposición de Berlín. En 1912 envía al Salón de París La gitana presa -o La Pie voleuse- y Présent de noces Regalo de bodas- y logra una medalla de "honor" por su participación en la Exposición Internacional de Amsterdam. En este mismo año se le condecora con el Aguila Roja de Alemania.
Y henos ante 1913, otro excelente año para Carlos Vázquez. El Salón de París le concede una medalla de oro, tras mostrar en él Luna de miel en el valle de Ansó y Bebedores de vino -obra la primera que, para su Hispanic Society de Nueva York, le adquiriría el benemérito Mr. Huntington, regalando Carlos Vázquez su Autorretrato fechado en 1902- Siempre a la carga en los Salones, en 1914, presenta El ofertorio en Extremadura y Antes de la corrida de toros; a la vez que se le nombra miembro de la Hispanic Society de Nueva York -con la correspondiente certificación y medalla de bronce-, es designado presidente de la junta directiva del Círculo Artístico de Barcelona y figura en la exposición Modern Spanish Art, en Brighton.
Sin duda, la primera guerra mundial corta la posibilidad de exponer en los Salones de París. Pero el mundo es grande y quizá hasta cabe que Carlos Vázquez intuyese, entonces o después de la contienda, cómo París iba a ir dejando de ser la indiscutida capital de la cultura europea, cómo debía buscar otros horizontes e, incluso, aprovechar las posibilidades de la propia España. En 1915 logra una medalla de oro en la Exposición Internacional de San Francisco de California por A la feria de Salamanca; figura en la Exposición Nacional de Bellas Artes -quién sabe si, además de por mostrarse en la brecha, con el propósito de tantear la opción a la codiciadísima medalla de honor exhibiendo Ofertorio en Extremadura y Regalo de boda; con La lechera del cuento, está presente en la Exposición General del Círculo Artístico, de Barcelona; y escribe el ya bastante antes citado prólogo al Quijote ilustrado por Urrabieta Vierge, en la edición castellana con destino a Iberoamérica, de la editorial Salvat; además de ser felicitado por el Ayuntamiento y la Diputación de Ciudad Real por la medalla alcanzada al otro lado del Atlántico. Acto cordial éste último de sus paisanos que se acrecentaría al año siguiente con la celebración de la primera Exposición Provincial de Artes e Industrias, en homenaje a Angel Andrade y Carlos Vázquez, añadiéndose para ambos otro muy inmediato homenaje por su éxito en dicha exposición. Y no es de creer que 1917 discurriese vacío de la actividad del pintor, a pesar de que la inteligente diligencia de los compiladores de los datos que aquí manejo no haya topado con otros testimonios que su participación en la Nacional de Madrid -véase más adelante- y nombrársele socio de mérito del Círculo Artístico, tras ejercer de presidente. De todos modos, acaso, se hallaba en un cierto compás de espera, tomándose un respiro en sus públicos ajetreos o -todo es posible- con algún problema personal: porque de 1918 sólo sabemos que sería miembro del jurado calificador de la Batalla de Flores celebrada en el Parque de Montjuich, acto relacionado con la Exposición Internacional de Industrias Eléctricas, de Barcelona. En 1919 figura con El Garrotín en la Exposición Hispano-Francesa, celebrada en Zaragoza. Puede que su aparente y relativo retraimiento público, de entonces y en adelante, se debiera al aumento de una mayor y, desde luego, pingüe actividad como retratista, de la que puede que fuera fruto la colección de retratos exhibida en 1920 en la Sala Parés; exposición por la que le felicitaría el Círculo Artístico de Barcelona. El tan conocido Diccionario de Artistas Catalanes, de Ráfols, afirma que en 1920 nace su hija Matilde Vázquez Garriga, también pintora, (naturalmente que formada por su padre). De 1921 a 1926 nos encontramos con una amplia ausencia documental, que parece ser la expresión de un descenso en la intensa actividad anterior del artista; todo esto con el dramático agravante de que, en 1925, su esposa padece una irreparable invalidez, que la postra en una silla de ruedas, concluyéndose, por esta causa los veranos en la casa de Fernando, hermano de Carlos Vázquez, en Ciudad Real. En 1926 retrata a Alfonso XIII, en palacio; y comenzaría a preparar la exposición de los Dioramas del Quijote para la Exposición Universal de Barcelona de 1929. Por el 27, cabe deducir, que se debía estar preparando una exposición suya en la Hispanic Society de Nueva York; año ese en el que sí, en efecto, expondría en el Círculo Ecuestre de Barcelona.
En 1928 celebra una exposición individual en la acreditada sala del extinto Museo Nacional de Arte Moderno de Madrid; se le nombra delegado de la Asociación de Pintores y Escultores de Barcelona; escribe la presentación del catálogo de la exposición del pintor Cayo Guadalupe (C. Guadalupe Zunzarren, vasco de San Sebastián, nacido en 1880, a fallecer en Barcelona), en las Galerías Layetanas; mientras que para quien esto escribe cabe la duda de si fue cierta la exposición que se dice celebró Carlos Vázquez en el Palacio de Bibliotecas y Museos de Barcelona, pues puede que se haya confundido el tal Palacio con el de la Biblioteca Nacional y Museos de Madrid, donde se encontraba el Nacional de Arte Moderno además de el aún existente Arqueológico Nacional. En 1929 presenta Una chica del Toboso y Catedral de Ciudad Real en la Exposición Regional de Arte Moderno organizada por el Patronato Nacional de Turismo, mostrada en Granada. Asimismo, el 18 de julio de este mismo año fue nombrado Caballero de la Legión de Honor. Otro año indocumentado: 1930; pero no nos extrañe, ya que los datos no son más que eso, "datos", y, en casos como cuantos vamos viendo, no certifican otra cosa que nuestra ignorancia, nuestra pobretona falta de referencias documentales, esas que pueden saberlo todo o casi todo de la vida pública, pero que no saben de la misa la media respecto a la existencia íntima, sobre la laboriosidad o vagancias personales. Máxime cuando a Carlos Vázquez le sobraba ya renombre para ver llegar los encargos a su taller de pintor sin necesidad de gastar sus cuartos y esfuerzos con el excelente pregón de las exposiciones. En 1931 la editorial Sopena publica una edición con asuntos quijotescos donde colabora Carlos Vázquez. Tampoco tenemos de momento documentado 1932, pero ya se han dado no muy malas razones para que no cundan alarmas; ni para hacer hincapié en aquello dicho por alguien bien sesudo: que hay años en que uno no está para nada... Muy seria broma para aviso de andantes y trajinantes por entre la superstición erudita. ¡Ahí es nada que por tres años consecutivos (1933, 1934 y 1935) celebrase exposiciones individuales en las Galerías Layetanas de Barcelona!; eso, y la participación en una colectiva de la Sala Gaspar, en 1934. Del 27 de abril al 9 de mayo de 1936 abre otra exposición individual, esta vez en su estudio del número 20 de la Rambla de Cataluña; expone en Caracas; y el 2 de junio, por decreto de 27 de mayo se le nombra profesor interino de composición decorativa de la Escuela de Artes y Oficios de Barcelona. Pero llega el 18 de julio que catastróficamente a todos los españoles afecta...
Si, llega cuanto uno no quisiera que hubiese sido cierto. Vivido en carne viva de niño. La guerra incivil. A rechazar tanto del recuerdo como para interrumpir ahora el rígido relato cronológico y demorar darle cara a su insoslayable -pero aquí aplazada...- referencia; so pretexto de deber detenernos algo en la lectura del prólogo escrito por Carlos Vázquez para la edición hispanoamericana, en 1915, del Quijote ilustrado por Daniel Urrabieta Vierge. Dada caprichosa marcha atrás no sólo a ese año, sino también, y más todavía, al otoño de 1896 en que Carlos Vázquez acompañó al famosísimo ilustrador por su ancha tierra de la Mancha, la de los anchurosos viñedos, la mar ondulante de los cereales, netísima realidad propicia al espejismo. Cuando ambos, Vázquez y Urrabieta, creyeron contemplar intactos "los mismos parajes donde el genio de la literatura puso su escenario". Todo "un sueño aquel viaje, un sueño vivido en la realidad", aunque no exento "de molestias, pues entonces no había cruzado aún ningún neumático aquellas polvorientas carreteras".
Mes y medio duró la andadura por el paisaje cervantino En pos de la cueva de Montesinos, Argamasilla de Alba, 1 mazmorra donde a Cervantes tuvieron preso, los batanes ya en desuso, el campo de Montiel, Villanueva de los Infantes, Sant Elena, Sierra Morena, Valdepeñas y su Venta de Cárdenas, Al cázar de San Juan, Campo de Criptana, Almodóvar del Campo Tirteafuera, el Toboso: "por estos caminos y pueblos que re corrimos -escribe Carlos Vázquez-, encontramos tipos qu nos recordaban constantemente los personajes del libro, per de ellos el que más abundaba era el de Sancho Panza". Hasta e madrileño Getafe, lugar de nacimiento de Urrabieta, "donde s detuvo unos días al lado de su madre", mientras Carlos Váz quez se fue una quincena a Toledo. Encontrándose a su regreso con sorpresa que será mejor conocer con sus propias palabras de artista perplejo: "Durante nuestro viaje, no hizo Urrabiet -afirma Carlos Vázquez- ningún dibujo ni tomó apuntes Cuando volví a Getafe, para regresar juntos a París, me encon iré que había llenado tres álbumes, todos ellos con dibujos de los parajes que acabábamos de recorrer. ¡Nadie hubiese dicho que no estaban tomados del natural! ¡Qué carácter tenían todo y qué exactitud de lugar!". Gustoso testigo Carlos Vázquez de eso y de lo bastante que a continuación sigue y escribe sobre Urrabieta, además de revelarnos cómo debió ser grande su amistad con él.
Y ahora ya sí que sin remedio, sin más amilanados pretextos, ha de continuarse el interrumpido relato cronológico de los trabajos y éxitos de nuestro pintor, arbitrariamente cortado ante bien doloroso trance español: Llega la guerra. Los anarquistas saquean su estudio. Rompen el pergamino carlista por el que don Jaime de Borbón le declaraba su pintor de cámara. Según notas familiares -con fechas que, tal como las he de leer, parecen contradecirse...-, el 6 de enero de 1937 se embarca con la familia en el barco francés Emerite rumbo a Marsella, pero no puede conseguirlo. Un comité del pueblo le detiene a bordo con orden de fusilarlo, salvándole el capitán de la nave al verle con el Botón Rojo de la Legión de Honor en el ojal de la chaqueta. Logra un pasaporte para Francia a finales de año. Desde Marsella viaja a Villefranche sur mer, donde con los suyos, permanecería hasta el 7 de enero, no más de un mes. Cruza la frontera de Hendaya. Pasa otro mes en San Sebastián. En tren, se traslada a Sevilla, residiendo en el barrio de Heliópolis hasta el final de la contienda. Vía Cádiz, en barco, regresa a Barcelona. Sin duda hubo más, pero la cronología de los hechos no encaja con lo anterior, por fallos o lapsus de la memoria del cronista: padeció cuatro registros de los milicianos en su domicilio -cuarto piso del número 86 de la Rambla de Cataluña-, deteniéndosele en cada uno de ellos; por medio de una amiga llega a exponer en Oslo cuarenta o cincuenta cuadros, vendiéndolos casi todos, gracias a lo cual pudo vivir en Niza (luego, estuvo más tiempo que el antes reseñado en Francia...). El 4 de marzo de 1939 el general Queipo de Llano inaugura una exposición suya en el local de Los Certales -Rioja, 14- de Sevilla. Entre la obra expuesta figura un tríptico laudatorio del citado general. Difícilmente inactivo, en enero del 40 expone en las Galerías Layetanas. Salvador Yago César (el pintor Yago César de Salvadó y Solá) pronuncia una conferencia sobre Carlos Vázquez el 24 de abril de 1941 en el Círculo Artístico de Barcelona; año en que también exhibe individualmente su obra en la Sala Gaspar. En 1942 participa en la Exposición Nacional de Bellas Artes, celebrada en Barcelona -donde figuraría el Retrato de su esposa, adquirido en 1951 para el Museo de Arte Moderno de la Ciudad Condal-, y expone en la Galería Atenea. En 1943 celebra sendas exposiciones en el Salón Delsa de Bilbao y en su estudio del número 20 de la Rambla de Cataluña. En abril de 1944 se le nombra académico -correspondiente, no numerario- de la Real de Bellas Artes de San Fernando -propuesto por Marceliano Santa María, Enrique Martínez Cubells y Eduardo Chicharro-; y asimismo en ese año de 1944 goza de una exposición homenaje en las Salas Els Fayans; abre una vez más las puertas de su estudio donde debió presentar El Cristo de Lepanto y don Juan de Austria. Tan avanzado ya el siglo XX, bien lejano el XIX, piensa en ejecutar un cuadro ¡de historia!, sobre doña Juana la Loca en el instante de abrir el féretro de su marido Felipe el Hermoso; con ánimo de mostrarlo en la próxima Exposición Nacional de Bellas Artes. Tan románticos como sombríos pensamientos histórico-literarios ocupan s mente y deseos de trabajar. Pero -cerca de él su esposa y su hijos Carlos y Matilde- el 31 de agosto una angina de pecho le arrastra a la tumba, enterrándose con él toda una vida d mucho vivir que los datos no nos esclarecen; de abundante buen pintar y cuantioso ajetreo social, mundano y expositor.
Mas, a pesar de su tan rápida y acaso aún no esperada muerte, sigue en el candelero, especialmente catalán; aunque sólo en él. Un homenaje póstumo se le dedica en 1950 con un exposición individual en la Galería Payarés, prologada por Jos Francés quien sin duda le estimaba y conocía bien; quien le califica de "polifacético", "muy español a la manera española afable, atrayente, sin desplante ni arrogancia", "se le ha nombrado pintor de mujeres por como llevaba a su pintura el gusto de la mundanidad galante y la preferencia por los retratos femeninos y las figuras brillantes de la escena".
En 1951 figura un Bodegón suyo en la Exposición Municipal de Bellas Artes de Barcelona. (En 1956 fallece su viuda tras largos años de penosa postración). En cuanto a Madrid, en 1960, en la Sala Goya del Círculo de Bellas Artes -bajo el patrocinio de la Diputación de Ciudad Real-, se exponen Retrato de Carlos Vázquez -pintado por Sorolla-, Autorretrato, Virgen del Prado, El Molino, Regalo de boda, La cuna, La cupletista Raquel Meller, En el jardín, 'Retrato del general Martínez Anido, Goyesca, Orillas del Rhin, Puerto de Sóller, Romanticismo, Charros, El Caballero del Mar, Caldetas, Virgen con flores, Montserrat, Montblanc, Montañas suizas, Guadarrama, La Mancha, Valenciana, Versalles, Patio Manchego, Clavileño, Jarro de Talavera con flores, Hortensias, Bodegón con limones, Flor de Almendro, Bodegón, Niza, Sevilla, Maja Blanca, Ola, Viñas, Maja, Molinos de Montiel, Paisaje de Huesca, La Alhambra, Ansotana, Paisaje de Sevilla, Contraluz, Albufera, Gitanilla, Notas del mar -cuarenta y ocho óleos hasta aquí- y dieciséis Dibujos.
Su ciudad de nacimiento no le olvida, cual se ha visto ya en la exposición anterior celebrada en Madrid. En 1969, en el Casino de Ciudad Real, con motivo del primer centenario del nacimiento de Carlos Vázquez, se le rinde homenaje exponiendo su obra. Pero no todo es respeto a su memoria. Al año siguiente la prensa ha de denunciar la demolición de la casa donde nació. Mujer en la playa figura en la exposición Maestros de la Pintura y Escultura Catalana (1975) de la Sala Parés de Barcelona. Con motivo del centenario de la misma sala (1977), está presente Cartel anunciador de la Sala Parés; de igual modo que se muestra La hija pródiga en la exposición Grandes Maestros del Siglo XIX, de la Sala Nonell. De nuevo el Cartel anunciador- de la Sala Parés -de 1904- se exhibe en la exposición dedicada a Els Quatre Gats, en 1978, por el Art Museum de la Universidad de Princeton (USA); dándose también para este 78 la vaga referencia de una exposición en Alemania. Excelentísimo es el común acuerdo entre el Ayuntamiento y la Diputación de Ciudad Real para colaborar en el rescate de la obra de Carlos Vázquez. Naturalmente, le recuerda el cuidado catálogo Exposiciones Nacionales del siglo XIX, de la exposición organizada por el Centro Cultural Conde Duque, de Madrid (1988). Otra vez se airea el Cartel anunciador de la Sala Parés, en 1990, en las Jornadas Modernistas de Novelda (Alicante).
Textos extraídos del libro Carlos Vázquez de D. Joaquín de la Puente, D. Jesús Saíz de Luca de Tena y Dª. María Vazquez Garriga, editado por el servicio de publicaciones de la Junta de Comunidades de Castilla La Mancha.