Álvar Gómez de Ciudad Real. El viejo. Señor de Maqueda, Torrejón de Velasco y Pioz. ?, p. m. s. XV – c. 1500. Secretario del rey Enrique IV, contador del rey Alfonso XII de Trastámara.
Álvar Gómez de Ciudad Real, o Villa Real, como reza en la documentación de la época, ostentó el cargo de secretario real durante una etapa de especial turbulencia, en la Castilla de mediados del siglo XV. Aquel personaje, que ocupó la primera parte del reinado de Enrique IV dominando los resortes de la administración y eclipsando a todos los demás secretarios, marcaría un antes y después en la estructura del oficio. Era la primera vez que un secretario gozaba de una influencia política tan llamativa y, hasta los propios contemporáneos hablaban de su privanza porque “tenía mano en todos los negocios del reino”. Cuando traicionó a Enrique IV pasándose al bando alfonsino, esto es, al término de su gestión, se produciría un notable crecimiento en el número de los secretarios reales pero ya no habría un todopoderoso secretario como él. Los ocupantes de la secretaría —como los Badajoz o los Arias— nunca gozaron del inmenso poder de Álvar.
Gómez de Ciudad Real entró en la Corte, al tiempo de subir al trono Enrique IV, de la mano de su pariente Álvar García de Ciudad Real, un converso al que, a su muerte, sucedió. Designado secretario del Rey el 30 de octubre de 1456, el nuevo valor entraba a formar parte de un equipo dominado por los cristianos nuevos, caso de Fernando Díez de Toledo o Diego Arias Dávila. No consta que ostentara otros títulos —oidor, contador...— como otros secretarios, si bien ejercía como escribano y notario público, oficios emparentados con el de secretario. Alguna fuente le presenta también como miembro del Consejo Real. De origen tan humilde que permite a los cronistas realizar comentarios casi sangrantes sobre su persona, su ascenso resultó ser vertiginoso. Ambicioso y capaz, Gómez de Ciudad Real no faltó en los acontecimientos de más calado del reino incluido el matrimonio del Rey con Juana de Portugal siendo uno de los seis testigos de las cláusulas matrimoniales allí refrendadas. Si bien Álvar parecía un hombre próximo a los Mendoza desde finales de 1459 —consta su presencia mezclado en la jugada magistral que Juana Pimentel, la viuda de Álvaro de Luna, llevó a cabo emparentando con aquel linaje—, en realidad el secretario era un hombre del entorno del todopoderoso valido de Enrique IV, Juan Pacheco, marqués de Villena. También se comprueba su presencia, a modo de embajador, en las vistas de Bayona —entre Juan II de Aragón y Luis XI de Francia— informando a Enrique IV de todo lo que pudiera ser de su interés. Aquel bachiller se había convertido en su hombre de confianza, pero no tardarían en cambiar las circunstancias y, con ellas, él mismo.
En 1464 Villena capitaneó la rebelión nobiliaria que desplazaría del trono a Enrique IV. La chispa que encendió el fuego de la discordia coincidió con la entrega del maestrazgo de Santiago, por parte del Rey, al nuevo favorito —Beltrán de la Cueva—, honor al que aspiraba Pacheco. Y fue el propio Gómez de Ciudad Real el que le hizo llegar la noticia al marqués. Entonces se puso en marcha todo el movimiento nobiliario que obligó a Enrique IV a claudicar hasta límites desconocidos, utilizando como pretexto el incumplimiento del testamento de Juan II con respecto a su hermano el infante Alfonso. Las crónicas informan que fue el propio Álvar el que le recordó al Rey que estaba obligado a cumplir el compromiso del 25 de octubre de 1464 jurando a Alfonso como heredero a fin de pacificar el reino y evitar la guerra. Y es que, aunque oficialmente era el secretario real, “tenia ya reygada la maldad en el cuerpo e toda su afición era con el marqués de villena”, en palabras de Enríquez del Castillo que, por el puesto que ocupaba en el Consejo Real, conocía bien al secretario. Enrique IV confió en Álvar Gómez, sin escuchar a algunos leales que estimaban que firmaba su pena de muerte como Rey si entregaba el príncipe a Pacheco. El mismo Gómez de Ciudad Real estuvo presente en el viaje que alejó al pequeño, de once años, de la Corte para pasar a manos de su tutor, Villena. Su papel de secretario no podía ser más arriesgado, informando de todo lo que se decidía en el Consejo Real, como en el caso de la provisión de los arzobispazgos de Sevilla y Santiago. Sin embargo, la actuación de mayor envergadura fue su papel en la sentencia compromisaria de Medina del Campo entre el Monarca y los nobles, en donde Gómez de Ciudad Real actuó como intermediario entre aquéllos y el Rey. Cuando Enrique IV, en un arrebato de dignidad real, se percató de la traición, el secretario supo que sus días estaban contados si no huía de la Corte a gran celeridad, cosa que hizo el 1 de febrero de 1465. Sus bienes y su hacienda fueron embargados cinco días después y el 10 de febrero se hacía oficial la decisión real de anular la llamada sentencia de Medina. La guerra sólo era una cuestión de tiempo: ese mismo mes se ordenó la detención del secretario y también de Gonzalo de Saavedra, a los que se consideraba responsables directos de aquella situación. El Rey también dio órdenes para que se tomara Torrejón de Velasco, del que Álvar Gómez era señor. Y es que el secretario había amasado una considerable fortuna en sus años de servicio: “estaba rico e prosperado y puesto en estima de mucha honra [...] mas como sus merescimientos eran pocos e los defectos muchos, huyó de la lealtad e halló cabida la trayción en tal manera que no acordándose de quien era ni de las mercedes rescibidas pospuso el tema de Dios e la verguenza de las gentes para destruir a su rey [...]”.
Álvar se pasó entonces al bando alfonsino que, cuatro meses después de su huida de la Corte, alzaría al príncipe heredero como rey de Castilla. Los nobles que rodeaban al joven Alfonso comenzaron su política de dádivas, incluso a costa del patrimonio del príncipe. Eso ocurrió con el castillo y la villa de Maqueda, que le fue entregada con todos sus términos y jurisdicción al exsecretario y confirmada en julio de ese año de 1465 apenas a dos meses del comienzo del reinado de Alfonso XII. También por la misma fecha —concretamente el 18 de julio de 1465— el Rey le nombraba su contador en el real sobre Simancas, con derechos adquiridos desde el día que se había ausentado de la Corte de Enrique IV y con todos los derechos de los que gozaba su otro contador Juan de Vivero. Sin embargo, no consiguió Álvar contar con simpatías dentro de la Corte del nuevo Monarca si se cree al extraordinario personaje que es Alonso de Palencia, cronista del joven Rey, que no dudaba en escribir que “el rey Alfonso, perspicaz casi siempre sólo en una ocasion se mostró torpe y funestamente obcecado pues acogió benévolo al que debiera serle enojoso, escuchó a menudo a aquel glotón que dificilmente podía refrenar su lengua”.
Quizás por las pocas simpatías que despertaba el traidor al rey Enrique, el contador del nuevo Rey jugó un papel discreto desplazando su acción durante los siguientes dos años a Toledo. No es cierto, que Álvar Gómez gozara de la Alcaldía Mayor de la ciudad por merced de Alfonso. Del 11 de abril de 1460 se conoce la exposición hecha al rey Enrique IV por Diego Romero por la que renunció a aquélla en favor de su entonces secretario. No tardó Álvar Gómez en ser el protagonista de un escándalo descomunal conocido como la revuelta conversa. Corría el año 1467 y el contador alfonsino seguía ostentando el oficio de alcalde mayor del que anteriormente había gozado Fernando López de Ayala, ahora su enemigo. Pronto el antiguo alcalde y los canónigos de la iglesia-catedral, le acusaron de muchos abusos, entre otros, de haber confiscado rentas de la Iglesia en la villa de Torrijos, un pretexto para atacarle por ser converso. La revuelta, que debe entenderse en un contexto más amplio en donde caben los primeros intentos de implantar la Inquisición política, se tradujo en desórdenes gravísimos que obligaron al rey Alfonso a intervenir. El Monarca, si bien no accedió a las peticiones de los cristianos viejos —que aspiraban a quedarse con los bienes de los nuevos—, hubo de sacrificar a su contador mayor, cabeza visible de los conversos que hubo de refugiarse en sagrado, con el conde de Cifuentes, del que era hombre de confianza, en el convento de San Bernardo. Alfonso le sustituiría, desde el 20 de octubre, en su cargo de contador por otro converso que se pasaba de las filas enriqueñas, Diego Arias Dávila.
La caída en desgracia de antiguo secretario enriqueño constituyó una muestra de la ingratitud de Pacheco hacia su colaborador y dio paso a la retirada de Álvar Gómez de la vida pública. A partir de ese momento se dedicó a cuidar de su importante fortuna. En 1469 cambió con Pedro González de Mendoza, futuro cardenal de España, la villa de Maqueda —aun reservándose ciertos derechos— por una serie de lugares, a saber, Pioz, el Pozo, Atonzón, Sélamos de Suso, más una importante cantidad de dinero. La documentación conservada de los años setenta permite seguir los avatares del patrimonio del contador que, el 25 de junio de 1475, fundaba mayorazgo. Álvar Gómez debió de fallecer en los albores del nuevo siglo: todavía en 1500 hay constancia de una ejecutoria de la Chancillería de Valladolid sobre un pleito entre el contador y Beltrán de Guevara y Juan Arias Dávila sobre la propiedad del lugar de Atonzón.
De su matrimonio con Catalina Gómez nacieron siete hijos: dos varones —su heredero Pedro y Alfonso, religioso— y cinco hijas. Cuatro de ellas —Catalina, Aldonza, Teresa y María— no parece que dejaran descendencia. Pero sí lo hizo Inés, casada en dos ocasiones, una con Pedro Dazas y la segunda con Antonio de la Cerda, de quien tuvo a Francisco. Los hijos de su primogénito fueron María, casada con Álvaro de la Cerda, y el varón que llevaba el nombre de su abuelo, Álvar, casado con Brianda de Mendoza, que pronto destacaría en el mundo literario.
Como durante su vida, la estirpe de Álvar Gómez no dejaría de verse mezclada en conflictos constituyendo el mayorazgo un verdadero quebradero de cabeza para sus descendientes —Torrejón de Velasco acabaría en manos de los marqueses de Puñoenrrostro—, en donde hubo de intervenir la reina Juana, que permitió la venta de algunos bienes. Una descendiente de Álvar, María Gaytán, marquesa de Villamagna, todavía en el siglo XVII seguía enzarzada en lucha con las otras ramas por la herencia del mayorazgo del hombre que ha pasado a la historia como el secretario traidor y el abuelo del ilustre hombre de letras que lleva su nombre.
Autora Dolores Carmen Morales Muñiz